AVISO

viernes, junio 22, 2007

Rumble in the Jungle

El mundo era otro, naturalmente. Cada acción, cada gesto que se hiciera en público contribuía a posicionarse ideológicamente en cualquier bando. Porque entonces los bandos se llevaban. Cada uno con su lucha, todos en el campo de batalla que le tocara y sólo la victoria absoluta como meta.

Un joven de Lousiana crecía en ese mundo, tratando de sobrevivir y de buscarse la vida con lo que mejor sabía hacer, pelear. El boxeo apareció en su camino y su genio sólo pudo obligarle a ser el mejor de todos los tiempos. Decidido a conquistar el mundo, Cassius Marcello Clay, que así se llamaba el muchacho, logró derribar una torre que parecía demasiado alta para ser derribada. Sonny Liston besó la lona y nada excepto el Sol estaba más alto que Clay.

Sin embargo, al bajar del ring le obligaron a cambiar de campo de batalla. EEUU estaba metido en una guerra sin sentido, y él era el elegido para demostrar al mundo que todos estaban en la obligación de participar en ella. La misma lucha que demostró Clay encima de un ring le hizo rebelarse contra el sistema y en lugar de luchar en la selva vietnamita decidió luchar en lo social y en lo político. “Nada tengo contra el Viet Cong, ningún Viet Cong me ha llamado negro”.

Para entonces ya había cambiado su nombre de esclavo por su nombre de hombre libre y africano: Muhammad Ali. Había cambiado de religión uniéndose a los Hermanos Musulmanes Negros, la religión que decía ser la suya, la de un hombre africano secuestrado por el blanco en un continente que no era el suyo.

Este hermano en el Islam fue condenado con 5 años de cárcel y una multa económica por negarse a acudir a la llamada a filas. Nada era nuevo para él, si el hombre blanco ya le había secuestrado una vez bien podía volver a hacerlo ahora. Pero lo que más le dolió fue que le retiraran aquello que había conquistado con pleno derecho: el Título de Campeón del Mundo de los Pesos Pesados. Liston había caído en la lona para nada, para que luego los hombres blancos de la corbata decidieran quitárselo.

Su licencia pugilística le había sido retirada por la Federación Norteamericana de Boxeo y, por tanto, se le impedía luchar dentro de los EEUU. No hubo problemas, si quería reconquistar el título lo haría en otro lugar que no fuera EEUU. Apareció Mobutu Sese Seko, dictador zaïreño, y ofreciendo una bolsa a repartir entre los dos púgiles de una cantidad incalculable para la época, el combate se llevó a Kinshasa.

Rumble in the Jungle. El slogan del combate lo decía todo. Ali, que ya peinaba 32 años, se enfrentaría al campeón George Foreman, con sus insultantes 25. La lucha estaba servida. Ali tenía la oportunidad de demostrar que su lucha era legítima, que su honor seguía intacto y que la raza negra seguía de pié, esperando a que el esclavista volviera sobre sus pasos para lograr le revancha.

Los ámbitos político y deportivo se identificaron. Ali era el representante del pueblo africano, del pueblo colonizado. Foreman se defendió: “Soy más negro que Muhammad Ali”. Pero de él ya no se creía nada. Había aparecido en el podio de México 68 con una bandera de los EEUU y esa imagen contrastaba con la de los puños negros de los atletas. Foreman era blanco y Ali era negro. El esclavista frente al esclavo. La dignidad de un pueblo frente a la dominación del mundo.

Para terminar de arreglarlo, Foreman llegó al aeropuerto de Kinshasa con un pastor alemán de la mano. El mismo tipo de perro que el colonizador belga llevaba durante sus represiones. No contento con ello, Foreman se instaló en el hotel más caro de la ciudad, aislado del pueblo africano. Por el contrario, Muhammad Ali salía a entrenarse por las calles de Kinshasa, donde se le unían cientos de congoleños y le acompañaban en su carrera diaria. Vivía en un barrio modesto de Kinshasa, se paraba a hablar con todo aquel que le reclamara. Era el hombre del pueblo, el que les defendería de los ataques coloniales.

