AVISO

miércoles, octubre 31, 2007

103 miradas te contemplan

África siempre ha estado ahí. Abajo. Como un espejo frente al cual crecemos nosotros. Como explicación de que vamos por buen camino. Frente a nosotros, ella. Contra ella, nosotros. Durante la época colonial África se convirtió en contenedor de aquellos que no encajaban en la nueva sociedad moderna que se estaba fraguando en Europa. Aquél que no conseguía encontrar un lugar en la modernidad, o aquél que necesitaba hacer carrera rápidamente, o el otro que, necesitado de expiar sus culpas, corría a la tierra pecaminosa como la única oportunidad de ser salvado. Todos ellos acabaron en África y contribuyeron a enviar desde allí lo necesario para la eficiencia del sistema, para que la modernización europea fuera rentable. África envió recursos materiales para el crecimiento industrial e imágenes de cómo los europeos debían entenderse a sí mismos. Pero también recibió a todos aquellos expulsados de sus hogares europeos.

Llegó la descolonización. Llegaron las nuevas formas de hacer política, de hacer negocios y de hacer carrera. África, sumidero del mundo donde todo lo negativo se concentra, debe ser salvada de nuevo y el desarrollo es la respuesta. Sin embargo, incomprensiblemente, la modernización europea no consiguió instalarse en el seno del corazón de las tinieblas. Una modernización quebrada, pensarán muchos. Pero la realidad es diferente.

Desde siempre, los africanos y las africanas han buscado estrategias para la resistencia en el encuentro colonial. Estas estrategias cambiaron durante el tiempo y, por supuesto, continuaron con la descolonización. La política impuesta desde las antiguas potencias coloniales fue reinterpretada por las poblaciones africanas. Se africanizó la modernidad. Un proyecto distinto para una situación distinta. En la modernización europea, aquellos que no encajaban en la sociedad en formación eran expulsados hacia los inmensos contenedores que eran los nuevos mundos –América, Australia y, en especial, África. Gracias a eso la modernidad europea no tuvo que soportar los peligros de una inmensa población desatendida, pudo gestionar su espacio de manera más ágil y, además, contando con los flujos comerciales que esos mismos europeos excluidos esquilmaban a los nuevos mundos.

La modernización africana –a la que Europa contribuye y en la que participa- cuenta hoy con otras características completamente diferentes. La base del sistema político y económico africano es una modernidad clientelar, neo-patrimonial. La base de la legitimidad del sistema está en el abastecimiento económico de las redes clientelares. Si se está dentro de esas redes –aún muy abajo en ellas- la supervivencia de uno mismo y de su familia está asegurada, si se está fuera, todo peligra. Es entonces cuando África necesita reinventar el encuentro colonial, cuando las poblaciones africanas excluidas de espacio en su sistema político necesitan migrar, buscando nuevos horizontes que les permitan buscar un futuro para ellos y para sus descendientes. Pero se encuentra con las puertas y las mentes europeas, cerradas y obstinadas en ver que aquello que viene de África no es más que el fruto de las luchas bárbaras de unos salvajes incapaces de organizarse como sociedad moderna civilizada. Incapaces de comprender a su hermano africano.

Las puertas cerradas provocan las imágenes más estremecedoras que uno puede recordar en años. Gente que salta vallas, que cruza estrechos, que se pierde en los mares de la ingratitud mostrada por quienes les deben más que la vida. Junto a la retina de Tian´anmen, del desplome del muro en Berlín, del Caucescu ahorcado por el pueblo, hoy nos podemos quedar con ese cayuco varado y esa escalera artesana colgando de la alambrada.

Y sin embargo seguimos encontrándonos con África a cada paso que damos. Aún no se terminó ese encuentro colonial que ya en el siglo XIX anteponía la empresa a la persona. Hoy podemos encontrar infinitesimales ejemplos de empresas trasnacionales que cruzan los mares yendo a parar a África con la intención de sacar una mayor tajada. En Asia se escoge a las poblaciones más desfavorecidas, se las emplea en trabajos donde la remuneración es una entelequia. Mientras, en África la población no importa. Se apartan con un manotazo miles y miles de personas de una región con tal de que el mineral, o lo que sea, llegue a donde tiene que llegar en hora. No hay cosas imposibles en África, sólo hay cosas complicadas y menos complicadas.

