AVISO

jueves, noviembre 14, 2013

Guinea Ecuatorial Vs. España. O la lógica del boicot

La foto es, como tantas otras veces, de Eva
Los boicots políticos han afectado al deporte en muchas ocasiones. Desde los boicots de ida y vuelta que se hicieron la URSS y Estados Unidos durante los Juegos Olímpicos de Moscú 80 y Los Ángeles 84, hasta el boicot norcoreano a los Juegos de Seúl en el 88.  Sin embargo cuando pensamos en el boicot deportivo por excelencia giramos nuestra visión hacia el caso de Sudáfrica, quien no pudo competir desde 1964 hasta 1992 en los Juegos Olímpicos. Hasta que el régimen del apartheid finalizó.

Una característica común a todos los boicots deportivos es que vinieron acompañados de decisiones políticas de peso. No sólo fueron decisiones deportivas. La protesta contra la invasión soviética de Afganistán. El clima de tensión de la Guerra Fría. Las sanciones políticas y económicas contra la Sudáfrica del apartheid. O el inacabable conflicto en la península de Corea.

martes, noviembre 12, 2013

La cooperación catalana y la emergencia en Filipinas

Foto de G. Willians
Probablemente a estas alturas ya sepas que ha habido un tifón que a su paso por Filipinas se ha llevado por delante diversas ciudades, incluida Tacloban, de 400.000 habitantes. Hoy la tragedia aún aguanta en los lugares privilegiados de las cabeceras periodísticas de Occidente. Todos los mecanismos de emergencia se han activado en aquel país, y la ayuda internacional ya ha comenzado a llegar. Tanto de otros Estados como de ONGD especializadas en la gestión de desastres. En un acontecimiento como éste las primeras horas son fundamentales. Son, también, las únicas horas en las que escucharás hablar de lo que está pasando. El lunes que viene, si los jefes de redacción no tienen alguna foto impactante o una historia humana que contar, dejaran de hacerle caso. Ser pobre y (sobre)vivir míseramente tras haber desaparecido tu ciudad no tiene valor periodístico si no viene acompañado de una historia humana diferente de la que tenga el diario de la competencia.

viernes, octubre 18, 2013

Cafè Zoo, de Ana Moya

Acostumbrado a tener familia escritora he desarrollado con los años un pequeño reparo a leer lo que ellos escriben. Otro tanto de lo mismo cuando se trata de amigos. Ninguno de ellos es Dickens, pero eso no significa que sean malos. Sencillamente es que una coma mal puesta, cuando el que la pone es alguien conocido, duele más que si la escribe un completo desconocido. El dolor se hace más intenso cuando lo que falla no son las comas, sino los argumentos. Con todo, siempre venzo ese pequeño reparo y me lanzo hacia la aventura de la lectura en la que seguramente puedo encontrar muchas más referencias ocultas que en las del mismísimo Dickens. No hay nada como conocer datos del autor que se lee en cada momento.

Por eso cuando me encontré con Cafè Zoo, ganadora del Premio Literario de la Ciudad de Barcelona y del Premio Literario Països Catalans – Solstici d’Estiu, y escrito por Ana Moya, a quien conozco porque los dos colaboramos en el Centro de Estudios Africanos de Barcelona, me atreví a vencer el reparo y me animé a leerlo con detenimiento.

Esta primera novela de Ana, camuflada como presunto libro de cuentos, nos narra las historias de un personaje central de Windhoek, la capital de Namibia. Se trata del homónimo Café Zoo, un viejo café al uso de las costumbres europeas de comienzos del siglo XX y que aún hoy atestigua el pasado colonial de esa ciudad. El mapa que figuran las mesas y las sillas del café nos trasladará a menudo a otros rincones de la ciudad o del país, paseándonos por su historia política y social.

Las relaciones entre la población blanca y negra, sus cambios de estatus económicos y sociales, la permanencia de las divisiones raciales aun informalmente o los ecos de las luchas por la independencia se trasladan a estas páginas color café y nos hacen partícipes del pulso de una ciudad tan lejana de los estereotipos y lugares comunes cuando hablamos de África. Los personajes se nos describen desde su propio y complejo interior y en ocasiones muestran el pulso de la convivencia propia de la sociedad africana.

