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Traigo
esto a colación de este artículo (enlace)
del genial periodista en África, José Naranjo. En el blog colectivo
del diario El País, “África no es un
país”, publicó el pasado 10 de
julio una crónica del conflicto de la Casamance, en Senegal
–últimamente no paramos de hablar de esta región. La lectura que
de él se desprende es la de una población, los diola, oprimidos por
aquellos que dominan el aparato del Estado, los wolof. A pesar de
todo el saber hacer periodístico de Naranjo, el artículo desprende
una simpatía hacia el movimiento rebelde de la Casamance frente a la
estructura estatal wolof. Y vuelven a sonar en mis oídos aquella
frase de mi primer profesor de Ciencia Política: “Qué manía
tienen Uds. con identificarse siempre con los grupos más pequeños”.
La debilidad, entendí más tarde, es una cualidad que cae simpática…
siempre que el débil no te esté incordiando a ti.
Porque
el artículo de Naranjo aporta una serie de características que bien
podríamos trasladar al escenario catalán o vasco y que seguramente
serían muy contestadas en los comentarios del blog y en las redes
sociales.
De
entrada Naranjo habla de conflicto de baja intensidad, aunque ha
producido 5.000 muertes en 30 años. El Ministerio de Interior habla
de 829 muertos provocados por ETA. Cada muerte es una tragedia en sí
misma pero, parafraseando a Stalin, si las juntas todas es sólo
estadística. La violencia se suma a otros episodios comunes en las
relaciones Senegal-Casamance y España-Euskadi, como la retirada de
banderas, las manifestaciones, la voluntad de los secesionistas de
resolver el conflicto en el ámbito internacional o la larga duración
de las penas de cárcel.
Entre
las causas del conflicto, además de las raíces históricas, Naranjo
menciona el control político por parte de una identidad frente a la
otra, así como una profunda diferencia “no sólo lingüística
sino también cultural”. Se creó así un “sentimiento
discriminatorio” en la población subyugada al Estado que está en
la base de este conflicto. Y todo lo que hemos dicho en este párrafo
puede ser aplicado tanto para la integración de la Casamance en
Senegal como para la integración de Cataluña y Euskadi en España.
Y nuevamente todo lo que se ha dicho en este párrafo podría ser
discutido y ser cuestión opinable, sobre todo desde cada trinchera
en la que nos encontremos.
Por
último, y aunque Naranjo es optimista afirmando que el diálogo aún
es posible, el artículo nos señala como una de las causas del
bloqueo del mismo la innegociabilidad de las partes respecto a la
indivisibilidad del territorio estatal de Senegal (o España) y
respecto a la voluntad de los secesionistas de reconocer el derecho a
la independencia de la Casamance (o de Cataluña, o de Euskadi).
Las
interpretaciones maniqueas de la realidad, que siempre y a todos se
nos escapan de entre los dedos para llegar a nuestros artículos o a
nuestras discusiones (académicas o de bar), no suelen aportar nada
al debate, salvo más debate en sí mismo. Ser conscientes de esto
permite no rasgarse las vestiduras cuando alguien dice algo incómodo
del conflicto en el cual nos sentimos inmersos. Pero también nos
obliga a realizar un esfuerzo en la interpretación de los hechos que
queremos narrar o analizar. No podemos caer en la tentación de
idealizar cualquier tipo de lucha ajena a nuestros propios intereses
por el mero hecho de ser la parte más débil de un conflicto que no
nos afecta. Resulta mucho más fácil ser secesionista cuando el
secesionismo no ataca nuestra identidad política que cuando éste
forma parte de nuestro marco estatal.
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