Comenzó la pelea. Era el 30 de Octubre de 1974 y todo el planeta estaba observando aquello que ocurría en el corazón de África, en el corazón de las tinieblas. Ali rompió sus esquemas. Ya no “volaba como una mariposa y picaba como una abeja”. Se quedaba quieto en las cuerdas y Foreman sólo tenía que golpearle. Ali apenas se defendía a pesar de los gritos de su entrenador desde la esquina. África estaba siendo golpeada por el hombre blanco otra vez y el público asistente que se dio cuenta de ello se puso a decirle a Ali lo que tenía que hacer: “¡Ali bomaye! ¡Ali bomaye! -¡Ali, mátalo! ¡Alí, mátalo!

Foreman no castigaba a Ali de la manera normal, golpeando la cara, sino que buscaba su cuerpo. El objetivo estaba claro: había que inmovilizarle, dejarle a su servicio, doblegar su voluntad. Ali lo sabía pero no hacía nada para evitarlo. Se daba cuenta de que, poco a poco, los golpes de Foreman llegaban con menos fuerza hasta que al final del séptimo asalto éstos ya carecían del ímpetu que debían. Comenzó el octavo, y Ali pudo culminar su estrategia. El contrincante se había cebado, estaba lleno de su propio desgaste y sólo quedaba descargar contra él su ira. La ira y la venganza de todo un pueblo ultrajado. Ali comenzó a golpear y pronto, más pronto de lo que él mismo se esperaba, el cansado Foreman calló a la lona en una de los knock-out más espectaculares de la Historia del Boxeo.

No sirvieron excusas, el hombre negro había derrotado al hombre blanco tras esperar que éste le vejara y consintiera. La metáfora se había cumplido. Foreman volvía a ser negro, también él podía alegrarse.

miércoles, junio 20, 2007

Fantasmas Balcanicos (III)

Tras las pesquisas diplomáticas y la decisión de intervenir militarmente, la visión estadounidense del asunto se presumía sencilla, como tantas otras veces. “Llegamos allí con los aviones, bombardeamos los puntos clave, dejamos algún recado a la población local –para que aumente la presión sobre el gobierno serbio- y en 10 o 15 días todo está acabado”. Esto sí que era cirugía y no lo del Cambio Radical.

Sin embargo se equivocaron. El empecinamiento de Milosevic a no darse por rendido obligó a EEUU –OTAN entremedio- a bombardear hasta el punto de que el jefe militar de la operación tuviera que confesar ante las cámaras de que ya no tenían nada más en la lista de objetivos. Los planes se habían hecho para una docena de días bombardeando de manera que, al igual que el borracho en la pista de baile tras soltarle las frases hechas a la presa de turno, se quedó donde estaba, haciendo como que hacía algo. La idea de intervenir por tierra sobre unos terrenos tan complejos como lo son los Balcanes estaba de antemano totalmente descartada –cosa que contribuyó a hablar de la cobardía de occidente frente a los serbios.

La búsqueda de nuevos objetivos bombardeables terminó con la paciencia de los militares. Absolutamente cualquier objetivo era discutido por los representantes políticos de la OTAN, con las filtraciones de costumbre y los reproches habituales. No era manera seria de hacer la guerra. Además, en pleno campo de batalla ­–aéreo- se producían situaciones ridículas como las de aquellos cazas españoles que, tras observar en el radar a dos MIG de fabricación rusa y dar la voz de alarma solicitando permiso para abrir fuego, se dieron cuenta de que los pilotaban miembros de la aviación húngara, miembros de la OTAN desde pocos días antes de comenzar los ataques.


