AVISO

lunes, septiembre 17, 2012

Todo se desmorona, de Chinua Achebe


Okonkwo es un gran guerrero, fue el luchador más conocido por entre los poblados de su zona cuando era joven, tiene tres mujeres y un buen almacén de ñames. Es un hombre de éxito. Un hombre respetado. Comenzó de la nada, pidiendo prestados sus primeros ñames a un hombre respetable, arando y cultivando, esforzándose más que el resto. Tenía que salir adelante, porque su padre no le había dejado nada en herencia más que el miedo al fracaso, el miedo a ser como él. Con prudencia y esfuerzo,  Okonkwo se ha hecho con varios títulos de su comunidad y puede tener realistas aspiraciones de convertirse en un gran hombre de su poblado, guardián del orden y de las normas que heredaron de las generaciones anteriores.

A través de este personaje, que representa a un hombre cualquiera del África Occidental, Chinua Achebe es capaz de narrar la destrucción de un mundo. El sistema social y político que describe Achebe nos muestra unas comunidades perfectamente organizadas según normas y conceptos propios. Los matrimonios, las guerras, las cosechas, las fiestas, las creencias, todo está en perfecta armonía con el mundo que les rodea. El escenario de Okonkwo es un mundo nada idealizado, donde hasta la contradicción tiene cabida y donde la vida y la muerte –como en todos lados- tienen un sentido y un precio determinado. Un orden político, social, económico y religioso que permite continuar con la vida y asumir las dificultades inherentes que hay en ella.

Pero ¿cómo se acaba con un mundo perfectamente organizado? Las tres imágenes clásicas del colonialismo europeo -el soldado, el comerciante y el misionero- ejercen actividades perfectamente coordinadas en el relato de Achebe. Puede que no de manera premeditada, pero esta coordinación es capaz de fijarse en las incongruencias de los sistemas políticos, sociales y religiosos del periodo precolonial y utilizarlas para reventarlos. Como la dinamita que se coloca en las brechas de una montaña en la minería al aire libre. La montaña –los sistemas- queda hecha trizas a la espera de que un agente externo le proporcione un nuevo sentido.

El papel de la religión europea, del cristianismo británico en este caso, supuso la modificación de las costumbres autóctonas y la clave del conflicto colonial al suponer un reto a las creencias más firmes de la población africana. La figura de los africanos conversos, encarnados en su mayoría por los más desfavorecidos por el sistema político y social, es clave en este proceso. Avalados por el poder y la fuerza que la nueva religión les otorga se enfrentan a los poderes que antes les excluían y luego, cuando se convirtieron, les ignoraban. La revolución colonial, parece que nos dice Achebe, pudo comenzar con la llegada del misionero europeo, pero no hubiera tenido sentido sin la acción revolucionaria de parte de la sociedad africana, ya conversa. Frente a un sistema político, social y religioso africano que excluía a unos e integraba a otros, el sistema colonial otorga fuerza a los excluidos para ser ellos los nuevos excluyentes.

El comerciante, no tan presente en la novela de Achebe, es el que marca el camino y el sentido de la movilización europea hacia África Subsahariana. La oportunidad de ganar riquezas y materias con las que comerciar en nombre de la monarquía colonial es la punta de lanza de la intervención europea.

Por último el soldado es quien hace que la misión civilizadora y la misión comercial tengan éxito. La tecnología militar europea permite avasallar al enemigo africano -pacificarlo en términos coloniales- sin apenas resistencia y tan si quiera con la sensación de que el otro es un enemigo digno de llamarse tal. Su debilidad es casi insultante para el soldado, en constante y plena búsqueda de la gloria militar y colonial.

La sociedad africana que describe Achebe no fue capaz de prever ni prevenir lo que se le venía encima, oponiendo resistencia pero condenada a su fracaso. Desconocedora de la historicidad bélica europea consiente en permitir el asentamiento del misionero en su tierra, en parte aterrado por los relatos de pueblos que se han resistido y han sido masacrados, y en parte por una aparente cualidad de conformismo y prudencia que les hace esperar una reacción hasta que ya es demasiado tarde.

