Foto de Nacho Facello |
Los atentados como el de
la semana pasada en Niza, o los de París o Bruselas, entre otros, pueden
parecer un hecho excepcional si nos conformamos con nuestra visión
eurocentrista. Si lo hacemos, pensaremos que la única estrategia para combatir
hechos como los que nos ocupan pasará por la guerra abierta y el conflicto
militar directo. Hollande, presidente francés, lo ha hecho así. Imitando a
Bush, ha elegido que la respuesta fallecidos por ataques yihadistas sean las
imágenes de cazas franceses bombardeando Siria –y a quienes aún viven allí.
Pero, por mucho que nos conmueva, los atentados como el de Niza no son un hecho
aislado sino fruto de un problema global que está íntimamente relacionado con
el sistema de relaciones internacionales que los gobernantes han ido
construyendo a su paso. No se trata de halcones contra palomas, de realistas
contra idealistas o de pragmatismo contra buenismo.
Se trata de abordar los problemas en sus múltiples dimensiones. De no hacerlo
así, el yihadismo y los atentados masivos, de alta o baja intensidad, han
venido para quedarse en nuestras vidas. Ya podemos comenzar a asumirlo.
La búsqueda de soluciones
para problemas complejos requiere de análisis complejos, y no cálculos
demoscópicos sobre la imagen del presidente de turno. La respuesta al yihadismo
tiene que ser holística, tiene que combinar acciones de carácter militar con
acciones de carácter político, pero sobre todo tiene que modificar nuestra
política exterior a la vez que cambia nuestros sistemas políticos. Europa
Occidental no salió de la oleada de terrorismo de la segunda mitad del siglo XX
gracias a una ofensiva militar y policial, sino a unos cambios políticos y
sociológicos que deslegitimaron la lucha terrorista. En este sentido, aquí van
algunas claves que aportar al debate.
1. Cortar la venta de armas.
El control de armas y de
la industria armamentística no funciona. Europa Occidental arma a los regímenes
que financian el yihadismo internacional. Y lo hace sin rubor. España, por
ejemplo, exportó en 2013 algo más de 230 millones de euros en armamento a la
región de Oriente Medio.
Los diferentes gobiernos
democráticos de España no han dudado en apoyar la expansión de la industria
armamentística española en Oriente Medio, aún a riesgo de contribuir a la
inestabilidad de esta región altamente conflictiva y dominada por dictaduras. A
esta estrategia ha contribuido la Casa Real, con varios viajes diplomáticos
acompañados de empresarios del sector de la seguridad. Es decir, estamos ante
una política de Estado, la de armar a los diferentes bandos de Oriente Medio.
Contribuimos a que aquella tierra sea una tierra quemada, a la represión de
ciudadanos y movimientos políticos democráticos en la región. Yemen, Bahréin,
Siria… son conflictos en los que intervenimos de una manera determinante,
aunque nos cueste ver nuestra intervención. Y está claro que es una política de
Estado, porque es un hecho que no ha cambiado con ningún gobierno o jefatura
del Estado.
Además, España también
dispone de eso que Roosvelt denomino complejo
industrial-militar. A nuestra escala, evidentemente. Pero la muestra más
clara es el nombramiento de Morenés como Ministro de Defensa. Un exdirectivo de
empresas armamentísticas dirigiendo al mayor contratista estatal, a la
institución que debe autorizar cualquier transacción internacional del sector
privado. Así nos va. Así les va.
Si no somos capaces de
formular una política de Estado que cambie radicalmente con nuestro
posicionamiento en este aspecto, que libere al gobierno de sus ataduras con el complejo industrial-militar, al tiempo
que promovemos el control internacional de armas, no estaremos contribuyendo al
fin del yihadismo, como parece que queremos hacer.
2. Bloquear el flujo del dinero.
Hoy por hoy es Daesh lo
que nos preocupa. Antes era Al-Qaeda. Y entre medias, los diferentes grupos
armados yihadistas. Repasar esta lista puede parecer ridículo, porque llevamos
relativamente poco tiempo combatiendo contra uno de estos enemigos cuando ya
nos tenemos que preocupar del otro, y el que nos ocupaba hasta entonces comienza
a desaparecer. Cambia la nomenclatura, las formas y quizás hasta los escenarios
físicos, pero persiste el problema. Aún hay más grupos yihadistas muy activos.
