AVISO

martes, noviembre 27, 2007

Fantasmas Balcánicos (IV)

El pasado domingo 18 de Noviembre hubo elecciones en el centro de Europa. La región de Kosovo se lanzaba a las urnas y los ciudadanos estaban llamados a decidir lo que se había denominado “el futuro de Kosovo”. Sí, ya se sabe que Kosovo no está precisamente en el centro de Europa, pero las elecciones sí se celebraban en el centro del continente, al menos en el centro político. Este concurso público para decidir qué Kosovo se quería era visto muy de cerca por la Unión Europea como institución así como por los países europeos más importantes. Francia, Alemania, Reino Unido, incluso EE.UU. seguían pendientes de ver si el resultado de las elecciones se ajustaba a sus movimientos porque ¿alguien dudaba que Thaçi no iba a ser el vencedor? Aún más cuando desde Serbia se pedía el boicot de las elecciones.

Desde hace tiempo se viene observando que lo que ocurre en Kosovo no es otra cosa que la segregación de una provincia de un Estado soberano auspiciada por las potencias políticas, militares y, sobretodo, económicas de Europa. Los Balcanes han supuesto un quebradero de cabeza para el imperialismo europeo desde que éstos se levantaron independientes con la retirada del Imperio Otomano. Una región tan cercana a la Europa Civilizada, frente por frente a Italia en el Adriático y que está al norte de un país como Grecia, ha sido desde comienzos del siglo XX organizada por entidades ajenas a su propia población.

Y es curioso que esto se realice desde el seno de una Europa que, a partir de la Revolución Francesa, ya proclamaba como un derecho indispensable el derecho de autodeterminación de los pueblos y de constitución de una Nación en un Estado. No se nos escapa que los principios filosóficos y políticos de la época que condujo a la toma de la Bastilla conducían, ni más ni menos, a la conceptualización de la Nación de la que los procesos integradores de Alemania e Italia fueron el mejor exponente. Parecería contradictorio que la Europa Moderna infringiera su principal soporte de legitimación y terminara por organizar un vasto territorio con independencia de la voluntad de los pueblos que en él hay. Pero no, han sabido hacerlo sin que a los dirigentes históricos de cada país les haya temblado la voz. Aunque no lo han hecho muy bien.

Se han equivocado en todo momento. Sólo con la dictadura de Tito la región pareció encontrar una calma institucional que en realidad ocultaba la presencia de unas identidades nacionales tras el velo de un supuesto regionalismo nunca desarrollado y siempre lacerado por las tremendas diferencias económicas entre territorios. Hay quien echa de menos la existencia de una República de Yugoslavia, aunque sólo sea por motivos deportivos.

La realidad termina siendo dañina para las poblaciones balcánicas. Hoy existen diferentes identidades nacionales en la zona cuando las poblaciones apenas las reclamaban. Fueron los políticos de turno, interesados en aumentar su reino de taifas hasta el límite, los que terminaron por provocar una estampida nacional en Yugoslavia e infligir a los ciudadanos yugoslavos un estigma de guerra y racismo que ha terminado por enroscarse sobre sí mismo y hacer de unos el hazmereir de otros. Hoy en toda serbia se ríen del acento bosnio, incluso aquellos que encuentran el origen de su misma familia y de su apellido dentro de esta región, y se ríen como ya hacía décadas se reían de todo lo bosniaco. La única diferencia es que ahora, tras esos chistes, tras esas imágenes clásica de un humorista de la época de Tito que se caracterizó por este humor, tras todo lo que parecería normal, se esconde un odio hacia el vecino de al lado, culpabilizado de todos los males, animalizado y perseguido hasta donde haga falta. Si fuiste un musulmán nacido en Belgrado, hoy sólo eres un musulmán residente en Turquía, o en Bosnia, o en Francia. Hay que ver cómo la política puede ensuciar a su población.

La misma política, aunque esta vez europea, lleva a la decisión de distorsionar los acontecimientos de Kosovo y, en lugar de verlos como la última salida de un dictador en busca de legitimación, los observa como la mayor injuria hacia los Derechos Humanos. Defendiendo estos derechos con las bombas, evitando las bajas propias y propiciando un escenario para la victoria moral del dictador, Europa y EE.UU. lograron imponer su visión en la zona. Ésta no era otra que ejemplificación moral a Serbia –derrotada sin armisticio en 1999-, nación a la que se le ofrece la recuperación económica a cambio de colaborar en su desmembramiento. Montenegro se fue en 2006 acabando con el último fantasma yugoslavo, y ahora parece que definitivamente le toca el turno a Kosovo.