Una novela recomendable, en definitiva, incluso para quienes no están acostumbrados a leer en catalán. Esperamos que pronto algún editor en castellano se atreva con ella para que aumentemos su potencial público. A ver si así conseguimos entre todos llenar las sillas libres que quedan en el Café Zoo. 

lunes, septiembre 30, 2013

Westgate o el posible fin de una forma de hacer diplomacia

Foto de strupler
El ataque al centro comercial Westgate, en Nairobi, trae olores de la Guerra Fría, la interminable lucha de Bush contra el terror y discursos paternalistas sobre África. Pero en realidad oculta el debate sobre la pobreza y sus consecuencias sociales; locales y globales.

En el momento de escribir estas líneas Westgate ya está evacuado y las labores de las fuerzas de seguridad keniatas consisten, esencialmente, en las tareas de recuento de heridos y fallecidos. 175 y 67 respectivamente. Es el primero de los días de luto oficial declarados por el presidente Kenyatta. El día después de que éste dijera que Al-Shabaab, milicia somalí que se ha hecho acreedora del ataque, no podrá romper los estrechos lazos de la comunidad intercultural de Kenia. Interesante comentario para quien está siendo investigado por la Corte Penal Internacional por promover y liderar los enfrentamientos étnicos que se sucedieron a las elecciones de 2008, y que en las elecciones de 2013 también azuzó a unas comunidades contra otras.

miércoles, mayo 15, 2013

Political Theory and International Relations, de Charles Beitz

Asumir como asume Charles Beitz que el Estado debe satisfacer un elemento moral dado que somos los propios individuos los que legitimamos ese Estado, es asumir que en la actuación del ente estatal existe una moralidad impuesta por los individuos que lo forman. 

Hobbes y los realistas tratan de justificar la amoralidad del Estado en sus relaciones con los demás Estados, o al menos la no inclusión de los principios morales en las mismas, argumentando que la esfera interna del poder estatal es diferente a la exterior y, por tanto, la fundamentación de los actos ha de ser diferente. El concepto de Relaciones Internacionales como un mundo exclusivamente de relaciones estatales, la no supeditación de las mismas a un ente superior y junto con el principio del “propio interés” es claramente engañosa y limitada. 

Las Relaciones Internacionales, argumentará Beitz, serán relaciones entre individuos que, ocasional o históricamente, forman Estados. Y estos Estados han de estar supeditados a la manera de vivir la vida de los individuos que la forman. No pueden por tanto obviar que los individuos tienen una moral y unos principios. Sin embargo surge una duda al reinterpretar las palabras de Maquiavelo que destaca Beitz. El príncipe, decía Maquiavelo, ha de hacer todo lo posible para conservar su Principado. Hoy, el príncipe es el gobierno, y el Principado el Estado. Por tanto el gobierno habrá de realizar cualquier función que considere necesaria para la conservación de ese Estado. Sea la guerra, la cooperación, la alianza, etc. Si tenemos en cuenta que el Estado ha debido ser creado para asegurar un mínimo bienestar en las vidas de los ciudadanos que lo forman, y el modo de vivir de los mismos, el interés de ese gobierno será el asegurar ese Estado de bienestar, ése será el interés nacional. Tan sólo habrá que discutir cómo se desarrolla el interés nacional, quién lo da forma y con qué argumentos ya que dependiendo del mecanismo de formación y desarrollo, la actuación del gobierno girará hacia un lado o el otro. 

jueves, abril 18, 2013

Ndiyo tunaweza. La política de Obama en África Subsahariana



Imagen de dellhunk
Se cumplen en estos días cinco años ya del movimiento Obama. Tras los ocho años de plomo de George W. Bush, Estados Unidos iniciaba una fase nueva de su historia con la elección del espíritu propositivo y de cambio de la candidatura de Barack Obama frente a las planas propuestas del republicano McCain. Este aire de cambio llegó hasta África. Por primera vez un hombre negro comandaba el ejército militar y económico más grande del mundo. Las esperanzas de que la potencia mundial dominante entendiera por fin los problemas de los países africanos recorrieron muchos rincones de la política subsahariana.