Está Boko Haram, está Al-Shaabab… y están las quintas columnas, de las que hablaremos luego. En definitiva lo que
pasa es que no abordamos el problema en su conjunto.
Podemos bloquear las
cuentas de Al-Qaeda, o las de Daesh… pero lo importante es cerrar el grifo
wahabista que las abastece. Necesitamos aislar a las dictaduras árabes que
reprimen con nuestras armas y a las que les compramos todo el petróleo que
podemos. Pero eso tiene el peligro del colapso de nuestras sociedades, yonkis
del oro negro.
Aislar a Arabia, por
ejemplo, comportaría perder capacidad energética en un momento en el que, si se
trata de una acción combinada, el petróleo subirá de precio. Para poder
afrontar este paso, cada Estado necesita reducir su dependencia del petróleo.
Es la hora de la revolución verde. Si no para salvar el planeta, para acabar
con el yihadismo.
En la medida en que
consigamos depender menos del petróleo, podremos atajar los conflictos
wahabistas y ganar la guerra ideológica. Sin hacer desaparecer el petróleo de
nuestras economías, seguiremos estando secuestrados por los wahabitas.
3. Ayudar a las resistencias internas.
Tanto Daesh, como las
dictaduras arábigas o los territorios controlados por terroristas tienen poblaciones
que están ofreciendo resistencias de diverso tipo. Se trata de apoyar la
resistencia y los movimientos democráticos de estos países. Y de hacerlo
económica, política y militarmente. Y cuando decimos militarmente, lo hacemos a
través de tropas terrestres internacionales al servicio de los intereses de la
población civil, no al servicio del jefe militar que lidera la misión, ni al
servicio del grupo de países que envían tropas.
Y, tan importante como
apoyar a estos grupos democratizadores y resistentes durante la caída de cada
régimen, es no imponer una visón tecnócrata y liberal de democracia y de
sistema económico una vez haya pasado todo. Que cada pueblo encuentre su forma
de organizarse, en lo político y en lo económico, siempre garantizando los derechos
económicos, sociales y culturales, al tiempo que los políticos.
Hacemos esta advertencia
porque es frecuente que se piense que la solución a un conflicto consiste en la
reconstrucción del Estado existente anteriormente y que, obviamente, fue el que
no supo canalizar el conflicto. Y también porque todo el complejo de
construcción de paz que la sociedad internacional implementa hoy día está
fuertemente basado en el capitalismo de libre mercado y la democracia liberal,
impuestos ambos desde la lógica donante-receptor –se pueden leer los libros de Itziar Ruiz-Giménez Arrieta, o de Mark Duffield para una buena advertencia sobre qué no hacer a
la hora de reconstruir tras la guerra.
4. No ayudar a criminales de guerra.
En la misma línea, si lo
que pretendemos es ayudar a las poblaciones a autogobernarse y que pasen sobre
el conflicto, no podemos obligarles a que acepten a criminales de guerra como
miembros legítimos de su sociedad.
No podemos restaurar a Al
Asad como si nada de lo que hubiera ocurrido en Siria estos años hubiera
pasado. No podemos crear macrogobiernos exógenos de transición que den cobijo a
quienes se han ganado un nombre asesinando y persiguiendo a la población civil.
Las sociedades, aún en
sus peores momentos, tienen líderes que han renunciado a la violencia. Se trata
de prestarle todo el apoyo internacional posible para que puedan ver su voz
imponerse sobre las balas.
Aquí es donde cada vez es
más importante el encuentro entre sociedades civiles de todos los países. La
construcción de un contrapoder global se hace en base a la construcción de
contrapoderes sociales en cada Estado particular. Quizás sea hora de crear ONG
que, en lugar de luchar por construir –necesarios- pozos, construya vínculos
entre movimientos de base de otras latitudes.
5. Apoyar a las fuerzas milicianas kurdas.
En este sentido, hay un
actor clave dentro del conflicto con DAESH que ha sido deliberadamente
abandonado por la política europea en la región. Las milicias kurdas son lo más
parecido a un movimiento social que puede existir en la zona. Llevan mucho
tiempo combatiendo en el terreno a DAESH, al que se le ha añadido el ejército
turco. Atrapados entre dos actores que pretenden su eliminación total para
conseguir eliminar el peligro de división del Estado turco o la consolidación
del territorio islamista.
