Okonkwo es un gran guerrero, fue el luchador más conocido por entre los
poblados de su zona cuando era joven, tiene tres mujeres y un buen
almacén de ñames.
Es un hombre de éxito. Un hombre respetado. Comenzó de la nada,
pidiendo prestados sus primeros ñames a un hombre respetable, arando y cultivando, esforzándose más que
el resto. Tenía que salir adelante, porque su padre no le había
dejado nada en herencia más que el miedo al fracaso, el miedo a ser
como él. Con prudencia y esfuerzo, Okonkwo se ha hecho con varios títulos de su comunidad y puede tener
realistas aspiraciones de convertirse en un gran hombre de su
poblado, guardián del orden y de las normas que heredaron de las
generaciones anteriores.
A
través de este personaje, que representa a un hombre cualquiera del
África Occidental, Chinua Achebe es capaz de narrar la destrucción
de un mundo. El sistema social y político que describe Achebe nos
muestra unas comunidades perfectamente organizadas según normas y
conceptos propios. Los matrimonios, las guerras, las cosechas, las
fiestas, las creencias, todo está en perfecta armonía con el mundo
que les rodea. El escenario de Okonkwo es un mundo nada idealizado, donde hasta la contradicción tiene
cabida y donde la vida y la muerte –como en todos lados- tienen un
sentido y un precio determinado. Un orden político, social,
económico y religioso que permite continuar con la vida y asumir las
dificultades inherentes que hay en ella.
Pero
¿cómo se acaba con un mundo perfectamente organizado? Las tres
imágenes clásicas del colonialismo europeo -el soldado, el
comerciante y el misionero- ejercen actividades perfectamente
coordinadas en el relato de Achebe. Puede que no de manera
premeditada, pero esta coordinación es capaz de fijarse en las
incongruencias de los sistemas políticos, sociales y religiosos del
periodo precolonial y utilizarlas para reventarlos. Como la dinamita
que se coloca en las brechas de una montaña en la minería al aire
libre. La montaña –los sistemas- queda hecha trizas a la espera de
que un agente externo le proporcione un nuevo sentido.
El
papel de la religión europea, del cristianismo británico en este
caso, supuso la modificación de las costumbres autóctonas y la
clave del conflicto colonial al suponer un reto a las creencias más
firmes de la población africana. La figura de los africanos
conversos, encarnados en su mayoría por los más desfavorecidos por
el sistema político y social, es clave en este proceso. Avalados por
el poder y la fuerza que la nueva religión les otorga se enfrentan a
los poderes que antes les excluían y luego, cuando se convirtieron,
les ignoraban. La revolución colonial, parece que nos dice Achebe,
pudo comenzar con la llegada del misionero europeo, pero no hubiera
tenido sentido sin la acción revolucionaria de parte de la sociedad
africana, ya conversa. Frente a un sistema político, social y
religioso africano que excluía a unos e integraba a otros, el
sistema colonial otorga fuerza a los excluidos para ser ellos los
nuevos excluyentes.
El
comerciante, no tan presente en la novela de Achebe, es el que marca
el camino y el sentido de la movilización europea hacia África
Subsahariana. La oportunidad de ganar riquezas y materias con las que
comerciar en nombre de la monarquía colonial es la punta de lanza de
la intervención europea.
Por
último el soldado es quien hace que la misión civilizadora y la
misión comercial tengan éxito. La tecnología militar europea
permite avasallar al enemigo africano -pacificarlo en términos coloniales- sin apenas resistencia y tan si
quiera con la sensación de que el otro
es un enemigo digno de llamarse tal. Su debilidad es casi insultante
para el soldado, en constante y plena búsqueda de la gloria militar
y colonial.
La
sociedad africana que describe Achebe no fue capaz de prever ni
prevenir lo que se le venía encima, oponiendo resistencia pero
condenada a su fracaso. Desconocedora de la historicidad bélica
europea consiente en permitir el asentamiento del misionero en su
tierra, en parte aterrado por los relatos de pueblos que se han
resistido y han sido masacrados, y en parte por una aparente cualidad
de conformismo y prudencia que les hace esperar una reacción hasta
que ya es demasiado tarde.
La
novela de Achebe tiene el mérito de saber describir bien una
poderosa vitalidad dentro de la sociedad precolonial y cómo la
invasión europea fue capaz de subvertir el orden establecido
mediante la combinación del poder de la convicción y el militar.
Supuso un hito en la Historia de la Literatura cuando se publicó por
primera vez, en 1958,
y quizás por eso se le ha negado constantemente a su autor el
Premio Nobel –autoconstituido como premio universal de las letras,
pero de una evidente y aplastante europeidad. Inexplicablemente
descatalogado desde hace años en el mundo editorial español, en
2010 la casa Random House Mondadori lo reditó dentro de la colección
de bolsillo que dedicó a todas las novelas largas de Chinua Achebe.
Su lectura se disfruta en lo literario y se sufre en lo político,
siendo el sufrimiento el único camino posible para acceder a lo que
Achebe desea que entendamos: cómo es posible destruir un mundo.
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