AVISO

martes, septiembre 11, 2007

Moolaadé, de Ousmane Sembene

Es raro que el cine africano llegue con asiduidad a las pantallas europeas. En el caso de la película de la que hoy hablamos podríamos decir que tuvo relativo éxito. Aprovechó el tirón comercial que tuvo Hotel Rwanda –película que llevaba incluso la recomendación de Amnistía Internacional- y, obviamente, la polémica de la película también ayudó a que las salas de cine independiente o directamente raro apoyaran la proyección de la película. A pesar de que estuvo bastantes semanas en exposición comercial, me fue imposible sacar tiempo para verla y he tenido que esperar a que la buena mula me ayudara.

La trama de la película es de un costumbrismo africano del que no estamos habituados a ver por estos lugares. La acción se sitúa en una aldea africana, da igual el país, da igual la región pues no pretende escenificar una realidad local, sino tratar el asunto en cuestión desde el mismo punto de vista que lo crea: la costumbre. Tenemos una aldea entonces donde existe una casa en la que residen las tres mujeres de un hombre cuya jerarquía consiste en la antigüedad de cada una. La que se casó primero manda sobre las demás, aunque lo hace respetando ciertamente las posiciones de cada una de ellas. A esta casa llegan varias niñas corriendo una mañana. Huyen de un grupo de mujeres entre las que se encuentran sus mismas madres y que pretenden practicarles la ablación. Este rito es considerado por estas mujeres como algo imprescindible para pasar a la edad adulta, para poderse casar y encontrar marido. “Es una tradición” y por tanto hay que cumplirlo. Pero las pequeñas están asustadas, naturalmente, y acuden a esa casa en busca de la protagonista, la segunda de las tres esposas. Ella será quien escuche sus plegarias y decida socorrerlas. Así que atando una cuerda al marco de la puerta de la casa, invoca el Moolaadé, o protección. Con esta costumbre -¿si fuera en occidente diríamos norma?- nadie estará autorizado a entrar en la casa sin permiso ni mucho menos a dañar a la gente que en ella permanece. La protección es tan fuerte que incluso los sabios del pueblo tienen la obligación de respetarla. Sólo puede ser desconvocada por aquella persona que la ha convocado. Se produce entonces una pequeña revolución en el pueblo. Todo el mundo habla de ello y las tramas secundarias de la película se verán afectadas por ésta.

Sirviendo la protección como excusa todo el que se siente a ver esta película podrá tomar nota de cómo se vive en África. Tenemos ante nosotros una película de carácter costumbrista, ese adjetivo para muchos deplorable por muy visto pero que en este caso resulta absolutamente revelador. ¿Se puede vivir en África? Parece ser la pregunta a la que quiere responder el costumbrismo. Sí, claro, en África se vive y se vive además feliz. Aquellos quienes tengan en la mente una vida complicada, sin descansos, sin treguas en la lucha por la supervivencia podrá comprobar que no todo es tan dramático como nos lo han pintado. Que no siempre hay catástrofes al acecho. Que las tinieblas no alcanzan cada rincón de la vida africana.

Claro que esto puede parecer una contradicción. Hablamos de una película que habla abiertamente de la ablación y, al tiempo, de un optimismo vital que provoca, al menos a mí me lo provocó, el pensamiento de qué hacemos en África. ¿Sería posible no hacerla nada, dejarla vivir a su manera sin decirle qué tienen que hacer y cómo? ¿Se acabaría África porque dejáramos, por ejemplo, de cooperar con ellos? ¿Por qué dejáramos de enviar expertos en gestión, en sanidad, en economía? ¿O acaso son los africanos y las africanas tan valientes como para poder vivir prescindiendo de esto? ¿Se atreverían a desaparecer de la tierra? Insensatos.

La película desprende un aroma de vitalidad inmenso. Son muchas las cosas que pasan en esa aldea, buenas y malas, pero ninguna de ellas hacen imposible la felicidad de los protagonistas. Los problemas que tienen son resueltos dentro de sus mismas redes sociales. Si es la mujer quien no quiere deshacer el Moolaadé, los ancianos del pueblo animarán al marido a que la obligue a esto. Aquí obtendrán las compañeras del género tema de donde sacar, sin duda –si es que no lo han hecho ya con el asunto de la ablación. Pero a toda estructura uno, o en este caso una, puede resistir y transformar. Por dura que parezca y por daño que provoque no hay nada contra lo que no se puedan buscar fórmulas. Y lejos de esos criterios occidentales del rompimiento de reglas culturales, de transformación y de occidentalización –no quiero hablar de modernización porque me emociono entonces- el autor de la película nos demuestra cómo se puede hacer a la africana. Es muy fácil, si lo intentas.

