Foto CC de S J Pinkney |
Pero la historia de esta frase va más allá de la premonición perpetrada por
un aparentemente avezado político egipcio. No, lo que Boutros-Ghali estaba
haciendo no era un análisis en prospectiva, sino una declaración de intenciones
por parte del gobierno al que entonces representaba.
La cuenca del Nilo es compartida por nueve países africanos: Egipto, Sudán
(del Norte), Etiopía, Kenia, Uganda, Ruanda, República Democrática del Congo
(RDC), Tanzania y Burundi. Su gran caudal hace que sea de gran importancia para
la supervivencia económica y vital de cientos de miles de personas a lo largo
de todo su curso. Sin embargo, no todos pueden utilizar sus aguas.
Un acuerdo firmado entre las diferentes administraciones coloniales
británicas de la cuenca del Nilo reconocía a la administración británica de El
Cairo la facultad de decidir en exclusiva sobre sus aguas. Y un tratado firmado
entre Egipto y Sudán, repartiéndose entre ellos toda el agua que llevara el
Nilo. El primero firmado en 1929, el segundo en 1957. Bajo estos dos paraguas
legales, Egipto se ha considerado dueño histórico de las aguas del Nilo y ha
amenazado militarmente durante décadas la construcción de cualquier obra que
afectara al caudal. A su fuerza legal se añadían dos fuerzas más, la
diplomática –utilizada para bloquear cualquier intento de financiación
internacional de obras hidráulicas Nilo arriba- y la militar –constituyéndose
en el ejército dominante de la zona tras los acuerdos con Washington.
Esta situación de conflicto se intentó reconducir hacia la cooperación
entre todos los países de la cuenca. Se creó la Iniciativa de la Cuenca del Nilo (Nile Basin Initiative), un
mecanismo de negociación entre los nueve estados ribereños para renegociar el
uso del caudal y dirimir cualquier conflicto sobre los diferentes proyectos de
construcción planificados. La iniciativa se llevaba presentando durante más de
una década como el paradigma de la cooperación multilateral sobre cuencas, y
sin embargo su fracaso era estrepitoso. Cansados de toparse contra el muro
egipcio, que seguía ejerciendo su influencia diplomática y exhibiendo su
poderío militar, seis de los nueve países de la cuenca decidieron constituir un
mecanismo paralelo, el Acuerdo Marco de
Cooperación (Cooperation Framework Agreement), a través del cual se
repartirían de una manera equitativa los usos del caudal del Nilo y se
debatirían los proyectos que afectaran al caudal de otros estados ribereños. Se
trataba de la rebelión de Kenia, Uganda, Ruanda, Tanzania, Burundi y Etiopía,
encabezada por esta última y a la que probablemente se añada en un futuro la
RDC.
De este modo Etiopía reventaba el statu quo de la cuenca, ofreciéndose a
liderar el cambio que los otros países reclamaban. Addis Abeba ha sido capaz de
generar un cambio en la hegemonía de esta región a través del modelo económico
y político del difunto Meles Zenawi. Un modelo económico que combina la fuerte
Inversión Extranjera Directa (IED) de facilidades fiscales a la inversión y un
redireccionamiento de ésta hacia los sectores que más le interesan al Estado. Y
un modelo político que hace caso omiso de los llamamientos al respeto de los
Derechos Humanos, que continua con los desplazamientos forzosos de poblaciones
afectadas por obras hidráulicas o ventas de tierra y que, con mayor relevancia
internacional tras las elecciones de 2005, acalla la oposición a través de la
represión política y el exilio.
Al calor de la “guerra contra el terror”, Etiopía se ha convertido en eje
de la política de Washington en el Cuerno de África, interviniendo directamente
en Somalia y comprometiendo fuerzas de paz etíopes para el caso de una
intervención entre Sudán y Sudán del Sur o para el conflicto de la RDC. Todo
esto ha convertido a Etiopía en el país que mayor AOD recibe del África
Subsahariana, segundo en todo el mundo, a establecer planes para convertirse en
un país de renta media hacia mediados de la próxima década o a poseer un
ejército con una mayor capacidad de despliegue.
La fortaleza de Etiopía, tanto militar como diplomática y financiera, le ha
permitido anunciar la inminente construcción de una presa en el Nilo Azul. La
denominada presa del Renacimiento, situada casi en la frontera con Sudán del
Norte, será construida por empresa italiana que ya realizó el proyecto de la
presa del río Om –con desplazamiento forzoso y mal compensado de población
autóctona. El anuncio de esta construcción se realizó a mediados del año 2011,
aprovechando el momento de debilidad política interna de Egipto.
Sin embargo El Cairo, aun mermado, pudo reaccionar ganando tiempo y
solicitando la creación de un comité de expertos –una parte egipcios, otra
parte etíopes y otra parte independiente- que diriman si la presa del
Renacimiento afectaría a los caudales medioambientales y productivos del Nilo a
su paso por Egipto. Fuera de toda duda, se calcula que dichos caudales
tardarían de 3 a 5 años en recuperarse del impacto de la presa, pero la duda
está en qué pasará más allá, cuando la construcción ya sea un hecho y la
dependencia de El Cairo de las aguas del Nilo sea un arma controlada por Addis
Abeba.
Meles Zenawi, antes de su fallecimiento en agosto de este año, ya advirtió
que con informe positivo o negativo de la comisión de expertos –que ha de
resolver su discusión en los próximos meses- la presa del Renacimiento se
realizará de todas maneras. Etiopía considera el proyecto fundamental para su
desarrollo, en tanto en cuanto es una obra encaminada a la generación de
energía eléctrica, y no parece que el sucesor de Zenawi, Hailemariam Dessalgn,
vaya a hacerse a un lado ante las batallas que le plantee Egipto.
Sea como sea, el proyecto de la presa del Renacimiento constata el hecho
del cambio de hegemonía en la región a favor de Etiopía. El apoyo externo, pero
también la transición interna tras la muerte de Zenawi –pausada, a pesar de
contar con unos índices inflacionarios muy elevados y un elevado descontento de
la población- han permitido robarle terreno a Egipto tanto en el terreno
militar como en el diplomático. El Cairo, por su parte, realiza esfuerzos
diplomáticos para que la Comunidad Internacional interprete la construcción
unilateral de la presa como una agresión a los intereses vitales de Egipto y,
por tanto, pueda consentir la respuesta militar ante el proyecto. La debilidad
de Morsi, la necesidad de encontrar cohesión social en el Egipto de las
protestas –qué mejor que buscar un buen enemigo-, y la vinculación de la
construcción de la presa con la afectación de los intereses más vitales de cada
egipcio –el agua-, pueden terminar probando antes de tiempo la capacidad
militar de Etiopía para responder al reto de su hegemonía regional. Sería el
tiempo de desempolvar –por fin- la maldita frase de Boutros-Ghali y comenzar a
tomarse en serio los cientos de conflictos abiertos por las privatizaciones
salvajes del agua a lo largo y ancho de todo el mundo. Sería el tiempo de las
guerras por el agua.