La novela de Achebe tiene el mérito de saber describir bien una poderosa vitalidad dentro de la sociedad precolonial y cómo la invasión europea fue capaz de subvertir el orden establecido mediante la combinación del poder de la convicción y el militar. Supuso un hito en la Historia de la Literatura cuando se publicó por primera vez, en 1958, y quizás por eso se le ha negado constantemente a su autor el Premio Nobel –autoconstituido como premio universal de las letras, pero de una evidente y aplastante europeidad. Inexplicablemente descatalogado desde hace años en el mundo editorial español, en 2010 la casa Random House Mondadori lo reditó dentro de la colección de bolsillo que dedicó a todas las novelas largas de Chinua Achebe. Su lectura se disfruta en lo literario y se sufre en lo político, siendo el sufrimiento el único camino posible para acceder a lo que Achebe desea que entendamos: cómo es posible destruir un mundo.

domingo, septiembre 09, 2012

La furia del hombre blanco en América


Foto de euthman
El próximo mes de Noviembre Estados Unidos se marchará de elecciones presidenciales. Unas elecciones que, como muchas otras veces, han sido marcadas como las elecciones. Como si de una gira de los Rolling Stones se tratase –que siempre dicen que va a ser la última- las elecciones presidenciales tienen la costumbre de venderse como las decisivas para el definitivo establecimiento del país en uno u otro lado. En 2000, cuando ganó George W. Bush, por proclamación anticipada de FoxTV, los analistas las vendían como las últimas elecciones del pueblo norteamericano, en clara referencia a que ambas candidaturas habían recibido nada desdeñables aportaciones económicas de los mismos sectores empresariales. Si tienes dos caballos que pueden ganar, apuesta por los dos.

Pasó Bush Jr. y llegó el ciclón Obama. Nadie apostaba por una victoria de un negro –allí les gusta decir no-blanco para referirse a Obama- en las primarias, mucho menos en las presidenciales. Pero ganó contagiando a su campaña un aire de refundación de los Estados Unidos de América, el paso del país al siglo XXI tras los 8 años de estercolero religioso, conservador y corporativo en que se habían convertido las presidencias de Bush Jr.

Que un negro ganara la presidencia y que además propusiera el cambio del país hacia una línea más liberal hizo reactivarse a las bases más conservadoras norteamericanas, quienes a su vez terminaron por dar más luz a aquellos grupos extremistas que cuando salen en un vídeo de YouTube pueden parecer graciosos, pero que en realidad son lo más cercano al terrorismo interno que tiene Estados Unidos.

Es ese un país donde la vinculación de los ciudadanos con el Estado es muy frágil, a diferencia de Europa. La desobediencia civil es un concepto extendido desde hace siglos y una herramienta que utilizan una enorme multitud de grupos políticos muy heterogéneos. Esto puede favorecer la aparición de terroristas individuales o de grupos perfectamente legitimados por gran parte de la sociedad para hacer la guerra al Estado.

Estos grupos se entroncan con el ideario que salió a la luz el año pasado tras la masacre de Noruega perpetrada por Breivik, y su mediatización ha permitido popularizar el acrónimo RaHoWa para señalar su lucha: Racial Holy War. Esta nueva guerra por la supremacía blanca se basa en la organización desestructurada ya probada con éxito por Al-Qaeda la década pasada. Se trata de terroristas individuales que, en un país donde te regalan un arma al abrir una cuenta bancaria, sólo tienen que pensar el cuándo porque el cómo les resulta evidente. En esta línea se inserta la masacre en un templo sikh el Agosto pasado. Tener capacidad organizativa para perpetrar atentados de gran envergadura, como el de Oklahoma en 1995, sólo es cuestión de motivación y un poco de suerte en la organización.

Y es en el ámbito de la motivación donde el inicio oficial de la campaña electoral por la presidencia está contribuyendo. El Partido Republicano lanzó su convención con el sencillo eslogan “We built it” en referencia a que fueron ellos –el hombre blanco de América- quienes construyeron el sueño americano y fundaron los Estados Unidos de América. En esta misma convención, que proclamó a Mitt Rommey como candidato republicano a la presidencia, los asistentes abuchearon a la representante republicana de Puerto Rico cuando ésta subía al estrado para apoyar al candidato. Y lo hicieron con el determinante grito de “USA, USA, USA”. No se trata de ideas ni de partido, se trata de la raza.