La razón para la independencia de Kosovo no es otra que la aparente incompatibilidad de los dos grupos poblacionales que allí residen: los albano-kosovares y los serbio-kosovares. Es en estas dos nomenclaturas o gentilicios que se utiliza aquí donde se puede ver mejor la lógica del conflicto. Por una parte, los albano-kosovares ya no son más albano, lo fueron durante el tiempo en que Albania suponía un apoyo a los intereses de la clase política de la región, cuando las armas y los soportes políticos internacionales procedían de Tirana. Hoy Albania se ha convertido en el estercolero de Europa al que nadie quiere acercarse, y los políticos albano-kosovares ven en la creación de un estado estrictamente kosovar la mejor salida para sus bolsillos y sus prestigios. El único problema para que se levante tal chiringuito proviene del otro gentilicio. Ocurre que hay una minoría serbia en Kosovo, una minoría que, tradicionalmente, ha dominado la política de la zona debido a la fuerte represión impuesta desde Belgrado hacia todo lo que sonaba albanés. Y esa minoría no sólo es serbia, sino que con el tiempo ha terminado por convertirse también en kosovar, lo que implica un sentimiento de pertenencia a esa tierra y, además, una estigmatización fuera de Kosovo, pues en Serbia son considerados kosovares y en Kosovo son considerados serbios.

El independentista albano-kosovar ha terminado por imponerse en las elecciones auspiciado por sus socios internacionales. Serbia, por su parte, queda expuesta a las fuerzas nacionalistas más radicales, al estar atrapada en dos fuegos: el nacionalista, que le impide soltar Kosovo a cambio de la liviana promesa de que estudiarán su incorporación a la UE; y el internacional, que le obliga a callarse ante el expolio kosovar, entregar a criminales de guerra que ni siquiera están en su territorio, tratar de que no se vuelvan a encender los ánimos en la República Serbia de Bosnia -la de Banja-Luka- de la que es indirectamente responsable y mantener callados a los nacionalistas del primer fuego. Un juego, sin duda, de malabarismo político que pocas buenas cosas puede traer. Máxime cuando la inmensa mayoría de la población serbia está cansada de los juegos políticos que le han traído guerra, indefensión y especialmente el estigma de ser los últimos animales de Europa. Una ciudadanía que se encargó de eliminar políticamente al líder alimentado por occidente –Milosevic- y que ha visto cómo sus esfuerzos han sido recompensados por toda una Europa que ha señalado a las gentes serbias de ser los responsables de cada matanza ocurrida en Bosnia o en Kosovo, como si cada ciudadano escondiera un uniforme de las Águilas Negras debajo de la ropa.

martes, noviembre 20, 2007

Aya de Yopougon, de Marguerite Abouet


No es la primera vez que hablo de cómic en alguno de los blogs en los que participo, eso es cierto. Pero como ya advertía en su día aún no soy un lector de cómic avezado, sino más bien en categoría amateur al que todavía le cuesta gastarse los dineros –muchos- en un tebeo de toda la vida. Pero, dicen, que las oportunidades hay que aprovecharlas, y a mí hace hoy justo un año se me planteó la posibilidad de inspeccionar todos los documentos que había en una librería, a mi gusto y con tiempo. Quizás por eso, quizás porque también dicen que el Pisuerga pasa por Valladolid y ayer se falló el primer Premio Nacional de Cómic –que ha recaído en Max- del cual se decir más bien poco, hoy me planto ante Uds. para invitarles a acercarse a un cómic africano.

De primeras así, como que sobrecoge la idea de un cómic africano. Uno piensa que estas son cosas de americanos, europeos y japoneses principalmente, que el reino del arte del tebeo está vetado a las historias de los africanos. Al menos en cuanto a mercado lector se refiere. Sin embargo da gusto ver cómo ese país vecino del nuestro, Francia, recoge las ideas de sus antiguas colonias y las proyecta a unas ciudades como la nuestra en la que no tendríamos idea alguna de no ser por ellos. Eso sí, nada de considerar la lengua francesa que hablan estos africains como algo que otorgue identidad a la patria francesa, no vayan a tener otro caso Senghor y tengan que reeditar los libros de texto de sus Lycées.

