AVISO

lunes, marzo 17, 2008

Contadores africanos

Bienvenidos a la semana en la que menos se trabaja del año. Al menos en España, la vista anda ya por el horizonte de la llamada Semana Santa, en donde los trabajadores de a pié libran los días jueves y viernes en unos lugares, viernes y lunes en otros. Es, por tanto, una semana de dos días y medio. Lunes, Martes y mitad del Miércoles porque el que no corre vuela y quien más y quien menos se escaquea el último día justo detrás del jefe –que se escaqueó aún antes.

Tras ese bonito arte del disimulo laboral –de gran raigambre en España-, viene la consabida huida hacia otras latitudes. Ya sea el mar, la montaña, el pueblo de la familia o el bar de la esquina –que es lo que les pasa a aquellos cuyo pueblo se llama Madrid-, la ruptura con la cotidianeidad de la semana laboral es enorme y aunque los fines de semana son sagrados, en vacaciones mandamos a la mierda hasta las costumbres más zánganas. Ante tal cantidad de tiempo libre, y sobre todo ante tal cantidad de atasco por la carretera, recomendamos -para quien no vaya conduciendo, claro- tres novelas de autores africanos que han salido más o menos recientemente. Esto es, podrán adquirirlas en el centro más cercano para no entretenerse si quiera en buscar la salida más próxima. Como quiera que el que aquí suscribe aún no las ha leído y, en algún caso incluso, aún no las ha comprado, sólo encontrarán una pequeña referencia literaria, que no una reseña de tomo y lomo como las de Destripando Terrones.

Empezaremos por la más antigua: Medio sol amarillo de Chimamanda Ngozi Adiche. Este libro, de más de 500 páginas, se publicó a mediados del año pasado por Random House Mondadori y narra la historia de Nigeria en la década de los 60 del siglo pasado –sí, lo siento pero ya no somos de este siglo. La guerra de Biafra viene estupendamente explicada y sirve a su vez para la presentación de unos personajes al borde de sus sentimientos. Llevados a situaciones de extrema crudeza, los personajes de Adiche nos mostrarán una realidad inmersa en el conflicto que asoló aquella tierra africana pero sin caer en el victimismo o la indolencia. Las relaciones post-coloniales se muestran tan crudas como lo fueron y pone al lector frente al espejo de sus propios miedos. Muy recomendable esta novela que ganó el Premio Orange de 2007 y que podremos adquirir al módico precio de 22,90€ ¡casi ná! Pero no se me asusten, que los otros dos que vienen a continuación son incluso más caros.


Hacia finales de Enero de este año, Alfaguara publicaba la nueva novela de Ngugi wa Thiong´o titulada El brujo del cuervo. Este escritor keniata, exiliado desde hace ya bastantes años, ha representado lo mejor de su generación literaria en África. Utilizando la tradición cuentista africana, Thiong´o nos narra la historia de la ficticia República Libre de Aburiria. Huelga decir que de Libre, la República tiene sólo la retórica, pues el gobierno del país es custodiado por un dictador, paradigma de esos Payasos y Monstruos que describía perfectamente Sánchez-Piñol. Éste tiene controlada la República debido a su inmensa sabiduría. Sin embargo el pueblo no le aguanta y tiene un plan para acabar con él. Thiong´o mezcla los elementos africanos a la perfección y consigue mostrarnos una política cruel, dominante, dura y áspera y una sublevación donde el misticismo y la magia tendrán mucho que ver. Va a ser todo un descubrimiento y esperemos no equivocarnos pues los 27€ del ala -del cuervo, sin duda- que hay que pagar para hacerse con esta novela de 712 páginas no son moco de pavo.


