Foto de Nacho Facello |
Los atentados como el de
la semana pasada en Niza, o los de París o Bruselas, entre otros, pueden
parecer un hecho excepcional si nos conformamos con nuestra visión
eurocentrista. Si lo hacemos, pensaremos que la única estrategia para combatir
hechos como los que nos ocupan pasará por la guerra abierta y el conflicto
militar directo. Hollande, presidente francés, lo ha hecho así. Imitando a
Bush, ha elegido que la respuesta fallecidos por ataques yihadistas sean las
imágenes de cazas franceses bombardeando Siria –y a quienes aún viven allí.
Pero, por mucho que nos conmueva, los atentados como el de Niza no son un hecho
aislado sino fruto de un problema global que está íntimamente relacionado con
el sistema de relaciones internacionales que los gobernantes han ido
construyendo a su paso. No se trata de halcones contra palomas, de realistas
contra idealistas o de pragmatismo contra buenismo.
Se trata de abordar los problemas en sus múltiples dimensiones. De no hacerlo
así, el yihadismo y los atentados masivos, de alta o baja intensidad, han
venido para quedarse en nuestras vidas. Ya podemos comenzar a asumirlo.
La búsqueda de soluciones
para problemas complejos requiere de análisis complejos, y no cálculos
demoscópicos sobre la imagen del presidente de turno. La respuesta al yihadismo
tiene que ser holística, tiene que combinar acciones de carácter militar con
acciones de carácter político, pero sobre todo tiene que modificar nuestra
política exterior a la vez que cambia nuestros sistemas políticos. Europa
Occidental no salió de la oleada de terrorismo de la segunda mitad del siglo XX
gracias a una ofensiva militar y policial, sino a unos cambios políticos y
sociológicos que deslegitimaron la lucha terrorista. En este sentido, aquí van
algunas claves que aportar al debate.