Toda una declaración de intenciones la de esta película que tuve el gusto de disfrutar en tan grata compañía, nadie la va a desperdiciar si se atreve con ella. Sin duda cambiarán muchas cosas sobre cómo ver África y, quizás, con la próxima película que Occidente haga sobre África no seremos tan condescendientes.






martes, septiembre 04, 2007

Gestión por objetivos

La Oficina de Trabajo le dice al jefe superior: “Tienes que darme cuarenta hombres”. Con mirada fulminante, llama a los jefes de poblado y les comunica la consigna: “Me han pedido sesenta hombres, dádmelos enseguida”. Los jefes de poblado deciden entre ellos cuántos debe aportar cada uno para sumar los sesenta pedidos. “Yo puedo dar diez”. Llama a sus mensajeros y les dice en secreto: “Dadme quince hombres”. Los mensajeros, provistos de su temible látigo, se abaten sobre los poblados y capturan a todos los que encuentra, de día o de noche. Por supuesto, el jefe de poblado les ha indicado a sus enemigos, y ellos también tienen los suyos, y saben dónde encontrarles. En las cabañas, en los campos, se dedican a la caza del hombre. Hieren y golpean sin piedad, tanto mejor “¿Quieres librarte? Dame una gallina, dame cinco francos. ¿Qué no los tienes? Peor para ti.” Capturan a todos los que pueden para poder soltar a un buen número a cambio de regalos remuneradores. ¡Menuda bicoca son para ellos los períodos de reclutamiento! Se apresuran a llevarle al jefe del poblado a los que no han podido rescatarse, muchas veces sin haberles permitido pasar por su cabaña o despedirse de su mujer. Les encierran con llave para se entregados al escalón superior al día siguiente. El jefe ya tiene a los veinte hombres que había pedido. Pero entonces le llega su turno: “Los que quieran librarse, que me hagan un regalo. ¿Quién quiere pagar rescate?”. Uno promete dos pollos, otros dos se unen para dar una cabra, aquél dará diez medidas de maíz, aquel otro una gran calabaza de aceite. ¡Qué fácil es entenderse! Cinco se libran. Los otros quince serán enviados al jefe superior. Pero los cinco que se libran ¿pueden volver a casa? No es tan sencillo. “Si de verdad quieres librarte, haz que tu mujer me traiga el regalo prometido, pero antes trabajarás una semana para mí.”

Mientras tantos llevan a sus quince compañeros en presencia del jefe superior. Durante varios días dispone de sesenta hombres. Otra vez la misma comedia del rescate. ¿Quién quiere hacerme un regalo? El que me dé una cabra podrá volver a su casa”. Aunque el sacrificio es enorme, es mejor aceptarlo que reventarse a trabajar en una plantación. “Yo te doy una cabra”, dice uno. “No quiero tu cabra”, contesta el jefe, que hace tiempo le ha echado el ojo a la mujer del desdichado. Sabe de antemano quiénes van a partir pase lo que pase, es preciso que sean ellos, y si el jefe lo tiene decidido no hay más que hablar. Alguno estaría tentado de abogar por su causa al pasar a la subdivisión, para tratar de quedar libre, pero no puede hacerlo, porque se expone a toda clase de persecuciones del jefe superior, de su jefe de poblado y de todos los mensajeros.

[…]

Los enrolados ya están en la subdivisión. Pasan un reconocimiento médico. El médico, si no tiene escrúpulos, ve llegar a los hombres con un profundo disgusto y se dice: “Que hagan el trabajo los enfermeros”. ¡Los enfermeros están de enhorabuena! Porque así ellos también pueden decir: “Si me das un pollo te declaro inútil”. Otro recibirá la visita de su concubina: “Éste es mi hermano, suéltale, pon en su lugar a un enfermo al que hayas dado de baja”.

[…]

Por último, cuando se ha completado el contingente, pueden ir a las plantaciones, bajo la atenta mirada de los policías. “¿Y nosotros, vamos a hacer el primo? Si me das dos francos esta noche te sustituyo por otro”.

Testimonio de la señora Dugast, Yaundé, Camerún, 1942.

“El estado en África”

Jean François Bayart