AVISO

miércoles, abril 23, 2008

Los tiempos, están cambiando

Hubo un tiempo, siempre en pasado, en el que el vocablo tercermundista estremecía las conciencias de los poderosos occidentales. Este término, tercermundista, estaba lleno de rebeldía, de ímpetu por lograr un lugar propio en el mundo y evitar que la Historia creada por Occidente absorbiera a los más pequeños. El orgullo de pertenecer al Tercer Mundo, a esa zona del globo no dominada por las teorías modernas del capitalismo o del comunismo, permitía crear estructuras mentales diferentes, pensarse alternativa a los modos de vida impuestos por el sistema internacional y atreverse a levantarse de la mesa sin permiso del anfitrión.

Aquéllos eran los años 70. Cuando todo eso existía, cuando el Grupo de los 77 lo formaban setenta y siete estados deseosos de interrumpir al destino en mitad de su discurso, en otra parte del globo se cavaba su tumba. Fue a comienzos de los 80 cuando el Banco Mundial facilitó la idea del ajuste estructural, cuando los créditos pedidos en la década anterior empezaron a hacerse insoportables, cuando, en definitiva, África quedó a merced de otros. Una vez más. El fracaso de sus líderes y de sus respectivos proyectos de independencia quedaban era evidente.

La Historia siguió su curso y África permaneció en los márgenes de ella sin que nada pudiera hacer. De ser los protagonistas de la primera revolución mundial, del Nuevo Orden Económico Internacional, los estados africanos terminaron pidiendo la hora al árbitro y desmantelando cualquier sistema disponible. Pulsando ese botón de autodestrucción, los gobiernos africanos no supieron defenderse de los ataques del sistema financiero global encabezados por el Banco Mundial y el FMI y, poco a poco, empezaron a ver cómo su flujo de ayuda al desarrollo era cortado por los donantes, cómo dejaban de ser una prioridad con la caída de la estructura de la Guerra Fría.

Mientras, un estado que había pertenecido a esa élite del tercermundismo, que en 1967 se había proclamado abanderada de dicho movimiento, comenzaba su definitivo salto hacia la formulación de potencia mundial. China, el país anteriormente conocido como comunista, decidió girar su sistema en una dirección que supiera controlar. Sabiendo de la libertad que le da su tremendo y goloso mercado interno, consciente de que las sanciones políticas no serán aplicadas en su caso, China olvidó la transformación política y se centró en la económica. Un fuerte desarrollo económico permitió transformar las consignas de los líderes y, literalmente, convertir que hacerse millonario “fuese lo mejor del mundo”.

China ha aprendido de las relaciones con las potencias del mundo. Ha sabido imponer su estilo propio sistematizado en “no injerencia en asuntos internos a cambio de economía”. ¡Es la economía, estúpidos! Y ahora sigue la senda de sus predecesores y se fija en África como oportunidad para no desfallecer en su propósito.

El aterrizaje de China en África no ha sido todo lo brusco que cabría pensarse. El lugar común que tenemos en mente cuando hablamos de África nos impide ver que la historia de los intercambios chino-africanos ha sido larga. Hace ya mucho tiempo, por ejemplo, en que los trabajadores chinos emigraban a las minas africanas para realizar el trabajo que ni los propios africanos querían hacer. Sustituyendo a los esclavos recién liberados, los trabajadores chinos de sueldo barato y eficacia demostrada vaciaron muchas de las minas africanas por entonces abiertas.

Sin embargo es a partir del último lustro cuando China ve en África su oportunidad para seguir siendo competitiva. Trazando un camino paralelo al de las antiguas potencias coloniales, China se acerca a África para seducirla y lograr así la cesión de sus recursos. A finales del año pasado, por ejemplo, China puso encima de la mesa 5.000 millones de dólares para préstamos y créditos a los estados africanos así como prometió un fondo de otros 5.000 dedicado a la inversión china en el continente y aseguró que cancelaría una gran parte de la deuda que de ella depende. Esto, unido al intercambio comercial entre el continente y China, que ya en 2005 ascendía a 40.000 millones de dólares, hacen de China un fuerte competidor por los recursos africanos.