Pero la negritud de Obama ha resultado no ser tal. A pesar de que nada más llegar a la presidencia Obama visitara El Cairo y Accra y contagiara así su optimismo, la realidad de la intervención de Washington en el continente durante estos años es otra. Obama tardó casi un año en fijar su política frente a la Unión Africana, y casi cuatro en lograr publicar un documento de política sobre África Subsahariana. Su política de gestos que no se ha traducido en documentos o acciones de impacto.

La misma estrategia para África Subsahariana que, de haber perdido Obama contra Romney nunca habría podido implementar, establece cuatro ejes de actuación –democratización, oportunidades económicas, paz y seguridad y desarrollo- que en el fondo se traducen en dos. Y es que Obama sitúa a África Subsahariana como un actor fundamental en la economía y la seguridad de la comunidad internacional.

En la guerra económica, Washington ha perdido protagonismo como inversor en el continente. Hasta el punto de que desde 2009 China supera a Estados Unidos como mayor inversor. Esta pérdida de protagonismo ha venido acompañada de la implementación de la African Growth and Opportunity Act (AGOA), creada por la Administración Clinton en 2000, potenciada por Bush durante su mandato y que ahora Obama pretende reformar. Esta herramienta promueve la inversión estadounidense en África Subsahariana, y no ha tenido impacto a la hora de convertir ésta en una inversión más sostenible y que promueva el crecimiento interno.

En cuanto a la guerra militar, el puesto de mando para África Subsahariana, el AFRICOM, nunca ha estado del todo desarrollado. Atrapado en la política militar de un Estado que ha tenido dos guerras abiertas, el AFRICOM se ha dedicado a formar y armar a los ejércitos locales con el combate a los grupos terroristas como principal objetivo. El reciente acuerdo de Washington con Níger para establecer una base africana de drones responde a la coyuntura actual en Mali, pero también a la fuerza que está tomando Boko-Haram en Nigeria.

Frente al abandono escénico al que, durante sus primeros cuatro años, Obama ha sometido al continente la Secretaria de Estado Hillary Clinton se ha puesto manos a la obra. La ofensiva de Clinton por recuperar la imagen de Estados Unidos en el exterior y trazar nueva alianzas diplomáticas la ha llevado a visitar 23 de los 54 países del continente. Entre sus hitos está el apoyo al nuevo gobierno de Somalia, reconociéndole como legítimo –hecho que no pasaba desde 1993-  y apoyando su indivisibilidad frente a las regiones secesionistas. También ella ha sido decisiva en el proceso que finalizó con la división de Sudán en dos Estados y deja el camino encauzado para que el conflicto en la fronteriza región de Abiyei se resuelva formalmente con otro referéndum.

Clinton ya tiene nombrado sucesor, el excandidato a la presidencia John Kerry, quien a priori debería mostrar cierta sensibilidad hacia África al estar casado con una mozambiqueña formada en universidades sudafricanas. Kerry tendrá que lidiar con la sombra de Clinton y una figura presidencial que, poco a poco, parece querer priorizar su presencia en la política africana estadounidense. Estos días hemos visto cómo Obama sedirigía a la nación keniata, de donde era originario su padre, para pedir unas elecciones presidenciales sin violencia.

Estamos tan sumergidos en el día a día de la crisis global que hemos consumido una legislatura de las dos de Obama casi sin darnos cuenta. Y no ha surgido un verdadero cambio del orden global. Los problemas son los mismos que en el mandato Bush, las respuestas se le parecen,  y no conseguimos quitarnos la sensación de estar perdiendo muchas oportunidades. El cambio de halcones por palomas no ha sido suficiente.

La gestión de la política interna, principal mandato de Obama, no debería servir de justificación para evaluar el impacto de las nuevas acciones estadounidenses en África Subsahariana.  Las segundas legislaturas, especialmente el final de éstas, son habitualmente utilizadas por los presidentes para intentar modificar la imagen exterior que se tenía de ellos. Obama finalizará en 2016, un año después de la fecha límite para diversas metas internacionales y todo apunta a que las buenas intenciones de Barack terminarán por imponer un nuevo pacto blanco como el pacto del Milenio que, pensado para ser incumplido, sitúe a África Subsahariana en el foco de una política espectáculo internacional que no tenga verdadero impacto en el día a día de los africanos y las africanas. Al final el profesor Ake puede volver a tener razón: la prioridad no es el desarrollo del continente, por muchos documentos estratégicos que nos encarguemos de diseñar.

viernes, marzo 22, 2013

El acceso al agua y al saneamiento en África Subsahariana


Es 22 de Marzo y como cada año se celebran por todo el mundo multitud de actos en conmemoración al Día Mundial del Agua anunciando prioridades, objetivos y logros en este campo.

