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martes, marzo 20, 2007

De paseo por un cine sobre África

El cine, como último arte en ser incorporado, se ha nutrido de los vínculos culturales de todos los artes. En él se han visto representados todos los lugares comunes de nuestra sociedad de una manera aún más precisa que en la extensa literatura importante que tenemos a nuestra disposición. El encuentro colonial ha quedado bien plasmado y las representaciones de esos otros que son los africanos y las africanas –que serán las otras- han bebido, principalmente, de la literatura.

Basada en la novela homónima de Giles Foden la primera película que nos sentamos a ver es El último Rey de Escocia. No vamos a hacer un análisis artístico ni una crítica cinematográfica ni de ésta ni de la otra película que ahora comentaremos. Eso correspondería hacerlo en Destripando Terrones –mi señora madre decía y dice que todo tiene que estar bien ordenado. De lo que vamos a hablar es del viaje del hombre blanco al continente negro visto a través de estas dos películas.

El último Rey de Escocia pretende ser un retrato del dictador que asoló Uganda durante la década de los 70: Idi Amín. Y lo hace, es triste decirlo, introduciendo la variable hombre blanco. Se podría hablar de las muchísimas historias que las gentes africanas han podido vivir durante su dictadura ya que Hotel Rwanda demostró que era posible rodar una película sólo de negros y al tiempo hacer cine de masas. Pero no, tiene que ser el blanco quien nos descubra la vida en África y tienen que ser sus ojos los que nos digan qué estamos viendo. El protagonista es un blanco en África, aquel que se va corriendo a un continente que no es el suyo en busca de la necesaria dosis de aventura. En el siglo XIX se iba en busca de riqueza y prestigio burocrático y hoy en busca de tres historietas que contar y un número indeterminado de polvos. Así son las cosas y, aún siendo tristes, así se cuentan. De manera que el hombre blanco se va a África a intentar hacer que su vida tenga un sentido aventurero. Y a fe que lo va a conseguir.

Como todo en África es posible –o eso dicen, vamos- el hombre blanco termina conociendo a Idi Amín –Forest Whitaker- y cautivándole por no se sabe qué extraños pensamientos. Amín será representado como un hombre guiado por su supersticiones, incapaz de discernir entre un simple dolor de estómago y la llegada de la muerte, atento al encandilamiento de la prensa internacional y capaz de eliminar políticamente –y no sólo políticamente- a sus colaboradores por cómo se levante ese día. Un líder caprichoso que promete la llegada de un verdadero paraíso económico y social pero que en nada está mejorando la salud del país que gobierna. Típico personaje africano del mundo de la Guerra Fría, hoy nos hemos fijado en Amín, pero podríamos hablar de Mobutu o de cualquier otro.

De manera que tenemos a un jovencito blanco viviendo en la corte del Rey de Escocia –aka Idi Amín- tan feliz como una perdiz y recibiendo riquezas y agasajos que jamás podría haber encontrado en su país natal. De entre toda la población blanca que conoce, no encuentra a nadie con quien tener confianza y, de entre los negros, sólo el doctor africano es capaz de hablar a su nivel y sin cortapisas. Otra conclusión más, de los negros políticos no te puedes fiar, de los negros sin estudios es mejor pasar, así que sólo nos quedan los negros educados. ¿No me suena esto de algo?

El caso es que el niño blanco está contentísimo de su viaje a África. Disfruta de una vida que jamás habría soñado aquí en Europa y no se preocupa de por qué tiene lo que tiene, simplemente no muerde la mano que le da de comer y listo. Sin embargo vuelve a salir en la historia un Sr. Kurtz. Aquél que demuestra que todos los africanos son unos salvajes –suponemos que las africanas también. Y así fue la cosa hasta el punto en que el chico blanco –y por extensión el espectador- se da cuenta de la realidad. ¡Acabad con los salvajes! Escoja la salida más rápida que le sea posible y olvídese de lo vivido allí. Los africanos son unos salvajes y la vida allí carece de sentido… y de precio. Brillante chorrada.

A la zaga le va Diamante de sangre. Conocida es mi aprensión por Di Caprio y, a decir verdad, cuando me senté en la butaca del cine ya sabía lo que me iba a encontrar. No me decepcionó en absoluto comprobar que los cánones de la película de blancos en África se seguían respetando. ¡Un clásico! Que diríamos. La novedad en este aspecto es que el blanco es también africano. “¿Cómo? ¿Blancos africanos?”. Por supuesto que sí. De Rhodesia, que no Zimbabwe, como bien se encarga él de aclarar. El chico blanco es salvaje, pero sólo porque la vida en África le ha hecho así. Pertenece a esa legión de blancos en África que se saben atrapados en ese continente y que pretenden salir de allí cuanto antes para evitar toda esa locura. El chico negro no es más que un mero utensilio para propiciar la salida y sale en la película porque es África y tiene que salir. Si estuviéramos rodando en el Bronx también saldría, tranquilos. El chico negro es bienintencionado, nunca ha hecho nada malo, pero como en África todo es salvaje, se ve envuelto en problemas de los que -¡cómo no!- el chico blanco le podrá salvar.

