Imagen de dellhunk |
Pero la negritud
de Obama ha resultado no ser tal. A pesar de que nada más
llegar a la presidencia Obama visitara El Cairo y Accra y contagiara así su
optimismo, la realidad de la intervención de Washington en el continente
durante estos años es otra. Obama tardó casi un año en fijar su política frente
a la Unión Africana, y casi cuatro en lograr publicar un documento de política
sobre África Subsahariana. Su política de gestos que no se ha traducido en
documentos o acciones de impacto.
La misma estrategia para África Subsahariana que, de haber perdido Obama contra Romney nunca
habría podido implementar, establece cuatro ejes de actuación –democratización,
oportunidades económicas, paz y seguridad y desarrollo- que en el fondo se
traducen en dos. Y es que Obama sitúa a África Subsahariana como un actor
fundamental en la economía y la seguridad de la comunidad internacional.
En la guerra económica, Washington ha perdido protagonismo como inversor en
el continente. Hasta el punto de que desde 2009 China supera a Estados Unidos
como mayor inversor. Esta pérdida de protagonismo ha venido acompañada de la
implementación de la African
Growth and Opportunity Act (AGOA), creada por la Administración Clinton en 2000, potenciada por Bush
durante su mandato y que ahora Obama pretende reformar. Esta herramienta
promueve la inversión estadounidense en África Subsahariana, y no ha tenido
impacto a la hora de convertir ésta en una inversión más sostenible y que
promueva el crecimiento interno.
En cuanto a la guerra militar, el puesto de mando para África Subsahariana,
el AFRICOM, nunca ha estado del todo desarrollado. Atrapado en la política
militar de un Estado que ha tenido dos guerras abiertas, el AFRICOM se ha
dedicado a formar y armar a los ejércitos locales con el combate a los grupos
terroristas como principal objetivo. El reciente acuerdo de Washington con
Níger para establecer una base africana de drones
responde a la coyuntura actual en Mali, pero también a la fuerza que está
tomando Boko-Haram en Nigeria.
Frente al abandono escénico al que, durante sus primeros cuatro años, Obama
ha sometido al continente la Secretaria de Estado Hillary Clinton se ha puesto
manos a la obra. La ofensiva de Clinton por recuperar la imagen de Estados
Unidos en el exterior y trazar nueva alianzas diplomáticas la ha llevado a
visitar 23 de los 54 países del continente. Entre sus hitos está el apoyo al
nuevo gobierno de Somalia, reconociéndole como legítimo –hecho que no pasaba
desde 1993- y apoyando su
indivisibilidad frente a las regiones secesionistas. También ella ha sido
decisiva en el proceso que finalizó con la división de Sudán en dos Estados y
deja el camino encauzado para que el conflicto en la fronteriza región de
Abiyei se resuelva formalmente con otro referéndum.
Clinton ya tiene nombrado sucesor, el excandidato a la presidencia John
Kerry, quien a priori debería mostrar cierta sensibilidad hacia África al estar
casado con una mozambiqueña formada en universidades sudafricanas. Kerry tendrá
que lidiar con la sombra de Clinton y una figura presidencial que, poco a poco,
parece querer priorizar su presencia en la política africana estadounidense.
Estos días hemos visto cómo Obama sedirigía a la nación keniata, de donde era originario su padre, para pedir
unas elecciones presidenciales sin violencia.
Estamos tan sumergidos en el día a día de la crisis global que hemos
consumido una legislatura de las dos de Obama casi sin darnos cuenta. Y no ha
surgido un verdadero cambio del orden global. Los problemas son los mismos que
en el mandato Bush, las respuestas se le parecen, y no conseguimos quitarnos la sensación de
estar perdiendo muchas oportunidades. El cambio de halcones por palomas no ha
sido suficiente.
La gestión de la política interna, principal mandato de Obama, no debería
servir de justificación para evaluar el impacto de las nuevas acciones
estadounidenses en África Subsahariana.
Las segundas legislaturas, especialmente el final de éstas, son
habitualmente utilizadas por los presidentes para intentar modificar la imagen
exterior que se tenía de ellos. Obama finalizará en 2016, un año después de la
fecha límite para diversas metas internacionales y todo apunta a que las buenas intenciones de Barack terminarán
por imponer un nuevo pacto blanco
como el pacto del Milenio que, pensado para ser incumplido, sitúe a África
Subsahariana en el foco de una política espectáculo internacional que no tenga
verdadero impacto en el día a día de los africanos y las africanas. Al final el
profesor Ake puede volver a tener razón: la prioridad no es el desarrollo del
continente, por muchos documentos estratégicos que nos encarguemos de diseñar.