Foto de Rémi Kaupp
El suburbio de Kibera, cerca de Nairobi, es como otros muchos suburbios del mundo. Sin embargo hay una cosa por la que destaca en los informes de expertos y los anecdotarios periodísticos. Allí la falta de saneamiento adecuado ha sido solucionada por su población con la creación de una herramienta: los flying toilets. Éstos consisten en defecar dentro de una bolsa de plástico, que es lanzada después por los aires, ya sea en zonas de desechos en mitad del suburbio, ya sea en mitad de la calle. La anécdota, el chiste fácil y escatológico, oculta tras de sí una realidad dramática que se lleva por delante muchas vidas a lo largo del año en forma de enfermedades fácilmente mitigables.

El saneamiento es el hermano pobre de los organismos y los departamentos encargados del agua en el mundo. Siempre ha sido más fácil encontrar financiador para inaugurar un pozo que unas letrinas. A pesar de ello entró dentro de la Resolución 64/292 de la Asamblea General de Naciones Unidas por la que ésta reconocía el Derecho Humano al Agua y al Saneamiento.

La Resolución se tomó allá por 2010, a cinco años de la fecha límite de cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Fue quizás por eso que hoy justo hace un año, el 22 de Marzo de 2012, en el Día Mundial del Agua, Ban Ki-moon anunciaba que la meta del Milenio de reducir la proporción de personas sin acceso sostenible al agua potable y a servicios básicos de saneamiento se había cumplido. El tiempo apremiaba y los anuncios de éxito en las políticas globales de agua y saneamiento se debían de comenzar a realizar… incluso si se tenía que pasar por encima de las cifras.

Lo que en realidad decía el informe en el que Ban Ki-moon se basaba era que se había conseguido aumentar la proporción de personas que acceden a una fuente mejorada de agua potable. Entre fuente mejorada y acceso sostenible, que implica una fuente segura, existe una gran diferencia que el departamento de prensa del Secretario General decidió omitir. Cifras más realistas hablan de entre 1.000 y 4.000 millones de personas que no tienen acceso al agua potable segura actualmente. El Banco Mundial habla sin tapujos de 3.000 millones (¡la mitad de la población mundial!). En cualquier caso, se utilicen las cifras que se quieran utilizar, las de Ban Ki-moon, las del Banco Mundial o las de otros estudios, todos coinciden en afirmar que África Subsahariana es la región donde más gente se ve privada del agua potable y de un saneamiento adecuado cada día.

Si nos sentamos a analizar las causas de esta situación más allá del Sahara, el imaginario colectivo nos llevará a pensar que es la imposición de políticas del norte sobre el sur lo que impide que África Subsahariana implemente alternativas al modelo neoliberal. Sin embargo la realidad no es ésta. Los gobiernos africanos no están interesados, en general, en ofrecer una alternativa al modelo, sino en sumarse al mismo. La solicitud de éstos es, en general, de falta de financiación o de coordinación con los fondos de ayuda al desarrollo existentes. Esto hace que la respuesta que buscan para solucionar el conflicto por los recursos hídricos se encamine hacia los modelos privados.

Sin embargo los resultados de la apuesta por el modelo liberalizador no son elocuentes. A pesar de su predisposición a contar con capital privado los gobiernos africanos no logran movilizar la inversión necesaria. Y eso que el mercado privado internacional de los proyectos medioambientales está en alza y que se calcula que la producción de las diez cuencas más pobladas del planeta se prevé aportará en 2050 un cuarto de la producción global.

