Desde hace tiempo se viene observando que lo que ocurre en Kosovo no es otra cosa que la segregación de una provincia de un Estado soberano auspiciada por las potencias políticas, militares y, sobretodo, económicas de Europa. Los Balcanes han supuesto un quebradero de cabeza para el imperialismo europeo desde que éstos se levantaron independientes con la retirada del Imperio Otomano. Una región tan cercana a la Europa Civilizada, frente por frente a Italia en el Adriático y que está al norte de un país como Grecia, ha sido desde comienzos del siglo XX organizada por entidades ajenas a su propia población.
Y es curioso que esto se realice desde el seno de una Europa que, a partir de la Revolución Francesa, ya proclamaba como un derecho indispensable el derecho de autodeterminación de los pueblos y de constitución de una Nación en un Estado. No se nos escapa que los principios filosóficos y políticos de la época que condujo a la toma de la Bastilla conducían, ni más ni menos, a la conceptualización de la Nación de la que los procesos integradores de Alemania e Italia fueron el mejor exponente. Parecería contradictorio que la Europa Moderna infringiera su principal soporte de legitimación y terminara por organizar un vasto territorio con independencia de la voluntad de los pueblos que en él hay. Pero no, han sabido hacerlo sin que a los dirigentes históricos de cada país les haya temblado la voz. Aunque no lo han hecho muy bien.
Se han equivocado en todo momento. Sólo con la dictadura de Tito la región pareció encontrar una calma institucional que en realidad ocultaba la presencia de unas identidades nacionales tras el velo de un supuesto regionalismo nunca desarrollado y siempre lacerado por las tremendas diferencias económicas entre territorios. Hay quien echa de menos la existencia de una República de Yugoslavia, aunque sólo sea por motivos deportivos.
La realidad termina siendo dañina para las poblaciones balcánicas. Hoy existen diferentes identidades nacionales en la zona cuando las poblaciones apenas las reclamaban. Fueron los políticos de turno, interesados en aumentar su reino de taifas hasta el límite, los que terminaron por provocar una estampida nacional en Yugoslavia e infligir a los ciudadanos yugoslavos un estigma de guerra y racismo que ha terminado por enroscarse sobre sí mismo y hacer de unos el hazmereir de otros. Hoy en toda serbia se ríen del acento bosnio, incluso aquellos que encuentran el origen de su misma familia y de su apellido dentro de esta región, y se ríen como ya hacía décadas se reían de todo lo bosniaco. La única diferencia es que ahora, tras esos chistes, tras esas imágenes clásica de un humorista de la época de Tito que se caracterizó por este humor, tras todo lo que parecería normal, se esconde un odio hacia el vecino de al lado, culpabilizado de todos los males, animalizado y perseguido hasta donde haga falta. Si fuiste un musulmán nacido en Belgrado, hoy sólo eres un musulmán residente en Turquía, o en Bosnia, o en Francia. Hay que ver cómo la política puede ensuciar a su población.
La misma política, aunque esta vez europea, lleva a la decisión de distorsionar los acontecimientos de Kosovo y, en lugar de verlos como la última salida de un dictador en busca de legitimación, los observa como la mayor injuria hacia los Derechos Humanos. Defendiendo estos derechos con las bombas, evitando las bajas propias y propiciando un escenario para la victoria moral del dictador, Europa y EE.UU. lograron imponer su visión en la zona. Ésta no era otra que ejemplificación moral a Serbia –derrotada sin armisticio en 1999-, nación a la que se le ofrece la recuperación económica a cambio de colaborar en su desmembramiento. Montenegro se fue en 2006 acabando con el último fantasma yugoslavo, y ahora parece que definitivamente le toca el turno a Kosovo.
La razón para la independencia de Kosovo no es otra que la aparente incompatibilidad de los dos grupos poblacionales que allí residen: los albano-kosovares y los serbio-kosovares. Es en estas dos nomenclaturas o gentilicios que se utiliza aquí donde se puede ver mejor la lógica del conflicto. Por una parte, los albano-kosovares ya no son más albano, lo fueron durante el tiempo en que Albania suponía un apoyo a los intereses de la clase política de la región, cuando las armas y los soportes políticos internacionales procedían de Tirana. Hoy Albania se ha convertido en el estercolero de Europa al que nadie quiere acercarse, y los políticos albano-kosovares ven en la creación de un estado estrictamente kosovar la mejor salida para sus bolsillos y sus prestigios. El único problema para que se levante tal chiringuito proviene del otro gentilicio. Ocurre que hay una minoría serbia en Kosovo, una minoría que, tradicionalmente, ha dominado la política de la zona debido a la fuerte represión impuesta desde Belgrado hacia todo lo que sonaba albanés. Y esa minoría no sólo es serbia, sino que con el tiempo ha terminado por convertirse también en kosovar, lo que implica un sentimiento de pertenencia a esa tierra y, además, una estigmatización fuera de Kosovo, pues en Serbia son considerados kosovares y en Kosovo son considerados serbios.
El independentista albano-kosovar ha terminado por imponerse en las elecciones auspiciado por sus socios internacionales. Serbia, por su parte, queda expuesta a las fuerzas nacionalistas más radicales, al estar atrapada en dos fuegos: el nacionalista, que le impide soltar Kosovo a cambio de la liviana promesa de que estudiarán su incorporación a la UE; y el internacional, que le obliga a callarse ante el expolio kosovar, entregar a criminales de guerra que ni siquiera están en su territorio, tratar de que no se vuelvan a encender los ánimos en la República Serbia de Bosnia -la de Banja-Luka- de la que es indirectamente responsable y mantener callados a los nacionalistas del primer fuego. Un juego, sin duda, de malabarismo político que pocas buenas cosas puede traer. Máxime cuando la inmensa mayoría de la población serbia está cansada de los juegos políticos que le han traído guerra, indefensión y especialmente el estigma de ser los últimos animales de Europa. Una ciudadanía que se encargó de eliminar políticamente al líder alimentado por occidente –Milosevic- y que ha visto cómo sus esfuerzos han sido recompensados por toda una Europa que ha señalado a las gentes serbias de ser los responsables de cada matanza ocurrida en Bosnia o en Kosovo, como si cada ciudadano escondiera un uniforme de las Águilas Negras debajo de la ropa.