Dispuestas así las cosas, los políticos tuvieron que lidiar con las incompetencias militares varias. Surgió el llamado efecto colateral o, lo que es lo mismo, el bombardeo de camiones atestados de refugiados serbios o kosovares por error. Se bombardeó la embajada china, con todos sus trabajadores muertos y que, obviamente, introdujo el factor China dentro del conflicto diplomático cuando precisamente eran los asiáticos la única potencia que se limitaba a decir “hagan lo que les de la gana que no es problema mío”. Y, por último, se decidió bombardear el edificio de la televisión serbia en Belgrado y mandar un previo aviso para que nadie estuviera allí trabajando. En plan Guerra de Gila.

El bombardeo de la televisión produjo muchos efectos tanto en uno como en otro bando. La OTAN, como decía, avisó para que todo el mundo saliera de allí tratando de mejorar la visión causada con los efectos colaterales. Milosevic decidió forzar la maquina y asegurar a sus trabajadores que nada le ocurriría al edificio, que en todo caso las baterías antiaéreas les salvarían. La OTAN bombardeó, Milosevic no desalojó y el resultado fueron varios trabajadores muertos y el edificio de la televisión como símbolo de todo aquél que se oponía a la guerra.

La OTAN aprendió que, si en una guerra –como cabe suponer- no se cuenta con el respaldo unánime de las sociedades, matar periodistas del bando contrario contribuye a que los periodistas de tu bando se mosqueen bastante. Milosevic, por su parte, que utilizar escudos humanos contribuye a perder el mucho o poco apoyo de tu población. Más tarde, cuando la televisión serbia siguiera emitiendo a pesar de haber sido bombardeada, muchos preguntarían a la OTAN por la necesidad estratégica del ataque. La callada por respuesta.

El affaire televisivo contribuyó además a que los medios occidentales se hicieran eco de la tremenda oposición que los serbios hacían a Milosevic. El régimen de éste se vendía como una nación yugoslava tremendamente unida. Por entonces aún existía el ente llamado Yugoslavia y estaba formado por las Repúblicas de Serbia –incluida la región de Kosovo- y Montenegro. Sólo ésta última era capaz de inhibirse de la política de autodestrucción de Milosevic y, por lo tanto, se salvó de ser bombardeada. Los serbios y las serbias tenían entre ceja y ceja a un Milosevic endiosado, que se pensaba capaz de superar cualquier eventualidad que le saliera al paso en su política internacional y que tenía dominada la política nacional mediante un discurso enteramente nacionalista, alegando que Serbia había sido vilipendiada por todas las naciones europeas durante las Guerras en Bosnia y que ahora era privada de su capacidad de decisión sobre un asunto interno: la serbialidad de Kosovo.

Los serbios ajenos a la política, es decir la inmensa mayoría, sólo interpretaban una cosa. Milosevic les había llevado de ser el país más próspero del Este de Europa, con becas universitarias que cubrían desde los estudios hasta la vivienda, con transportes públicos eficaces, poder adquisitivo y unas cooperativas de trabajadores que realmente conseguían sacar beneficios espectaculares que se revertían en la propia ciudadanía a ser el agujero negro, el desagüe de Europa. Ellos querían quitárselo de encima, limpiarse de políticos como los que tenían que prestaban su apoyo incondicional a la política nacionalista y en lugar de recibir ayuda de los países occidentales, les bombardeaban en nombre de los Derechos Humanos.

Como era inevitable la resolución del conflicto no vino por la vía militar, sino por la diplomática. Rusia, durante todo el conflicto, se mantuvo alejada de mostrar intención de ayudar en la defensa de su hermano eslavo –paneslavismo, decían entonces- y sólo hacía declaraciones condenando las acciones de la OTAN. A su vez buscaba soluciones diplomáticas que le permitieran salvar el honor de Gran Potencia perdido. EEUU había bombardeado a pesar de su oposición y el final de la contienda debía incluir un papel de protagonista principal de Rusia.