Los motivos van más allá de la voluntad de apostar por un modelo público o privado de agua. Los gobiernos africanos están llevando a cabo acciones paralelas al sistema de agua y saneamiento que hacen peligrar el acceso de la población en general a éste. Uno de los mayores riesgos viene de la cesión de tierras para la gran industria agrícola. En lo que se ha dado en llamar un suicidio hidrológico, los gobiernos africanos ceden tierras propias a otros países para el cultivo, eliminando recursos tradicionales de agua para la población. En Mali, se calcula que las aguas del río Níger que pasan por el país podrían irrigar 250.000 hectáreas. Sin embargo el gobierno democrático de antes del actual conflicto había asignado 470.000 hectáreas de tierra cultivable a compañías principalmente de Libia, China, Reino Unido y Arabia Saudí.

Podemos comprobar, por tanto, que el mercado privado no está interesado en invertir en agua y saneamiento en el continente. Tampoco existe una verdadera voluntad política de priorizar las inversiones públicas en agua y saneamiento, ni a nivel de los donantes ni a nivel de los gobiernos africanos. La Agencia Española de Cooperación al Desarrollo (Aecid) dedicó en 2008 el 46% de la ayuda en agua y saneamiento a la construcción de pozos, cuyo impacto en el acceso al agua es extremadamente bajo.

Las prioridades políticas están en la evolución de unas más que cuestionables cifras. Pero en lugar de preocuparnos por cuántos africanos y africanas carecen de acceso al agua y al saneamiento y de cómo podemos maquillar las cifras o establecer objetivos técnicos, carentes de contenido político, deberíamos asumir que es un problema de desigualdad económica. El 20% más pobre tiene una probabilidad veinte veces mayor de defecar al aire libre que el 20% más rico. Queda claro, pues, que el acceso al agua y al saneamiento depende de lo desigual que es una sociedad. Que la necesidad más acuciante consiste en la construcción de una democracia de base y la necesidad de realizar un reparto de la riqueza a través del cual el Derecho Humano al agua y al saneamiento sea posible. 

Este artículo fue publicado originalmente en El Europeo

jueves, febrero 28, 2013

Elecciones en Kenia: la política formal contra la real

Con este artículo comienzo mi colaboración con la web El Europeo.


Foto de Demosh
Samuel Kivuitu era el responsable de la Comisión Electoral Keniata en 2007. Pocos días antes de las elecciones presidenciales que se encargaba de coordinar afirmó que éstas se celebrarían en un ambiente de calma y que la transición política se realizaría de manera suave y ordenada. Sin embargo la realidad le tenía reservada una sorpresa tanto a él como a toda la comunidad internacional, a quienes la violencia política desatada tras el conflicto electoral entre Odinga y Kibaki les pilló a contrapié.

Desde diciembre de 2007 hasta febrero de 2008 murieron 1.200 personas y cientos de miles expulsadas de sus hogares en el conflicto resultante de las elecciones presidenciales. Kibaki se autoproclamó ganador por un margen muy estrecho. Odinga respondió acusándole de fraude electoral, y las milicias en las calles obtuvieron la orden de estrechar el cerco sobre su rival.

Fueron varias semanas de conflicto abierto por todo el país que se saldó con una solución de coalición: Kibaki fue nombrado Presidente y se creó la figura de Primer Ministro para Odinga. Paralelamente se inició un proceso de reforma constitucional que pretendía situar a Kenia como un país referente en la política moderna de África Subsahariana.

La Constitución aprobada en 2010 establece una división territorial del país en 47 regiones, con su gobernador particular y su propio parlamento. Además, introduce la novedad de los debates presidenciales obligatorios en periodo electoral, y otras medidas dinamizadoras de la democracia, como las consultas populares o la transparencia en la información.

De esta manera llegamos al periodo electoral en el que Kenia se encuentra inmersa. Por primera vez en la historia ha habido un debate presidencial televisado con hasta ocho candidatos (siete hombres y una mujer) a presidir el país.

Las elecciones, cuya primera ronda presidencial será el 4 de marzo, se celebran en el 50º aniversario de la independencia. La formalidad de la campaña, su occidentalización, ha hecho que multitud de medios de comunicación internacionales se vanaglorien del éxito de reconversión de la democracia keniata. Voces que han sido potenciadas con la participación de Barack Obama en la campaña del que fue país de nacimiento de su padre.

El ensimismamiento de estos medios contrasta con las voces que desde el terreno están realizando diversas organizaciones de la sociedad civil. La política formal, edulcorada por la Constitución de 2010, hace vivir la ficción de que se trata de unas elecciones estandarizadas, donde el debate de las ideas prevalece sobre cualquier otro. Sin embargo, un pequeño seguimiento de la campaña permite demostrarnos que nada ha cambiado en Nairobi.

