AVISO

miércoles, febrero 28, 2007

El imaginario colectivo

El arte es un reflejo de cada tiempo. O, puestos a ser más concretos, el arte es un reflejo de los gustos de cada tiempo. ¿Más concretos? El arte que destaca es un reflejo de los gustos y preferencias de aquellos colectivos sociales más favorecidos económicamente. Los pintores de otras épocas reflejaban el gusto de los Reyes y cortesanos de la época, no el gusto de los pueblos. Al menos el arte más valorado en su tiempo. Hoy podemos decir que Egon Schiele -de quien tienen un cuadro a la izquierda- lograba sacar la personalidad de todo aquel al que pintaba, independientemente de si el cuadro gustaba o no en su época –que por lo general no gustaba. Pero la realidad es que son las élites de cada lugar las que determinan qué arte es digno de ser reconocido y qué arte no.

El siglo XXI es el siglo de lo digital, de lo visual, y en él la fotografía cumple una labor muy importante. Ya no podemos saber si la fotografía que visionamos es una captura instantánea o si ha sido retocada por el photoshop –haciendo de la fotografía un arte más cercano a la pintura de lo que jamás podríamos haber soñado. La instantaneidad de la fotografía permitió en sus inicios llegar a conocer visualmente ciertos aspectos sociales que nunca antes habían sido conocidos por nadie excepto por los que los vivían. Susan Sontag –tan genial, tan añorada- dejó constancia por escrito en su libro titulado Ante el dolor de los demás [Alfaguara, 2003] las dudas y las necesidades emocionales de aquellos que veían en una fotografía el dolor que sufrían otras personas. La fotografía permitía transmitir emociones de una intensidad aún más alta que la pintura. No hacía falta entenderla y, por tanto, su credibilidad era total. Sontag relata las manipulaciones de los primeros reporteros de guerra estadounidenses, en la Guerra Civil norteamericana, retocando cadáveres, amputando miembros inertes a soldados muertos con el pretexto de lograr una foto de portada aún más impactante que la anterior. Una fotografía de estudio para reflejar y aprehender la realidad.

La fotografía es hoy, por tanto, uno de los grandes medios desde los que reflejar la visión de la realidad. Los intrépidos fotógrafos recorren sus países o el mundo entero con sus maquinitas y reflejan aquella visión que tienen de lo que ven. Pero una fotografía no tiene derecho de réplica y quizá por eso sufre constantemente de clichés y percepciones que, por estar en el imaginario colectivo, también es de suponer que estén en el imaginario del que fotografía. Cuando hace unas semanas Ottinger nos saludaba desde su blog y nos ponía delante de la cara la Fotografía del año, no pude sino sentir curiosidad por ver quiénes eran los premiados y por qué trabajos.

Una visita a la web de los premios –no reproduzco las fotos por no reproducir los clichés- nos lleva rápidamente a la mente la idea de que los fotógrafos buscan algo emocionante, algo distinto a lo que se pueda ver en este mundo civilizado de hoy. Buscan, por tanto, fotografiar a los salvajes, a aquellos que no tienen una vida moderna y ordenada como la nuestra. Quienes carecen de voz y voto en esta Globalización de una sola dirección, son retratados para el prestigio del que fotografía y sorpresa del mirón occidental. Y claro, uno de los lugares por excelencia para fotografiar es África.

Técnicamente, las fotografías sobre los africanos y africanas son, o en blanco y negro buscando resaltar esa sensación de obsolescencia, de pobreza y de falta de esperanza, o en colores muy vivos, como tratando de decir “de aquí procedemos nosotros”. O mejor, “de aquí procedíamos nosotros antes de inventar lo civilizado”. Porque como mensaje siempre quedan los rastros del salvajismo de Conrad. Lo insólito y lo especial de la fotografía es que no son nosotros. Es que hacen cosas que aquí no seríamos capaces de comprender. Es que tienen pensamientos inasumibles por todo hombre de bien. Y lo fotogénicos que quedan, madre mía.

Como he dicho antes, las fotografías no tienen más que una sola dirección. El fotografiado no se puede defender así que, como el soldado mutilado del que hablaba Sontag, no puede decir “¡Esperen, es que eso no es así!”

Fantasmas Balcánicos (I)

Condenar a un Estado es algo imposible en las Relaciones Internacionales. Las estructuras del Derecho Internacional están construidas de tal manera que permiten un juicio a las acciones de un legítimo –y no legítimo- gobierno pero en caso de resultar un veredicto contrario a los intereses de éste entonces todo depende de la última palabra del condenado. Es impensable este tipo de juicios en el ámbito nacional. Imagínense el juicio del 11M señalando a los culpables de los atentados y que éstos salieran en libertad porque, a última hora, ellos mismos sigan diciendo que son inocentes. En el ámbito internacional esto es posible gracias a un concepto que ha guiado las relaciones entre unos Estados y otros desde el siglo XVII: la Soberanía. Como un Estado es soberano sobre sí mismo, nadie se puede meter en lo que él hace. Es cierto que existen normas escritas sobre Guerra o sobre el cumplimiento de los Tratados a los que lleguen los Estados, pero la regla de la Soberanía sigue estando por encima de todo. Aunque esto, ya lo veremos dentro de unos días, está cambiando y la Soberanía

es ya algo que depende de las Organizaciones Internacionales. Al menos para los Estados menos fuertes dentro del Sistema Internacional.

