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miércoles, noviembre 26, 2008

Vidas desperdiciadas, de Zygmunt Bauman

Poco académico pero tremendamente provocador. Así podíamos resumir este libro de Bauman que, en el año 2005, apareció encima de mi mesa una noche de primavera. La verdad es que no iba buscándolo precisamente a él. A Bauman se le reconoce el mérito de haber sabido reconocer ciertas dinámicas de nuestro estado postmoderno y, al tiempo, haber desgranado la Modernidad hasta límites insospechados. Su tesis sobre el nazismo, que refleja en el muy recomendable Modernidad y holocausto –libro que buscaba cuando me topé con Vidas desperdiciadas- aporta una luz capaz de descifrar las dinámicas del terror de ayer y de hoy. No era cosa de ellos, sino de nosotros.

Sea como sea, el libro comienza con otro libro, cosa que me encanta. Bauman habla de Las ciudades invisibles, de Italo Calvino. Para quien no lo haya leído o no lo conozca, es ése un libro de poesía en prosa. Calvino se dedicó durante muchos años a redactar pequeños fragmentos, de dos, tres o cuatro párrafos, sobre ciudades que contenían sólo una cualidad paradójicamente especial. Todas ellas llevaban nombre de mujer y su cualidad se convertía invariablemente en su virtud y en su defecto. La ciudad invisible que inspira a Bauman consiste en una que se muestra tremendamente limpia, pura. Sus calles son inmaculadas y jamás existe el menor desorden. Esto es posible porque encuentra, a sus espaldas, el terreno necesario para deshacerse de su basura y de sus cosas inservibles. Cientos de desperdicios se acumulaban tras de sí impidiéndola crecer y ahogándola en su modo de vida.

La bella referencia de Bauman a Calvino y el diálogo que esta ciudad le sugiere nos invita a hablar de la Modernidad y de su proceso migratorio y productivo. Para Bauman, parece claro que hablar de Modernidad hablamos del proceso productivo que conllevó el capitalismo. Su tesis consiste en que durante su formación, el capitalismo necesitó expulsar a los grupos de personas que le resultaban inservibles en su propio espacio físico. Europa, cuna de la Modernización, sacaba por mar y tierra a todos los indeseables y fundaba así mitos de progreso personal en los nuevos paraísos terrenales. América, Australia, Asia y también África, se mostraban como lugares en donde la pobreza vivida al arroyo de las fábricas podía dar paso a una riqueza inabarcable. Por supuesto, esto no era más que un mito, pero acompañaba el proceso inmigratorio de los europeos sobrantes y aligeraba la pobreza y la incubación de las enfermedades en un continente que necesitaba de la mano de obra justa para poder realizar sus sueños de expansión.

Con el asentamiento del proceso modernizador en Europa, nos enseña Bauman, el siguiente paso consistió en la expansión del modelo más allá de las fronteras físicas y de la conformación de un bloque occidental que por entonces abarcaba Europa –en mayor o menor medida desde los Pirineos hasta los Urales-, América del Norte y América del Sur. Particular casos estos dos últimos, hijos de la Modernidad fecundada por sus padres europeos que, si bien abrazaron los preceptos de libertad, igualdad y fraternidad, terminaron por tener Historias divergentes debido en parte a que la herencia de la división de poderes de los hermanos del norte no tuvo nada que hacer frente a la herencia caudillista de los hermanos del sur. Modernizados por tanto los países europeos y en parte también las Américas, el proceso de colonización de África y Asia sirvió, para Bauman, para seguir aligerando la presión de una población creciente que no quería más que comer y alimentarse en lugar de morirse y dejar ganar al rico lo que le pertenece.

Inmigrando a zonas donde ellos mismos podían ser los capitalistas, terminaron por crear los sistemas coloniales que ya son de sobra conocidos. Pero la Modernidad pareciera que es de todos y también los colonizados decidieron abrazarla. Con la independencia, todos querían su parte de Desarrollo –ese gran desconocido- y exigían su parte del pastel. Sin embargo, si el proceso Modernizador requiere de la eliminación de la población superflua del territorio a desarrollar, y no quedando ya ninguna zona del planeta sin modernizar previamente, ¿hacia dónde podrían esos nuevos procesos modernizadores expulsar a sus sobrantes?

Las puertas del movimiento poblacional no han estado abiertas para las dos direcciones nunca, y eso impediría, en la tesis –ya hemos advertido que nada académica y más bella que firme- de Bauman la creación de un verdadero Estado moderno en África y justificaría la necesidad de la inmigración misma. Las vidas desperdiciadas serían los totales de la población africana, asiática y, ahora, sudamericana, que ven cómo sus tierras son convertidas en el vertedero poblacional del Occidente moderno. Obligados a ser subdesarrollados porque hay subdesarrollantes en palabras de Vázquez-Montalbán.

El libro de Bauman es de esos que se recuerdan y que salen a colación en cualquier reflexión seria sobre los procesos migratorios o de desarrollo aún a pesar de sus dificultades académicas. Hay muchos hilos desde los que ir tirando como, por ejemplo, pensar a los cooperantes occidentales en los países del sur, como aquellos viejos pobres del estado moderno europeo, obligados a vivir fuera de Europa y a irse a la aventura, bajo mitos sociales tales como la solidaridad y el cosmopolitismo, por el simple hecho de que su sociedad moderna, espejo de la sociedad subdesarrollada a la que van a ayudar, no produce suficientes puestos laborales para una población con formación superior como la suya.