Y finalmente, la última recomendación de hoy. Un autor africano ya conocido por los lectores de este blog: Alain Mabanckou. Su nueva novela, publicada en Alpha Decay como la anterior Vaso Roto, se titula Memorias de puercoespín, se hizo con el Premio Renaudot. Sí, como lo leen, Monsieur Mabanckou fue finalista en el año 2005 con Vaso Roto y ganador de la edición de 2006 con este título que hoy nos ocupa. Vamos, ni que fuera gay y presentara un programa de sobremesa -¡Uy, que lo han quitado! Memorias de puercoespín convierte en novela una fábula africana según la cual cada uno de nosotros tenemos un doble en un animal. Es evidente que el protagonista, llamado Kibandi, tiene en un puercoespín a su doble. Lo que ocurre es que es un puercoespín muy singular, pues va asesinando a la gente con sus espinas por donde quiera que va. Conociendo como conocemos a Mabanckou, las situaciones prometen ser muy divertidas a la vez que intensas. De las tres recomendaciones, este es el único que garantiza el acabarlo y empezarlo en las mismas vacaciones de Semana Santa, pues son tan solo 141 páginas. Eso sí, el precio sigue subido al estante de los tomates: 23€. Nada más y nada menos que a más de euro y medio cada diez páginas.

Pero en fin, ¿qué serían las vacaciones sin esos gastos extra que nadie quiere hacer, todo el mundo hace, y sólo algunos se arrepienten? Además, por 22,90€ viajamos Nigeria –no les cuento lo caro que están los vuelos hasta allí, que no llega Ryanair-, por 27€ nos trasladamos a un universo paralelo, donde el realismo mágico de Thiong´o nos enseñará a entender la política en África, y por 23€ nos cuentan una fabulita fabulosa -¡qué bonita redundancia!- mientras nos enseñan que en África también se hacen novelas policiacas. ¿Qué más pueden pedir?

Buen viaje.

lunes, marzo 03, 2008

Demasiado Sol, para esta época del año

La seguridad del mundo bipolar se establecía en la posibilidad de conocer quién era peligroso y desde dónde venía. Saberse enemigo de alguien previene frente a los métodos habituales y conlleva un sensible esfuerzo de innovación a realizar por parte de los amenazadores. Georgi Markov debía de pensar lo mismo cuando se decidió a criticar al gobierno comunista de su país, Bulgaria.

Markov empezó siendo un prometedor literato búlgaro. Sus obras iban logrando el beneplácito de la crítica y esto no pasó inadvertido para “Tato”. Éste y no otro era el sobrenombre de Todor Zhivkov, Secretario General del Partido Comunista y Presidente de Bulgaria. Tato tenía una gran red de autores afines al régimen y ese círculo se daba en llamar la Unión de Escritores Búlgaros. Si no se pertenecía a esa unión las posibilidades de dedicarse a la literatura en un país como Bulgaria eran remotas y Markov tuvo suerte de ser aceptado dentro de ella en el frío invierno de 1962. Su novela “Hombres” había cosechado mucho éxito y gracias a ello sus obras teatrales, sus libros y sus artículos resultaban interesantes a los miembros de la nomenclatura.

Sin embargo Georgi Markov comenzó a ver más allá de la vertiente idílica que el compromiso político requerido proporcionaba. A pesar de que Bulgaria disponía de una política comunista un tanto diferente de las directrices soviéticas, Markov no terminaba de dejarse llevar por las contradicciones que ese sistema imponía. Eran tiempos de Guerra Fría servida sin guarnición, la discrepancia estaba automáticamente señalada como disidencia y tener un carnet que te hacía parte del sistema no te aseguraba ni un paso en el camino de la crítica.

Para él, que el régimen comunista se dedicara a financiar inmensas mansiones donde residía el presidente de turno, Todor Zhivkov, mientras el pueblo búlgaro sufría escaseces era una contradicción que no casaba con su patriotismo. Terminando por ser señalado, Markov tomó la dura decisión de escapar de su país durante un tiempo. Acomodado en la casa de su hermano en Italia, Markov esperó un tiempo para comprobar si el régimen aflojaba la soga en torno a su cuello, para ver si podría volver a ser un escritor búlgaro aunque discrepara. Lejos de todo eso, el régimen comunista anuló su pertenencia a la Unión de Escritores Búlgaros, retiró sus obras de los teatros y prohibió sus libros. Si un escritor no puede escribir ¿en qué se convierte?