6. Permitir la libre llegada a Europa a los
refugiados y refugiadas.
Si bien el derecho a la
libre migración por motivos económicos –un derecho inalienable de cualquier
persona- exigiría de la sociedad europea un nivel de empatía para con las
sociedades perdedoras de la globalización que, hoy por hoy, es inalcanzable,
recuperar el sistema de refugio y asilo que, hasta hace poco más de 20 años
existía, sí que es posible.
En ese sistema de refugio
y asilo surgido del fin de la Segunda Guerra Mundial, y que los gobiernos
liberales han ido limando durante décadas hasta hacerlo inviable, las personas
no debían hacer miles de kilómetros por tierra o jugarse la vida por mar para
alcanzar territorio europeo. Estamos hablando de la Directiva 2001/51/CE,
la cual impide que las personas perseguidas se suban a un avión camino de un
país de la UE. Lo explica muy bien este
video.
7. Abrir nuestras
sociedades a los refugiados.
Foto de Metropolitico |
La política europea
contra los refugiados -sí, contra los refugiados- ha convertido en socio de
honor de la UE a un país tan represor como Turquía. Más aún después del extraño
Golpe de Estado de este fin de semana. Urge un cambio en la gestión de la
crisis de refugiados en territorio europeo, y ha de ir acompañado de un abandono
de los apoyos a Erdogan y su régimen represor de libertades y atacante del
pueblo kurdo.
La acogida de refugiados,
más que como elemento mercadotécnico que alguno ha sugerido –con el supuesto de
que mejoraría la imagen de maltrato de los gobiernos europeos al pueblo
islámico o árabe- ayudaría a establecer un marco de derechos y legitimará otras
acciones subsecuentes de los gobiernos europeos –como algunos de los puntos
propuestos aquí.
Por otra parte, abandonar
a Erdogan y ayudar al pueblo turco a levantarse contra el régimen opresor
impuesto desde Ankara, y contra el manu
militari que otros sectores quieren imponer, permitiría que las milicias
kurdas retomaran el objetivo de desterrar al DAESH y liberaría las manos en la
región a los gobiernos europeos, que ahora ven limitados sus movimientos por su
atadura a Erdogan en la política anti-refugiados.
8. Incorporar a las
poblaciones islámicas a nuestro sistema político y social.
¿Cuántos comentaristas o
articulistas en los medios de comunicación –públicos o privados- son
musulmanes? ¿Cuántos son inmigrantes o han solicitado refugio? ¿Cuántos de
ellas son mujeres? La opinión pública está dominada, generalmente, por hombres
blancos que se dividen en dos grupos: liberal-conservadores y
progresistas-solidarios. Si el primer grupo pretende hablar en nombre de la
sociedad de acogida –o más bien la sociedad de rechazo-, el segundo loa las
iniciativas solidarias basándose en un principio de justicia. Pero ambos
coinciden en una cosa: no reflejan la voz de los musulmanes que viven entre
nosotros.
Podemos hablar todo lo
que queramos sobre el esfuerzo que deben hacer las personas musulmanas para
integrarse en nuestra sociedad, pero la realidad es que somos nosotros quienes
no las dejamos integrarse.
Permitir que la opinión
pública tenga acceso a una diversidad de puntos de vista y de diferentes modos
de vida es tan sencillo como que la radio y televisión pública incorpore
tertulianos islámicos, árabes, subsaharianos, que ya viven entre nosotros. Tan
sencillo como que un diario cuente entre sus columnistas habituales a nombres
del sur político de este planeta. Si nos entusiasman los artículos de Owen
Jones, y nos volvemos locos con las cuatro ideas políticas de Varoufakis, ¿qué
no daríamos por conocer la opinión semanal de gente como Amin Maalouf o Nawal
Saadawi?
También es importante
mirar la composición de los parlamentos y demás instituciones democráticas.