Pero si el eslogan oficial de la convención ya decía mucho de la barrera que los Republicanos están montando en torno a la figura del hombre blanco americano, no se queda a la zaga el eslogan extraoficial “Defiende América. Derrota Obama” que estos días circula por los círculos republicanos. Alrededor de Obama ha crecido la teoría conspirativa de que en realidad es –agárrense- un musulmán socialista que desea acabar con los Estados Unidos de América. Es la entrega del país por parte de un infiltrado del que se cuestiona incluso su nacionalidad –más de la mitad de los votantes republicanos piensan que Obama no nació en Estados Unidos, y cerca de un 34% cree que es musulmán.

De manera que este es el camino que el Partido Republicano está cogiendo. “Take America Back”, borrar todo lo que ha hecho Obama durante estos últimos cuatro años –que tampoco ha sido tanto como parecía en un inicio- y prometer un nuevo milenarismo basado en la idealización de un pasado no muy lejano donde la crisis económica era sólo patrimonio de las clases bajas y no de los biempensantes republicanos (“Los hombres de bien” a los que por aquí también aluden Rajoy o Artur Mas).

La idea del posible atentado contra Barack Obama parece desaparecer del imaginario mediático, pero la guerra parece que no está acabada.

En los análisis sobre la Convención Demócrata de estos días se habla también de los posibles sustitutos de Obama de aquí a cuatro años. Hay dos que suenan con fuerza, pero cuyos momentos políticos son diferentes. Se trata de Hillary Clinton, la mujer del expresidente Bill, exsenadora del Estado de Nueva York y actual Secretaria de Estado. Ya luchó contra Obama en unas primarias extremadamente disputadas, aunque en contra tendrá la edad: 69 años en 2016. El otro nombre que suena con fuerza se trata de Julián Castro, alcalde de San Antonio con sólo 38 años de edad. Castro puede esperar a una batalla que pueda ganar, además de que aún necesita experiencia de gestión más contrastada, ya sea en la gobernación del Estado o como representante en el Congreso o en el Senado.

Si Ud. es capaz de imaginarse una presidencia norteamericana liderada por una mujer, puede que no recuerde que existe una frase en la política norteamericana que se dice de cualquier personaje político al que se quiera defenestrar “… es más liberal que Hillary Clinton”. Entendiendo el término “liberal” como aquí en España la derecha utiliza el término “comunista” o “socialista”. Una Presidenta de los Estados Unidos sería tolerable por la extrema derecha conservadora norteamericana. Pero una Presidenta Hillary Clinton haría que el Tea Party fuera encargando más cañones para su lucha mediática y política, secuestrando aún más al sector moderado del Partido Republicano.

En el mejor de los escenarios para los demócratas, Clinton podría ganar para 2016 y dar paso en 2020 a la oportunidad de Julián Castro. Un Presidente de los Estados Unidos apellidado Castro, latino educado en Harvard, que casi no habla castellano. Y un Partido Republicano más a la derecha que nunca en su historia, capaz de provocar la ruptura del gigante norteamericano y llevando la actual fractura mediática al ámbito social y político.

Con todo, los peligros futuros son los menos preocupantes que los de hoy. Vivimos en un mundo donde aquello que pasa en Estados Unidos marca de manera definitiva el devenir del resto del sistema político mundial. Las alas norteamericanas de la RaHoWa, junto con el caldo de cultivo de la crisis estafa económica actual, que provoca el aumento del racismo y la creación de la figura del furioso hombre blanco americano no son un fenómeno exclusivo de los Estados Unidos. Breivik en Noruega, Aurora Dorada en Grecia, Merah en Francia. Son muchos las señales que nos indican que estamos inmersos en otro reto global, menos espectacular que el mediático 11S, pero de similares dificultades y retos. Y no lo estamos entendiendo.