Asumir como asume Charles Beitz que el Estado debe satisfacer un elemento moral dado que somos los propios individuos los que legitimamos ese Estado, es asumir que en la actuación del ente estatal existe una moralidad impuesta por los individuos que lo forman.
Hobbes y los realistas tratan de justificar la amoralidad del Estado en sus relaciones con los demás Estados, o al menos la no inclusión de los principios morales en las mismas, argumentando que la esfera interna del poder estatal es diferente a la exterior y, por tanto, la fundamentación de los actos ha de ser diferente. El concepto de Relaciones Internacionales como un mundo exclusivamente de relaciones estatales, la no supeditación de las mismas a un ente superior y junto con el principio del “propio interés” es claramente engañosa y limitada.
Las Relaciones Internacionales, argumentará Beitz, serán relaciones entre individuos que, ocasional o históricamente, forman Estados. Y estos Estados han de estar supeditados a la manera de vivir la vida de los individuos que la forman. No pueden por tanto obviar que los individuos tienen una moral y unos principios. Sin embargo surge una duda al reinterpretar las palabras de Maquiavelo que destaca Beitz. El príncipe, decía Maquiavelo, ha de hacer todo lo posible para conservar su Principado. Hoy, el príncipe es el gobierno, y el Principado el Estado. Por tanto el gobierno habrá de realizar cualquier función que considere necesaria para la conservación de ese Estado. Sea la guerra, la cooperación, la alianza, etc. Si tenemos en cuenta que el Estado ha debido ser creado para asegurar un mínimo bienestar en las vidas de los ciudadanos que lo forman, y el modo de vivir de los mismos, el interés de ese gobierno será el asegurar ese Estado de bienestar, ése será el interés nacional. Tan sólo habrá que discutir cómo se desarrolla el interés nacional, quién lo da forma y con qué argumentos ya que dependiendo del mecanismo de formación y desarrollo, la actuación del gobierno girará hacia un lado o el otro.