En 2007, como ahora, la política keniata estaba dominada por el debate identitario de carácter étnico. La etnia ha sido la herramienta social utilizada para facilitar o limitar el acceso a la tierra o a las oportunidades políticas y está en la base de la desigualdad social keniata. Los dos candidatos más fuertes, el Primer Ministro Odinga y el recién llegado a la política, Keniata, vienen de familias políticas fuertes, protagonistas del proceso de independencia. Ambos tienen una fuerte identidad étnica (Luo y Kikuyu respectivamente) que explotan políticamente y que movilizan frente a un ataque político. Keniata, además, está acusado por la Corte Penal Internacional de crímenes durante el conflicto de 2007.

En Kenia, a pesar de la estandarización de la política formal, continua existiendo un debate fuera de los focos que tiene a la identidad como eje fundamental. Los motivos que provocaron el conflicto en 2007 siguen abiertos. En 2012 se relataron hasta 400 muertes por violencia política. El paro juvenil es muy elevado, y los indicadores de pobreza no mejoran. Todo esto, unido al alto nivel de corrupción de las estructuras del Estado, hace que se augure un posible escenario de violencia si la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, programada para abril, se resuelve por un margen muy corto de votos o si se percibe poca transparencia en el proceso electoral. Y sin olvidar que las elecciones en cualquiera de las 47 regiones también puede servir de mecha.

Los jóvenes profesionales keniatas, aquellos que podrían estar trabajando fuera del país en cualquier ciudad global, están furiosos con esos partidos políticos etnificados que continúan un debate que no aporta soluciones a las desigualdades sociales del país. Ven como imprescindible un cambio en las élites políticas del país. Pero el líder anticorrupción John Githongo ya lo advirtió: “El nuevo mundo está naciendo, pero el viejo aún no ha muerto”.

miércoles, enero 30, 2013

Reproducir Afganistán en Mali


Foto CC de jedalani
El pasado día 12 de Enero de 2013 fuerzas militares de la República Francesa atacaron desde las bases de Chad, por tierra y por aire, a las fuerzas rebeldes de Azawad. Hace casi un año, se lo contábamos aquí, tropas tuareg y de dos grupos islámicos de la zona habían iniciado un ataque desde la frontera con Libia que había llegado a expulsar al ejército de Mali de la parte norte del país. Finalmente, el 6 de abril, se declaró la independencia de Azawad, no reconocida por ningún organismo internacional ni ningún otro Estado.

Desde entonces la población malí ha sobrevivido como ha podido a la inseguridad alimentaria, a la inexistencia de una Administración pública descabezada por un Golpe de Estado militar y a la espera de que los actores internacionales decidieran intervenir de una manera u otra. La manera escogida ha sido la de una intervención militar unilateral, retrotrayéndonos a los momentos más estelares de 2001. Hemos escuchado a François Hollande –la última esperanza blanca europea para el Estado de Bienestar- decir que Francia permanecerá –intervendrá- Mali hasta que las tropas islamistas hayan sido derrotadas. Y hemos escuchado a David Cameron –la esperanza y ejemplo de la Europa liberal- afirmando que está en peligro “nuestro modo de vida”. El terrorismo ha vuelto a constituirse como el leitmotiv oficial de la política exterior de los estados occidentales. George Bush Jr., te esperamos impacientes.

Cuando en 2012 se escenificó la inoperancia del gobierno militar malí para hacer frente al reto secesionista de Azawad las reservas –económicas y militares- de los países de la OTAN estaban bajo mínimos tras la intervención de Libia –origen de estas tempestades. Todas las miradas apuntaban a una intervención delegada realizada a través de los países que forman la CEDEAO (ECOWAS). Una intervención africana para un conflicto africano. El problema es que los más de diez años de programa de formación y cooperación militar de los países de la Unión Europea y EEUU con los países del Sahel no habían terminado de dar frutos. Se necesitaba una formación más adecuada y, por tanto, tiempo para llevarla a cabo. Naciones Unidas, en un informe de hace pocos meses, ya hablaba de una posible fecha de intervención conjunta africana: Septiembre de 2013.