Pero, como en todo, los chinos tienen su propia manera de hacer negocios. Frente a los inversores estadounidenses y europeos, que llegan al continente cargados de sus millones pero provistos de aún más legislaciones sobre la calidad, peticiones de Derechos Humanos y prejuicios ante la manera de gobernar africana, China llega con la libertad del que desembarca por primera vez. Su propuesta de negocio no incluye ninguna reserva a la corrupción, los Derechos Humanos o la calidad de los productos. La no injerencia en los asuntos internos de los países africanos es uno de los principios que China lleva por bandera. Al gigante asiático no le gusta que se metan en cómo él maneja sus políticas internas, así que decide hacer lo mismo con sus contrapartes africanas cambiando la política de injerencia por una política de asociación e intercambio con el continente.

La luz verde para que los gobiernos interpreten su política como a bien quieran entender hace que África prefiera el dinero chino a los demás. China se sumerge así en sectores estratégicos tales como la telefonía rural, la agricultura y, sobretodo, la industria petrolífera. China no llega a África cargada de buenas intenciones sino de ansiedad por no quedarse atrás cuando su desarrollo económico sea mucho mayor que el actual. Por eso ve en el continente la forma más sencilla de situarse en el mercado de materias primas y llega a países como Guinea Ecuatorial, San Tomé y Príncipe, Congo, Sudán, Libia o Angola con el objetivo bien claro. De hecho, Angola ya es el mayor vendedor de petróleo a China, por encima de Arabia Saudí. Este juego estratégico se repite en Gabón e incluso en Nigeria, país donde su presidente ha llegado a declarar públicamente que es necesario “que China dirija el mundo”.

Aunque la cooperación económica se realiza a todos los niveles, incluido el militar con la venta de armamento o el primer envío de soldados chinos bajo el auspicio de NN.UU. –cascos azules chinos están en Libia-, además del mercado de los hidrocarburos China despliega por el continente africano su enorme capacidad constructora. Propone a los gobiernos africanos préstamos en condiciones muy ventajosas para la construcción de centrales de energía, de edificios emblemáticos y de otras grandes obras, pero su trabajo no para aquí. Además, China se empeña en construirlo todo ella misma, provocando que hoy exista un mínimo de 80.000 obreros chinos trabajando en África. Si China no pide condiciones políticas para cooperar, África no va a imponer tasas de contratación africana en los proyectos, como sí hace Brasil por ejemplo, y todo desemboca en 80.000 chinos construyendo infraestructuras en África mientras el africano observa cómo eso va creciendo a su alrededor.

La inversión China en África, vendida en muchos medios como una nueva oportunidad para el continente, es en realidad la necesidad de todo estado capitalista de salir al exterior para proveerse de todo aquello que su mercado interno no le facilita. La única diferencia, que la permite ser capaz de ocupar los espacios que Europa deja libres, como Francia con Costa de Marfil, es que China no tiene prejuicios morales y no mira a los ojos de aquél con quien negocia. Le da lo mismo qué se haga políticamente si económicamente se producen acuerdos y resultados. Y esto es una herramienta muy peligrosa en manos de unos líderes africanos legitimados por sistemas de neopatrimonialismo y alimentados, fundamentalmente, de aquellos dineros que encuentren en el exterior.

viernes, abril 18, 2008

Negritud de luto

Ayer, 17 de Abril de 2008, fallecía Aimé Césaire. Poeta, compañero del senegalés Senghor, Césaire fundó con éste el concepto de la Negritud y mantuvo una férrea postura anticolonial hasta el fin de sus días. Estamos un poco más huérfanos que antes.

Ustedes
Oh Ustedes que se tapan los oídos
Les hablo a Ustedes, hablo para Ustedes,
quienes
descuartizarán mañana, hasta las lágrimas, la paz apacentada de sus sonrisas

Para Ustedes quienes una mañana amontonarán mis palabras en su bolsa y tomarán a la hora en la que los hijos del miedo sueñan,
el camino oblicuo de las huidas y de los monstruos.

Aimé Césaire
(1913 - 2008)