Últimamente los negocios deben de estar mal, porque ahora ya no sólo se sacan minerales. Ahora también se pueden sacar niños. La noticia de la detención de un avión fletado por una ONG francesa con el que pretendía sacar a 103 niños de Chad con la justificación de que eran huérfanos y la pretensión de darlos en adopción ya en Francia deja a cualquiera sin habla. Y nos deja a todos nosotros, hijos de la modernidad, frente al espejo. A África echamos a los indeseables sociales de nuestro tiempo más pasado. Desde África recogimos a los trabajadores menos cualificados fruto de los cuales tenemos el presente. Ahora les cerramos las puertas a los que siguen queriendo dejarse la vida en el tajo europeo antes que seguir trabajando en sus países y, asombrosamente, exportamos aquello que más nos falta: la infancia. Cuando nuestros índices de natalidad son los más bajos, exportamos los niños y niñas que nos hagan falta, les damos una cultura europea y así podremos reproducir los modelos modernos en el futuro. Serán los niños sustraídos al continente africano los que dominen las economías africanas, convirtiendo todo esto en el más macabro juego nazi de hacer de los condenados sus propios guardianes.

[La muy interesante fotografía que ilustra esta entrada es de Chris Steele-Perkins]

lunes, octubre 01, 2007

El fracaso del retorno del hombre blanco


Existe una cosa en el imaginario social del periodismo que a la que se le llama Comunidad Internacional. Ésta sería un ente o conglomerado de ideas, una voluntad colectiva compartida por estados, organizaciones internacionales y organizaciones de la sociedad civil internacional –otro mito que quizás debiéramos desmentir- que provoca la necesidad de actuar en los asuntos internos de un estado. La Comunidad Internacional siempre se personaliza en alguien. Siempre hay un alguien internacional que se erige en portavoz de esta voluntad colectiva por lo general no debatida y, también por lo general, traducida en la intención y visión de aquél que se vuelve portavoz. Es, por tanto, el momento en que aquél que desea realizar una acción en lo internacional reúne el apoyo no estructurado y frecuentemente no formalizado del resto del mundo, del planeta y todos sus seres vivos. Es el momento de que alguien venga y les diga a éstos o a aquéllos que no se enteran de lo que tienen que hacer. Que todo el mundo lo ve, los culpa y, por tanto, van a ayudarles a ayudarse a sí mismos. Es lo más parecido a un psicoanálisis que vamos a encontrar en la política internacional. Y ya sabemos todos lo que opinamos de los psicoanálisis.

Pero ocurre que, abundantemente, este análisis que la Comunidad Internacional hace de una situación política determinada es erróneo pues tiende a olvidarse de tomar en consideración todas aquellas actividades que la propia Comunidad, cuando no el mismo portavoz en primicia, realiza para contribuir al empeoramiento del estado de la cuestión. Un caso evidente de todo esto ha sido históricamente el del estado congoleño – el de Kinshasa, no el de Brazzaville- acuciado de múltiples problemas que han impedido un transcurso normal de la política, normalizando la guerra y la política de guerra que ha dominado el espectro social de los congoleños y congoleñas.

En este mismo blog hemos hablado multitud de veces de lo que hoy se denomina la República Democrática del Congo. Pero en estos breves análisis nos habíamos detenido en la figura de Laurent Désiré Kabila y habíamos preferido no lanzarnos a la aventura de analizar la guerra que siguió a su asesinato más que de una manera débil y todo ello debido a no querer correr el riesgo de equivocarnos en el análisis de tanta polvareda. Este blog, escrito desde Madrid, no había sido capaz de analizar la situación en un país donde España tiene enviados tropas bajo bandera de la ONU, donde su embajada ha sido atacada en más de una ocasión y donde durante este tiempo ha existido incluso un incidente de retención de españoles desplazados a Kinshasa por proyectos de adopción internacional. Procedemos entonces a saldar una deuda.