Aquejado de un profundo sentimiento de añoranza, Markov se decidió a emprender una nueva vida allí donde ésta le ofreciera algo. Como tantos otros, acabó en el Londres de los años 70. Allí se esforzó decididamente por comprender la lengua y logró entrar como periodista en el servicio búlgaro de la BBC de Londres. La oportunidad de poder servir a su Bulgaria y, a la vez, ajustar cuentas con el régimen que le había dado todo para luego quitárselo ya estaba servida. Pero no todo iba a ser tan fácil.

Si la Guerra Fría se caracterizaba por algo era por el profundo rencor hacia la crítica que ambos bandos sentían. Para Zhivkov, las críticas de Markov eran de carácter personal y estaba decidido a silenciarle de una vez por todas. Así, dos fueron las veces en las que la policía política búlgara, la temible Darzhavna Sigurnost, trató de asesinarle en Londres y dos fueron las veces en las que Markov salvó la vida por los pelos. Dicen que siempre hay una tercera vez, y que ésta es la vencida.

Georgi Markov se disponía a acudir a su trabajo en la BBC. Como cada ciudadano del Imperio Británico, Markov hacía cola en una mañana londinense en espera de que el autobús de dos pisos parara a recogerle. Esperando en la parada del puente Waterloo sobre el Támesis, miraba el reloj impacientemente. Era el día en el que Zhivkov cumplía años y estaba seguro de que alguna noticia nueva encontraría al llegar a la redacción. De pronto, sintió un golpe en su muslo derecho. Como sorprendido por la brutalidad del choque casual, Markov se giró y se encontró a un hombre con un paraguas quien, muy educadamente y con un acento un poco extraño le sonrió y le dijo “I´m sorry” (“lo siento”) mientas se encogía de hombros y levantaba las cejas en señal de su fatal impericia.

Al llegar a la redacción, Markov comentó con un compañero el incidente y se lamentó de que el golpe le hubiera dejado una pequeña marca en su pierna derecha. Sin darle mayor importancia siguió trabajando como cualquier día hasta que a la tarde llegó a su casa. Cansado y sudoroso, Markov comprobó que tenía fiebre y que comenzaba a sentirse mareado, a tener nauseas. Su situación empeoró hasta que su mujer se decidió llevarlo al hospital. Allí nadie podía decirle qué es lo que le sucedía. El diagnóstico se hacía esperar mientras su salud empeoraba rápida e irremisiblemente. En mitad del sufrimiento, Markov recordó el asunto del paraguas y la herida en la pierna. Relacionó aquello, como no, con los intentos de asesinatos frustrados por parte del régimen búlgaro y logró que le llevaran a la habitación a un par de agentes de Scotland Yard. Les expuso la teoría de que había sido envenenado y que el extraño acento del individuo con el que había chocado era la prueba irrefutable de ello. Los agentes no le dieron mayor importancia pero, al tercer día de estar ingresado, Markov fallecía estrepitosamente sin que los doctores hubieran localizado al culpable de tan espantoso dolor. En estos casos, el diagnóstico más acertado es el que dan los forenses y fueron ellos los que le dieron la razón a Markov.

En lo profundo de la pequeña herida de su muslo derecho, los forenses encontraron una pequeña esfera hueca con orificios alrededor de ella. La esfera tenía 1,52 milímetros y estaba compuesta de una aleación de platino (90%) e iridio (10%). En su interior se encontraron restos de ricina, una de las sustancias más tóxicas conocidas en el mundo y que se extrae del ricino. Los síntomas que Markov presentó coincidían con la intoxicación por ricina y los motivos de su muerte se aclararon. Aunque no hubiera sido el forense quien descubriera la causa de la enfermedad que aquejó a Markov, nada se hubiera podido hacer para salvarle pues aún no se conoce antídoto ante este veneno y el único tratamiento válido es saber esperar a que el paciente se sobreponga por sí mismo.

Poco tiempo después, otro disidente búlgaro residente en París fue tratado de asesinar de forma parecida lo que terminaba de completar el círculo de sospechosos en torno al servicio secreto búlgaro. Sin embargo, al acabar la Guerra Fría y desclasificarse los archivos de Moscú, se pudo comprobar que la KGB fue la encargada de ayudar a Zhivkov y darle ese regalo de cumpleaños, asesinando al disidente Georgi Markov con ricina y un paraguas en lo que se ha dado en llamar: el asesinato del paraguas.