En cualquier caso el cómic que tuve entre mis manos no fue otro que el Premio Angouleme 2006 a la primera obra. Siempre suelo decir que estos premios a noveles son los que más interesantes me resultan. Las primeras obras de todo autor, aún faltos de profundidad en muchos casos por la inevitable bisoñez que muchos atesoran, tienen la gran virtud de proponerse una pequeña trasgresión. Todo autor, aún a pesar de que los límites del mercado le domestiquen la primera obra, se propone con ella la de aportar algo nuevo. Ha de ser algo que llame la atención, y no lo de siempre. Cuántos grupos hemos visto que han terminado por ser grupos de un solo disco. O cuántos escritores terminaron por eternizar su segunda novela más que Michael Douglas en Jóvenes prodigiosos –gran película. Muchas veces esto pasa por sencillamente porque el éxito de la primera obra es tal que pone al autor frente a grandes figuras consagradas en su materia. Las charlas informales con ellos, el intercambio de ideas que muchas veces surgen de esas reuniones terminan por aniquilar la creatividad atenazando a la joven promesa, quien se siente como si jamás fuera capaz de lograr parecerse a sus predecesores.

Pero centrémonos. Aya de Yopougon es un cómic muy entretenido, escrito por la costamarfileña Marguerite Abouet e ilustrado por Climent Oubrerie. Todo transcurre en Yopougon, un barrio popular de Abidjan, la capital de Costa de Marfil. La historieta es bastante simple y costumbrista, nos muestra las vidas de tres jóvenes de unos 18 años residentes del barrio en cuestión. Adjoua y Bintou sólo buscan una vida joven fácil. Su mayor preocupación es cómo escaparse de la vigilancia de sus padres e ir a la discoteca a bailar y a entretenerse con esos chicos rebeldes tan defenestrados por la familia. Junto a ellas encontramos a la protagonista de todo, Aya, una chica con ganas de divertirse pero que también mira por su futuro. Para huir de la vida de ama de casa que le espera, ella está empeñada en dejar las fiestas y centrarse en sus estudios. Quiere ser una buena doctora. La historia es dulce y simpática en cada momento. Incluso en los instantes más comprometidos. Abouet nos muestra la ternura de una edad adolescente de despreocupaciones y libertades, donde las pequeñas revoluciones consisten en escaparse una noche y ver al chico que te está prohibido. Donde los errores significan que ya no decides por tu cuenta.

La sociedad que nos dibuja Abouet está plasmada por una tranquilidad social que quizás sorprenda al lector poco africanista, pues bien pudiéramos estar hablando de muchachas residentes en nuestras seguras ciudades del Primer y único Mundo. Esa es la gran virtud de este cómic, que los personajes son reconocibles por cualquiera de nosotros, que las situaciones sociales son posibilidades de todo el mundo. En la preciosa edición española de Norma nos cansaremos de leer que el Aya de Yopougon consigue alejar al lector de una África asolada por los conflictos y demás lugares comunes que hacen chirriar un poco el conjunto del producto que tuvimos entre manos. Discrepamos de la asociación de producto africano a producto de o sobre el conflicto que se hace en todas partes. África está llena de singularidades y, aunque parezca mentira, no todos los países y no todos los lugares están en guerras cruentas –cuantos más calificativos monstruosos pongan tras la palabras África y guerra, mejo les irá- o son lugares idílicos en donde cualquier occidental debería vivir al menos un año. En plan Katharine Hepburn.

Las ilustraciones de Oubrerie son estupendas, muy integradas en la historia, que no aportan detalles innecesarios y plasman la veracidad de las historias. Veracidad que viene corroborara con la constatación de que el barrio del que hablamos, Yopougon, es el barrio donde se crió la autora en la misma época en la que transcurren los hechos. Un motivo más, sin duda, para meterse de lleno en este interesante cómic y aprender de África subsahariana por otros medios menos habituales. Disfrutarán esperando a que salga la segunda parte.

"En los años 70, la vida era dulce en Costa de Marfil. Había trabajo, los hospitales estaban equipados y la escuela era obligatoria. Tuve la posibilidad de conocer esta época despreocupada, donde los jóvenes no tenían que escoger su campo demasiado rápido, y se preocupaban sólo de la vida corriente: los estudios, la familia, los amores... Y es esto lo que quiero contar en Aya, África sin los tópicos de la guerra y del hambre, esta África que subsiste a pesar de todo porque, como se dice en nuestra casa, la vida continúa..." Marguerite Abouet.