Cuando Kabila es disparado por uno de sus guardaespaldas el país congoleño está siendo nuevamente invadido por tropas ugandesas, ruandesas y de Burundi. Ya lo había sido anteriormente, pero esa vez todas habían asumido el liderazgo del propio Kabila en pos del derrocamiento del enfermo Mobutu. En el nuevo ataque la intención era derrocar el régimen de Kabila sencillamente porque éste había incumplido sus compromisos en el proceso de derrocamiento mobutista. Cuando Kabila llega a hacerse con el dominio de Kinshasa y por ende del Congo, además de renombrar el país –antes se llamaba Zaïre-, se olvida de las alianzas étnicas que habían conducido a su liderazgo. Marginando a unas etnias y utilizando políticamente a otras, Kabila aparta de su círculo decisorio a los aliados de Uganda, Ruanda y Burundi cometiendo el error de considerar poco peligrosas las respuestas de todos ellos. Además comete otro error: trata de renegociar las concesiones sobre recursos que había concedido a diversas empresas extranjeras durante una época, la de la guerra, en la que necesitaba liquidez y de la que jamás pensó que iba a ser tan corta. Planificando los contratos como si la liberación de Mobutu fuera a costar 15 años, y no previendo el derrumbamiento del castillo de naipes en apenas unos meses, Kabila empeño el futuro de su gobierno fuera de las élites étnicas de sus tres aliados y vecinos.

Kabila muere, y a le sucederá su hijo Joseph Kabila. El nuevo dirigente se verá en la necesidad de enfrentarse a un ataque desde el Kivu que, contrariamente a lo esperado, se divide en tres amplias zonas de influencia. Con uno de los frentes debilitado y el otro convertido en tres subgrupos enfrentados a sí mismos, la situación de la República Democrática del Congo queda pues a la espera de la voluntad de diferentes señores de la guerra quienes saben muy bien sacar provecho del conflicto. La Comunidad Internacional, esa voz que siempre acierta, se pasa años y años obteniendo concesiones de explotación de recursos en el país africano. Negocian con los señores de la guerra un suministro de coltan y otros minerales en los que el Congo es verdaderamente rico y los legalizarán cruzando la frontera hacia Burundi, Ruanda o Uganda.

Es el momento en que la situación está estancada. La vergüenza de un conflicto iniciado y sostenido por agentes internos e internacionales llega a ese otro mito de la sociedad civil global y termina por propiciar la cara buena e intervencionista de la Comunidad. Se crea, bajo el auspicio del Consejo de Seguridad de la ONU, el llamado Diálogo Intercongoleño (2001-2003) con la intención de sentar a esos negros y que se pongan de acuerdo para repartirse el pastel de una manera no violenta. Qué sería de África si el hombre blanco no la ayudase.

La solución encontrada para el reparto es básicamente la de un gobierno de unidad nacional en el que habrá un solo Presidente y cuatro Vicepresidentes, en representación en cada una de las facciones en guerra. El mensaje de la Comunidad Internacional es bien claro: legitima a aquéllos que han hecho la guerra en perjuicio de quienes optaron por no armarse. Con el gobierno de unidad se establece un calendario electoral con vistas al año 2006. Hoy hace un año de la segunda vuelta de estas elecciones que nunca llegaron a buen término por considerarse extrañas a los congoleños y congoleñas, impuestas por ese ente superior que es la Comunidad, y que sólo han contribuido para dividir aún más al país pues de sus resultados observamos una división entre las provincias del Este, a favor de Joseph Kabila, y el Oeste a favor de Jean-Pierre Bemba. A parte quedan las dos regiones del Kasai, que no se pronunció por ninguno de estos dos líderes.

Del proceso de democratización en el Congo podemos discernir los errores clásicos de los procesos del sistema internacional en África. En ningún momento de la intervención política se tuvieron en cuenta las causas de justicia, primando por entero la voluntad de no ofender a los combatientes, se deslegitimó la política a favor de violencia. No se permitió saldar las deudas de los crímenes de guerra a través de juicios ni se planteó la posibilidad de que los recursos naturales del Congo sirvieran para beneficio de la población y no de los países ricos.

Hoy día, después de los diálogos, de los envíos de tropas, de las elecciones a dos vueltas, de todas las buenas intenciones que la Comunidad Internacional ha tenido para enseñar a estos negros a ser civilizados resulta que tenemos una República Democrática del Congo en donde son los señores de la guerra, una serie de criminales, los que dominan el territorio y saquean los recursos que venden a buen precio a las empresas multinacionales.