¿Cuántas personas musulmanas hay como representantes? ¿Cuántas personas del sur
político? Que las fuerzas políticas, de la nueva o de la vieja política,
incorporen personas de otras latitudes o de otras religiones es un proceso que
implica tiempo, decisión y esfuerzo. Pero que los actuales representantes
ofrezcan su espacio y permitan que la voz de las comunidades musulmanas y del
sur que viven junto a nosotros llegue a toda la sociedad, se puede hacer mañana
mismo. Convocando un acto político junto con ellas, convirtiendo la visita de
una figura institucional –una alcaldesa, un presidente de autonomía, un
representante político- en un acto público y permitiendo que los medios se
interesen por su visión del mundo. ¿Cuántos cargos políticos han ido a celebrar
el Ramadán junto con las comunidades musulmanas? Pues eso.
9. Combatir la
islamofobia.
Foto de J. MacPherson |
Abandonar el buenismo es una de las reclamaciones de
la derecha más radical. Y puede ser una buena idea. Especialmente el buenismo sobre nuestras mismas
sociedades. La población musulmana es la nueva minoría perseguida por nuestra
sociedad, y debemos afrontarlo así.
Si en lugar de aprobar
decretos y normativas que impidan llevar velos en centros públicos, nos
dedicáramos a aprobar e implementar normativas contra la islamofobia, y nos
escandalizáramos cuando se ejerce el racismo y la persecución contra esta
población, como correctamente hacemos, cuando se ejerce la judeofobia, quizás
tendríamos menos cosas a reprocharnos y lograríamos un debate serio y tranquilo
sobre la inmigración, los refugiados y nuestro papel como Estado en el mundo.
Es imprescindible que las
manifestaciones o declaraciones islamófobas salgan caras. Social y penalmente.
Fomentar el odio sólo fabrica más odio. Y entre este ruido, no podemos hablar
ni debatir con la serenidad requerida.
10. Combatir la pobreza y la exclusión social.
Y, por último, dejad de
pensar que el terrorismo es la expresión de una lucha de religiones o
civilizaciones. Si nos paramos a analizar la historia de vida de quienes han
perpetrado los últimos atentados en Europa, observaremos una constante: son
nacidos en territorio europeo, pero criados en la exclusión social, la
precariedad y la pobreza.
Para que exista el paso
de la anomia social provocada por la exclusión permanente a la actividad
terrorista tienen que pasar muchas cosas, no es una cuestión unicausal. Sin
embargo, lo que es una constante es que la exclusión social juega un papel muy
importante.
Luchar contra la
exclusión comporta luchar sin distinción de poblaciones y de manera política y
absolutamente prioritaria, y hacerlo en 7 ámbitos concretos de nuestra
sociedad:
- - Ámbito Económico.
- - Ámbito Laboral.
- - Ámbito Formativo.
- - Ámbito Sociosanitario.
- - Ámbito Residencial.
- - Ámbito Relacional.
- - Ámbito de Ciudadanía y Participación.
(Para un despliegue de
estos 7 ámbitos, imprescindible leer el primer capítulo de este informe dirigido en su día por Joan Subirats – enlace a un PDF).
Una tarea imposible.
Estos diez puntos son
sólo retos ante una intervención que, evidentemente, será más compleja. Son
parte de una decisión que debemos tomar: o actuamos de manera holística con
respecto al fenómeno del yihadismo, o fomentamos que estos diez aspectos –y
otros relacionados- monopolicen la agenda política de los próximos diez años, o
ya podemos comenzar a acostumbrarnos a los atentados yihadistas. Estos sucesos
no se van a parar a no ser que cambiemos sus condicionantes a nivel global y
local. Es algo que tenemos que asumir como ciudadanos y ciudadanas. Y, desde luego, un absurdo pacto de fuerzas políticas no lo va a evitar.
¿Qué hacer, entonces,
ante tales recetas tan absolutamente dispares unas entre otras? ¿Cómo asumir el
trabajo en todas estas áreas al mismo tiempo? Ninguna organización civil, y
menos ninguna persona, puede asumir por sí misma estos diez retos a la vez.
Pero sí puede asumir un trabajo focalizado en alguno de sus aspectos, sea el
apoyo al pueblo kurdo, el cambio de modelo energético, el cambio político sobre
la crisis de refugiados o la lucha contra la exclusión social y la pobreza.
Como dijo en su día JohnGray, el terrorismo yihadista es parte de nuestro ADN como civilización
moderna. Debemos asumir que será una lucha contra nosotros mismos, sin un ellos en el que no nos reconozcamos, y
será difícil, sin duda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario