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lunes, diciembre 20, 2010

Wikileaks y las Relaciones Internacionales

La ciencia de las Relaciones Internacionales, la politología experta en asuntos exteriores, sufrió en su día un duro golpe cuando fue incapaz de advertir las señales que provocaron la repentina caída de la Unión Soviética. Una disciplina cuya producción científica se sostenía, en su mayor parte, en el conflicto entre potencias y que tan sólo unos años antes del fin de la U.R.R.S. auguraba su victoria basándose en una supuesta superioridad militar y una potencialidad económica que luego no resultó tal. La Unión Soviética se hizo a sí misma el harakiri, dejando en ridículo a los sovietólogos y los politólogos internacionalistas. ¿Ha podido suceder lo mismo con Wikileaks?

En esencia, el escándalo Wikileaks es el desvelo sobre cómo funciona la diplomacia internacional. Escándalo tras escándalo, las mandíbulas de la opinión pública se resienten de mostrar asombro en cada telediario de la mañana. Pero, ¿es el fin de la política internacional tal y como la conocemos?

La respuesta a ambas preguntas es no. Ningún escándalo que pueda ver la luz a través de medios de comunicación hará caer un sistema diplomático y unas costumbres de esta comunidad tan particular que forman los Estados soberanos y sus políticos y funcionarios.

Tampoco es el fin de las actuales concepciones teóricas de las Relaciones Internacionales. Es cierto que, cuando se asiente el polvo de este escándalo, muchas de ellas podrán verse comprometidas o finiquitadas. Sin embargo no serán las teorías que mejor definen la vida internacional, sino aquellas de las que, ya sabemos, no se sostienen en casi ningún caso aplicado. Huntington seguirá equivocado, Fukuyama seguirá sin enterarse del todo y Hardt y Negri seguirán vendiendo humo. Pero seguirá habiendo quienes escriban para El Príncipe.

Sin embargo, estos días de escándalo ven cómo aquel vetusto libro de una profesora inglesa cobra más y más importancia. Nos referimos, claro está, a La retirada del Estado, de Susan Strange. La tesis que defendía la profesora Strange tenía esa sencillez que tienen las cosas cuando encajan. El mundo de los Estados ha pasado a mayor gloria a favor de un mundo en donde sí, existen Estados, pero en los que éstos han de convivir con cientos de miles de actores de diferente calado que, para bien o para mal, le han comido terreno. Quizás fuese éste un argumento no muy novedoso, pero la profesora añadió un concepto del poder en su discurso que es precisamente el que cobra todo el sentido en estos días de Wikileaks.

Susan Strange hablaba del concepto del poder estructural. Hasta entonces dos conceptos sobre el poder de los Estados se habían repartido las páginas de las revistas especializadas. Por un lado el soft power o poder blando, relacionado con la capacidad de Estados Unidos para convencer a sus aliados de que lo sean a través de acciones culturales o ideológicas. Concebido por el Profesor Joseph S. Nye, el poder blando es atribuido a las administraciones demócratas en Estados Unidos, llama al multilateralismo y a la creación del liderazgo internacional a través del comportamiento ideal y perfecto. Es un concepto de poder relacionado con la idea de que si los valores de un Estado son respetados o admirados por los demás miembros de su comunidad, provocará que éstos imiten su comportamiento. Es un poder no coercitivo.

Al otro lado de la mesa se encuentra el poder duro. Éste ha sido históricamente defendido, en su mayor parte, por los teóricos realistas de las Relaciones Internacionales. El poder duro consiste en la acción militar o el ejercicio de poder para lograr que los demás hagan exactamente lo que quieres que hagan. Está tradicionalmente atribuido a las administraciones republicanas y el unilateralismo.

Para Susan Strange, las teorías del poder duro o blando están impregnadas de una visión del poder como una prioridad de los actores de las relaciones internacionales. Sin embargo para ella, el poder que se ejerce es un poder estructural, que existe y se ejerce pero no desde un actor hacia otro, sino que está centrado en las relaciones de los actores. Es parte de un proceso social al que se someten los actores en el momento de relacionarse. En palabras de ella, el poder estructural consiste en

“La capacidad de una persona o de un grupo de personas para influir en los resultados, de tal forma que sus preferencias tengan prioridad sobre las preferencias de los demás” La retirada del Estado, pp. 38.

Es un poder que al estar centrado en las relaciones como un proceso social, muchas veces es ejercido de manera no deliberada y, por lo tanto, no excesivamente controlada. Es un poder sobre qué, no como una capacidad que se posee.

Lo que los cables desvelados por Wikileaks nos muestran es una administración norteamericana, sea demócrata sea republicana, preocupado con cada pequeño detalle político y económico que surja allá donde estén esas pequeñas 5ª columnas que constituyen sus embajadas. Una realidad mundial donde Estados Unidos domina y controla la política local de todos los súbditos del Imperio, no de una manera sutil –como dirían Hardt y Negri-, no de una manera coercitiva –que dirían los realistas clásicos-, no buscando la imitación y réplica de sus comportamientos –lo sentimos, Profesor Nye-, sino buscando influenciar cualquier decisión o actitud local a tomar a partir del entrevelado de sus intereses, buscando acceder a las estructuras políticas y económicas de los Estados y dejando ver cuál será la decisión apoyada por Washington.

Adiós, por tanto, a las políticas de discursos. Adiós al cinismo liberal. Adiós a las máscaras de los políticos locales. Lo que Wikileaks supone para la disciplina de las Relaciones Internacionales es el fin de cientos de discusiones sobre cómo y por qué se realizan ciertos actos de política internacional no centralizada. Supone la comprobación de que la Sociedad Internacional de hoy día es, más que nunca, un cierto Imperio, con diferentes escalas de poder, pero en el que un Hegemón –llamado Estados Unidos- que dispone de la política interna de sus iguales en derecho para la realización de sus fines, y lo hace entendiendo que todos los Estados están representados y gobernados por personas y que las personas son, lógicamente, influenciables ante la visión de algo más grande que ellas mismas dispuestas a apoyarles o a regañarles según tome una u otra decisión. Nada más, pero tampoco menos.

Ahora, los que nos dedicamos a las Relaciones Internacionales, podemos hacer como si Wikileaks no hubiera existido, igual que hicimos como si la Guerra de Kosovo no hubiera sido planeada para tapar un adulterio presidencial. Sin embargo, en nuestra responsabilidad para con la sociedad de la que formamos parte, más vale que no lo olvidemos y tengamos abiertos los ojos a la hora de interpretar la realidad. En ello nos jugamos nuestra credibilidad.