Sin embargo a comienzos de Enero de este año los movimientos islamistas realizaron movimientos de acercamiento a Konna, desde donde la llegada a Bamako, la capital, era franca. Esto precipitó la decisión francesa que ha provocado la creación de un Afganistán a poco más de 6.000 km de París –y 4.900 de Madrid. Porque esto, la creación de un problema militar de difícil solución y el enquistamiento de la situación en la región, está fuera de toda duda.

Si alguien piensa que las tropas islamistas no van a llamar a la acción internacional de sus bases, igual que se realizó en Afganistán o en otros tantos lugares, no conoce la voluntad de Al-Qaeda por invertir esfuerzos en el frente de África del Norte. La expulsión de estas fuerzas sólo puede suponer su instalación, y consecuente desestabilización, de otro país. Puede que los países occidentales no estén en guerra contra el Islam, pero a fe que lo parece. Se han pasado diez años secuestrando, torturando, asesinando, bombardeando, invadiendo y ocupando países de mayoría musulmana (Afganistán, Iraq, Libia, Pakistán, Somalia). Más leña al fuego que se encargan de avivar constantemente las fuerzas islamistas.

Cuando nos centramos en los porqués de la intervención francesa es muy tentador fijarse en sus intereses económicos en la región. Francia interviene porque es la que más tiene que perder con la pérdida de Mali. Sus empresas tienen los contratos más jugosos de extracción de uranio. Pero además no se puede olvidar que París tiene el gatillo fácil. En nombre de la razón, la protección de nuestro modo de vida o de la democracia global, Francia ha intervenido en África tanto como ha querido desde el final de la Guerra Fría. Estos antecedentes de defensa de sus intereses económicos –o de sus empresas- en el continente conforman una explicación completamente coherente. China ya les está haciendo mucho daño con su guerra comercial –y silenciosa- en África Subsahariana. Demasiado como para perder piezas por el camino. El intervencionismo francés es común a las diferentes fuerzas de gobierno, traspasa colores, genera intereses económicos en las empresas cercanas al Eliseo e intereses militares entre los altos mandos del ejército de la República.

El Reino Unido o Estados Unidos no van a dejar sola a París. A pesar de los gritos desesperados de algunos políticosfranceses que antes se denominaban pacifistas y contrarios a la intervención, el resto de países de la Unión Europea a duras pena tiene suficiente con aguantar la crisis económica y los continuos ataques al Euro. Londres, a través del apoyo logístico aéreo, y sobre todo Washington también están jugando sus cartas. Obama ha firmado un pacto de última hora con Níger para poder operar desde este país con los famosos drones. Si yo fuera líder de Boko Haram iría dándome por aludido.

Tendremos por tanto una intervención francesa que poco a poco se irá retirando –nunca del todo, pues es un territorio demasiado extenso- a favor de una posible fuerza de ocupación africana –se habla de tropas de Burkina y, en especial de Nigeria- que necesitará tiempo para terminar de formarse y hacerse con el control operativo de las instrucciones dictadas por el Eliseo. Y alrededor de esta intervención terrestre, una operación más quirúrgica de asesinato selectivo organizada por el Pentágono a través de las operaciones no tripuladas.

La intervención iniciada por Hollande complica la solución del puzle de Mali al internacionalizar el conflicto en sí mismo. Frente a una posible solución negociada y arraigada en el control que sobre el territorio tienen las fuerzas tuareg –que podrían haberse transformado en aliadas de Bamako a través de mecanismos de reconstrucción del Estado malí y de la ingeniería constitucional desde la base- París ha impuesto la visión guerra contra el terror, un escenario donde los movimientos islamistas se mueven mejor que nadie y donde consiguen más ventajas al mantener el fuego de su lucha encendido. A partir de ahora todo lo que haga Francia, la Unión Europea o las propias Naciones Unidas será interpretado por los movimientos islamistas como una afrenta más al Islam o una derrota de los valores occidentales, sirviendo la intervención de Francia como amplificador del discurso y, por tanto, escondiendo el resto de sus complejidades.

La ruta de la democracia interna, que permitiera a los malienses controlar sus recursos minerales y económicos, no se contempla. Ellos son sólo víctimas de los movimientos de estos dos actores globales.