Esta vez el espectador no va a ver la película a través del chico blanco, ni siquiera del negro –al que la narración de la película confiere un toque de condescendencia ridícula-, el espectador irá descubriendo cosas de la mano de un tercer personaje: la aguerrida, valiente y algo inocente periodista blanca occidental. Ella también ayuda al negro, pero es para conseguir su reportaje y, quizás, tirarse al blanco -¿qué fue de aquello de evangelizar, civilizar y modernizar?

En fin, que estos dos personajes principales se pasan la película en plan “Cuéntame como es África”; “Que no te lo cuento porque no sabrías aceptarlo con tu mente civilizada”. Siento destripar la película pero sí, el niño blanco será el salvador. A pesar de que se nos pinte al chaval como un hijo de puta de máxima división, resultará que en su corazón salvaje aún hay oportunidad para la consideración hacia los demás. El negro no, el negro tiene toda la pinta de ser un buenazo. Quizás algo tontón, pero ese es todo su pecado: no saber bien de qué va el asunto. A él le joden y ya está. Sin embargo también hacia el final dará un giro y nos mostrará su lado –como no- más salvaje en la única escena que de verdad da miedo de toda la película –y que sin duda ha sido rodada para que de eso, miedo. La historia paralela de los niños soldado obedece a los cánones y es, junto con la supuesta denuncia del tráfico de diamantes, la excusa moral que sirve para justificar la trama. Casi pidiendo perdón al espectador por haber tenido que hacer una película de acción situándola en África. En cualquier caso las escenas de la formación de los niños en niños soldado me parece una ocasión perdida de haber mostrado la realidad en toda su crudeza y no dulcificándola. Vamos, como toda la película.

La versión doblada española ofrece, además, situaciones inexplicables como el hecho de que todos los negros hablen con un tono a medio camino entre "me estan pisando un huevo con un tacón de aguja" y "me voy corriendo que me estoy meando y tengo prisa". Esto provoca que el espectador no iniciado en el conflicto de Sierra Leona -¡que por cierto va de Sierra Leona!- se pierda hechos morbosos pero necesarios como el manga larga o manga corta.

De cualquier manera las conclusiones que se sacan al ver Diamante de sangre no son menos decepcionantes que viendo El último Rey de Escocia. Sólo la escena final ya lo dice todo. Siento destriparla sin coartada creíble, pero ahí va: en una sala circular los hombres blancos hablan de la terrible situación que vive África por culpa del tráfico de diamantes. Fuera de ella, el negro ojea una revista donde puede leer las bondades de su amigo blanco. De repente en la sala se hace el silencio, se abre la puerta, alguien hace entrar al chico negro y éste se aproxima al estrado. Parece que va a decir algo, pero en el momento que lógicamente debería decirlo la sala de blancos se pone en pié y comienza a aplaudirle sin parar. No dejándole pronunciar palabra, la película se funde en negro y nos suelta las cuatro o cinco frases para reflexionar. Ya esta, ha acabado. Los blancos hablan para sí mismos y a los africanos, de uno en uno, se les hace pasar para que sean aplaudidos. No importa si algo tienen que decir. Total, no les van a hacer caso.

7 comentarios:

DarthMike dijo...

No he visto Diamantes, pero sí el último rey. La verdad es que me decepcionó mucho; al chico lo odié a los primeros 5min. de película; ésa bandera de "No se nada, ni me importa, sólo quiero vivir la vida, y prefiero ir a Uganda que a Canadá porqué es más emocionante" me llegó realmente.

Curioso será, que es intencionada ésa visión; sólo a través del blanquito de clase media-alta veremos qué hace el dictador: Resultado - Negro malo, y punto, pero sin información del porqué es así (por lo menos yo no la vi).

Nunca la volvería a ver, porque des de mi punto de vista, el mensaje es claro: No dice nada. Y para ver que Forest puede imitar al personaje sólo me hace falta verla una vez.

Anónimo dijo...

Hombre el_situacionista decir que el hombre blanco cuenta lo de África como lo cuenta y decir que Hotel Ruanda es una bonita película de negros contando las cosas bien contadas tiene su gracia, entre otras cosas porque no debemos confundir que los actores sean negros (por cierto, los personajes blancos son en general bastante positivos, que hasta Naciones Unidas con Nick Nolte haciendo de general, que va con una pinta de borracho que no veas por toda la película, quede bien) con que la película tenga en la dirección y la producción a blancos. Un gran director eso sí, y una condición que fue la que seguramente marcó la diferencia con las otras dos que aquí expones: el protagonista (el de verdad) exigió que la película contase las cosas tal y como él las vivió. Sin dramatizaciones ni giros de guión. Gracias a eso no tuvimos a Denzel Washington o Wesley Snipes al frente del hotel, exigencias de Hollywood que derivaron la película a producción europea.