Sin embargo, como en esas películas malas donde se da más papel del debido a actores que deberían estar ya jubilados, EEUU aceptó de buen grado que Rusia jugara al juego de Gran Potencia. Necesitados los americanos de una salida airosa, pensó que la UE podría hacerse cargo de una fuerza militar de interposición -la KFOR- y al tiempo de la organización de un gobierno civil autónomo de Kosovo –compuesto por representantes kosovares, representantes de la minoría serbia de Kosovo y consejeros de la UE.

Había que escenificarlo todo y para eso todos tenían que ganar, como en una noche electoral cualquiera. EEUU, y la OTAN, se declaró victoriosa del conflicto por haber conseguido el establecimiento de un cuerpo militar y de un gobierno autónomo en Kosovo. Rusia, por su parte, fue la encargada de intervenir por tierra, de ocupar la capital de Kosovo, Prístina, y representar una farsa de defensa del hermano eslavo. Milosevic seguía en el poder –ya veremos que no por mucho tiempo-, había conseguido aguantar los bombardeos, logrado que Rusia se movilizara en su ayuda y, en lugar de declarar a Kosovo como República Independiente, el conflicto había impuesto una fuerza europea de interposición y dejaba los aspectos constituyentes de la región como algo a negociar políticamente en el futuro. Además, como no había habido declaración de Guerra alguna, pues no había acuerdos de Paz ni restituciones y todo se dejaba al buen hacer del gobierno autónomo de Kosovo y sus peleas internas.

martes, junio 05, 2007

El agua en Sudáfrica

En el día Mundial del Medio Ambiente hoy volveremos hablar en este blog de Agua y África. Tras el ejemplo de Ghana y su gestión organizada por el Banco Mundial necesitábamos comentar un proyecto de gestión de aguas en África que sirviera como ejemplo de que las cosas, si se quiere, pueden funcionar bien para todos.

En Sudáfrica, la constitución surgida del derrocamiento del Apartheid garantiza el derecho al agua. En una localidad sudafricana, Harrismith, la gestión de aguas estaba en quiebra. El río fluía lleno de aguas residuales y la solución que se vio desde la municipalidad fue la de buscar un operador privado que les enseñara o ayudara a mejorar el sistema.

Las primeras prospecciones indicaron que ningún operador privado quería invertir en una localidad tan sumamente pobre, hasta que una Junta de Aguas, llamada Rand Water, ganó la licitación. La Junta se sentó a negociar los términos del proceso con todos los sectores sociales, económicos y políticos de la zona de Harrismith. Se cuestionaron asuntos técnicos, financieros, legales, humanos, institucionales e incluso de comunicación. Este largo proceso resultó costoso pero a la postre se mostró muy beneficioso para todas las partes.

Los resultados de las negociaciones emprendidas en 1999 terminaron por desembocar en la creación en 2001 de una unidad empresarial integrada en el departamento de agua y saneamiento y que ese encargó de la gestión del agua. El contrato resultó un éxito por poseer una serie de cláusulas que garantizaban la buena gestión del servicio. Por un lado la empresa tenía una sanción de un millón de rands en caso de abandonar el proyecto, sus beneficios estaban limitados a un 5%, con lo que las tarifas no aumentarían, además otro 5% de los beneficios iría a un fondo social del ayuntamiento.

Otro elemento importante para la buena solución de este proyecto fue que la comunicación se realizó de manera efectiva con la población. Los mismos concejales fueron los agentes de comunicación y llevaron puerta a puerta los beneficios del programa de asistencia a pobres, creando la lista de familias que sí necesitaban asistencia de suministro de agua.

El proyecto ha tenido alguna crítica como la insuficiencia de la asistencia a los pobres o la poca formación recibida por parte de los funcionarios del ayuntamiento, con lo que la municipalidad sigue dependiendo de la empresa privada, pero en términos generales se valora al proyecto como una buena salida, consensuada y establecida desde la necesidad de aliviar la pobreza.