Ayer se leyó la sentencia del Tribunal de La Haya en la que la demanda de los bosnios contra Serbia y Montenegro –entonces República Federal de Yugoslavia- por planificación y ejecución de genocidio contra la población musulmana. El tribunal no ha podido condenar a un Estado que, en efecto, era el responsable último de la organización de la masacre. El tribunal se escuda en que no fueron tropas serbias las implicadas en la devastación de Bosnia Herzegovina. Y en esto no les falta razón. La estrategia de Slobodan Milosevic, cabeza visible de Yugoslavia, fue tal que, durante todas las confrontaciones, logró no declarar la guerra a nadie. Si nos basamos en los análisis tradicionales y clásicos sobre las guerras, Yugoslavia nunca estuvo en guerra contra Bosnia o Croacia.

Milosevic había logrado hacerse con la presidencia de la República Federal de Yugoslavia cuando ésta estaba compuesta por lo que hoy es Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Serbia, Montenegro y Macedonia. El sistema de votos en el comité Federal era bastante sencillo. Un voto por cada República federada –Montenegro aún no era independiente y por lo tanto se integraba en Serbia- y otros dos por dos regiones autónomas: la Vojvodina y Kosovo. Milosevic suprimió la autonomía de Vojvodina y Kosovo asumiendo para Serbia el control de estos dos votos y dominando así el plano Federal. Haciéndose con el control de las estructuras Federales Milosevic abandonó la doctrina socialista para dar un giro serbonacionalista a toda la política federal.

El vuelco nacionalista de Milosevic provocó una reacción por parte de las facciones nacionalistas de las demás repúblicas. Los primeros en demostrarse dispuestos a romper la baraja que Tito había mantenido tanto tiempo unida fueron los eslovenos. La independencia de Eslovenia fue un hecho tras una guerra que duró una noche entre las milicias populares eslovenas y las tropas federales con el resultado de menos de una decena de muertos. Eslovenia se iba de la Federación aludiendo que era la república más próspera económicamente y que su crecimiento se veía lastrado por regiones pobres como Kosovo. Fin al principio de Solidaridad -¿les suena de algo?

Con la tarta del reparto abierta, los nacionalistas croatas y serbios se pusieron manos a la obra para asegurarse la mayor parte de la misma. La tarta, como no, era una plurinacional Bosnia-Herzegovina. En ella residían serbios, croatas y musulmanes –que se suponen que son los verdaderos bosnios en este cálculo macabro que hicieron Milosevic y Tudjman- en un proyecto multicultural que había logrado asentar una población extremadamente enfrentada hacía escasamente 60 años.

La estrategia de estos dos macabros líderes consistió en la creación de milicias nacionalistas encargadas de eliminar físicamente a la población enemiga de los territorios que se disputaban. El miedo también formaba parte de esta dirección y por eso hoy las televisiones de medio mundo tienen imágenes de ejecuciones masivas. Al llegar las tropas serbias o croatas a un pueblo bosnio, la población ya sabía que los hombres y niños en edad militar serían eliminados, que las mujeres serían violadas y que los supervivientes serían expulsados de lo que quedara de pueblo. Política de tierra quemada.

La diferencia entre Tudjman y Milosevic consistió en que Tudjman no ocultaba su implicación en este exterminio de población bosnia porque se sentía apoyado internacionalmente. El principal soporte que tenía era la recién unificada Alemania, presidida por Khol, quien había reconocido internacionalmente a Croacia cuando en todo el planeta no había nadie que se atreviera a legitimar a este filonazi y cuando la misma Unión Europea había condicionado su reconocimiento a cualquier nuevo Estado al cumplimiento de los Derechos Humanos. Milosevic, sin embargo, tenía que mostrarse a sí mismo como un autentico líder occidental y para ello sus relaciones con las masacres y sus ejecutores debían de ser tenues, más bien dirigidas hacia el interior de su país, hacia un mínimo de población nacionalista que, de violenta y radical, terminaba por atemorizar al resto de población serbia.

La Comunidad Internacional –es decir, los EEUU de Bill Clinton- se implicó en la solución de un conflicto que dividía a la Europa de Maastricht. La ONU envió a sus famosos Cascos Azules con la misión de mantener la paz entre las milicias croatas y serbias que se disputaban distintas regiones de Bosnia donde la población croata o serbia tenía una presencia importante. Estos soldados no podían disparar y se dieron casos, como Sebrenica, en los que directamente las tropas de la ONU –holandesas de nacionalidad- se retiraron amablemente de sus posiciones para que las milicias serbias eliminaran a toda la población musulmana.

Con la implicación estadounidense en el conflicto, rápidamente se buscaron interlocutores entre los distintos bandos. Aquel que sobresalió ante todos fue Slobodan Milosevic. El principal ingeniero de esta masacre, aquel que hizo girar la política socialista de la República Federal de Yugoslavia hacia un nacionalismo serbio que dio la mecha de salida para la desintegración de la misma federación, el mismo que proporcionaba armas a los halcones milicianos y que finiquitó el proyecto multicultural del Estado Bosnio, se convirtió en el verdadero valedor de la paz en los Balcanes para los EEUU. Los acuerdos de Dayton provocaron la división de Bosnia-Herzegovina en dos repúblicas dependientes, con dos presidentes, con dos capitales –Sarajevo y Banja Luka- pero con la perenne necesidad –aun hoy más de 10 años después de los acuerdos- de la tutela internacional.