La del rey si no recuerdo mal es británica. La de diamantes es el exponente a la demostración de una visión simplista de la que siempre hago la misma analogía. ¿Has visto las películas de la Segunda Guerra Mundial en la que los nazis parecen gilipollas? Pues eso. Si a eso le añades que se trata de una película comercial, que pasa los filtros del marketing, que los estudios tienen dueños de lo más diversos, que se puede contratar la inclusión de determinados contenidos o estereotipos en los guiones, que debe pasar la prueba de público y que éste, en todos los rangos de edad, clase socioeconómica, étnica, etc. la apruebe…. y dicho esto, si esta película en la que desvelas esta serie de claves, revelan esta concepción del hombre negro y de África, y estas películas se hacen para el público estadounidense (la recaudación del público europeo no es prioritaria en la creación del proyecto), qué poco hemos avanzado, ¿no?

En cualquier caso te diré que la escena final que comentas, así como algunas de las aparecidas en el rey no son necesariamente negativas. Más que nada porque si has llegado a ese juicio de los negros de uno en uno y sin levantar demasiado ruido, etc. no hace sino reflejar lo que sucede de una manera más o menos evidente en este tipo de organismo, capitalizado por el hombre blanco y en el que la estrella invitada puede ser un Secretario General negro que no pinta nada (ahora es coreano, pero más de lo mismo). El problema surge cuando en estas películas, al terminar, meneas la cabeza y dices, “pobres, habría que hacer algo”, al tiempo en que rebuscas en el fondo del cubo de cartón de las palomitas a ver si queda alguna.

Harry Reddish dijo...

pues ya no voy a verlas.... jo!!

Reverendo Pohr dijo...

He tenido ocasión de ver "El último Rey de Escocia" y coincido que es una visión africana a ojos de un "blanco occidental". De hecho, la simpatía de siente Amin por el escocés parece que reside en qué éste último no se corta un pelo a la hora de expresar su opinión. La impresión que me causaba era que el chaval hablaba con típica arrogancia británica (estilo "puedo ser sincero porque los británicos somos valientes y francos sin miedo a que nos partan la cara").Pero lo que me parecía raro era que no le pegaran un tiro y Amin lo admirará al estilo "si, bwana". Y, claro está, al final, descubre que Amin no deja de ser otro salvaje dictador (se le aporta también el añadido de "hipócrita"), typical Africa, para que el público se pregunte el porqué de la descolonización (sí, sí, rieté).

De "Hotel Rwuanda", me quedo con dos frases "occidentales":

Joaquin Phoenix con "Sí, la gente lo verá por la tele y dirá "qué horrible" y seguirá cenando tranquilamente". Y Nick Nolte: "Podrías ser el dueño de todo esto. ¿Pero sabes porqué no lo serás? Porque eres negro".

También me llamó la atención "la Pesadilla de Darwin". Afecta a una parte concreta de África, pero sirve de metáfora para casi toda ella.

Fernando Díaz | elsituacionista dijo...

Darthmike; Estoy de acuerdo contigo. El negro es malo y no se discute el por qué lo es. Si acaso, el juego de los diplomáticos británicos con el Gobierno de Amín.

Ottinger; El hecho de que Hotel Rwanda sea un buen ejemplo de película sobre África -que no africana- aún con sus errores viene derivado de la exposición de la trama de manera abierta, sin rechazar la explicación del conflicto. No es cierto que los personajes blancos salgan bien parados. Recuerdo en concreto la escena de Rusesabagina pidiendo ayuda a los dueños belgas del hotel y éstos silbando y haciéndose el sueco. Y el papel de Nolte, además de impresionante por lo de deseperado que hace, se ajusta al de blanco con moral -nótese que la misma que el negro- pero impresionado ante las instrucciones que recibe.

Harry, no te pierdes nada. Yo perdí más de 12€.

Reverendo, gran frase la de Nolte. Respecto a la Pesadilla de Darwin, me parece un documental muy importante. Ya hablamos de él en este escueto blog.

Un saludo a todos y gracias.

nomecentro dijo...

La incredulidad y escepticismo de la dama blanca ante el colorido mitin de Amín resulta más fatalista que realista. Aclaman la llegada de distintos dictadores con igual amnésico entusiasmo. Los dictadores se suceden con la regularidad de las épocas lluviosas y la suerte les abandona cuando llega una sequía.

Fernando Díaz | elsituacionista dijo...

No hay desperdicio en los personajes blancos, nomecentro. Al fin y al cabo son ellos los que cuentan la historia de los negros. Blancos contadores negros contados.