AVISO

lunes, diciembre 21, 2009

In the Loop, de Armando Iannucci

La tendencia actual de la política internacional está claramente marcada por una necesidad o impulso irrefrenable a legislarlo todo. Sí, es cierto que el término legislar no es estrictamente correcto, pero la temática de lo internacional está resultando tan compleja que, si pensamos en el establecimiento de un supuesto gobierno global sus competencias legislativas abarcarían cualquiera de esos asuntos sobre los que líderes y técnicos se reúnen tan concienzuda y públicamente. Los partidos políticos, el agua, la gestión medioambiental, la administración pública… actualmente todo es susceptible de ser racionalizado desde el ámbito internacional.

Si continuamos con esta lógica, escribir una serie de entradas sobre Cine y Relaciones Internacionales resultaría extremadamente vacuo precisamente por el excesivo contenido de ésta. La lógica de la clasificación consiste en depositar en contenedores fácilmente reconocibles las cosas o sujetos a ordenar con el objetivo de que sean fácilmente encontrados para su uso. Siguiendo así, muchas habrían de ser las películas que pasaran por las páginas de esta serie, desde las redes de prostitución hasta las mismísimas chaladuras de cuatro informáticos.

Sin embargo, si existe un tema clásico en el mundo de las Relaciones Internacionales, ése es la Guerra. Cientos de hojas se han escrito sobre la misma. Da igual de qué guerra se hable, siempre que se trate de una entre naciones o Estados. Y aun cuanto se ha dicho de todo, siempre hay cosas sorprendentemente interesantes a contar sobre ella. Como esta película.

In the Loop –algo así como “En el bucle”- es una película sobre la guerra. No nos enseñará terribles escenas de soldados mutilados y muertos de miedo justo antes de desembarcar. Pero nos enseñará por qué se desembarca y qué tipos de personajes lo deciden. El cartel la vende como la ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú de nuestros tiempos. Sin embargo se sale del cine más con la sensación de haber visto Yes, Minister en pantalla gigante, con más tacos y hablando de la política del siglo XXI.

Es una película brillante de principio a fin que no deja respirar al espectador en ningún momento. Posee esas dosis de genialidad en la mezcla de humor y política que acaba con cualquier argumento en su contra. Su director, Armando Iannucci, da a la cinta un aire de documental con el estilo de cámara en mano y de persecución del personaje que provoca tensión en el espectador y convierte a dicho estilo en una parte más del elemento narrativo. Los planos se mueven aceleradamente transmitiendo una sensación de importancia y de trascendencia a cada momento.

El proyecto de la película es la continuación de una serie de televisión británica, de la BBC por supuesto. Thick of it comenzó sus emisiones en 2005 y, además de una futura adaptación estadounidense, cosechó grandes críticas. La serie surgió como una respuesta a la antes mencionada Yes, Minister y varios de sus personajes-actores repiten en el largometraje. El protagonista es Malcom Tucker, Director de Comunicaciones del Primer Ministro británico. El hombre que decide qué sale en los medios por parte de cada miembro del gobierno inglés, el vasallo de confianza del Primer Ministro y, en el fondo, quien maneja los hilos de ese mecanismo anteriormente conocido como gobierno británico. Interpretado por un excelente Peter Capaldi –uno de los que repite de la serie-, el Sr. Director de Comunicaciones parece preso del síndrome de Tourette por la cantidad de oprobios que suelta a cada paso. De hecho, repasando mentalmente la película, sólo se intuye que no pronuncia taco alguno en la segunda escena, justo hasta que escucha por la radio a Simon Foster, Ministro de Desarrollo Internacional, apoyando veladamente una guerra que aún no ha sido declarada y sobre la que el gobierno, es decir Tucker, no quiere mostrar una postura clara.

Interpretado por el correcto Tom Hollander, el Ministro es preso de su incapacidad para responder a los medios de comunicación de su país de una manera acertada. Cabría preguntarse qué clase de político es tan incapaz de gestionar respuestas sencillas a preguntas fáciles si no hubiera cientos y cientos de ejemplos documentados en cada país. Las relaciones de Simon Foster con la prensa dinamitan el discurso público del 10 de Dwoning Street y precipitan la sucesión de acontecimientos al otro lado del Atlántico.

El otro escenario que se muestra es el de unos Estados Unidos atrapados entre dos Secretarios de Estado y un General. Por un lado, el Secretario de Estado Linton Barrick, un maníaco asesino con relaciones con el lobby armamentístico que utiliza como sujetapapeles una granada de mano cargada con anilla. Su política, y la de su equipo, consiste en sostener la necesidad de una guerra que aparentemente es militarmente inabarcable y políticamente inasumible. Por el otro bando, el del no a la guerra, se sitúan la Secretaria de Estado Karen Clarke, con su equipo adjunto, y el General George Miller, quien nos devuelve después de Los Soprano al genial James Gandolfini.

Las luchas internas en el Gobierno de Estados Unidos hacen que parezca que exclusivamente ellos se toman en serio la posibilidad de no acudir a la guerra, sin embargo la película va dando muestras de que sólo son posturas que, aunque aparentemente irreconciliables, son maleables, y que los intereses personales de cada uno de los personajes están muy por encima de las decisiones políticas. Más aún si la carrera profesional no estaba más que comenzando a andar.

No se podría hacer una crítica de esta película sin hablar de otro de los actores que repite de la serie. Se trata del cómico británico Chris Addison que, interpretando al técnico de comunicación política Toby Wrigth, recién llegado al Ministerio de Desarrollo Internacional, destrozará cualquier plan para mantener el camino de la guerra alejado de la prensa.

La película muestra una política marcada por los egos de los personajes. Pequeñas afrentas son solucionadas a golpe y porrazo de declaraciones políticas y amenazas de fin de carrera como si en el patio del colegio se estuviera. Todo rodeado de un humor negro y brutal, sostenido por el inconmensurable Peter Capaldi. El juego de hilos que, como en el estupendo cartel promocional, conectan el eje norteamericano-británico permite que la comedia de situación sobre política se disfrute a la vez que despierte sentimientos de vergüenza ajena. Los personajes, políticos y técnicos de las dos administraciones, son claramente esperpentos de lo que se supone en la realidad. Sin embargo en cada uno de ellos podemos encontrar al pequeño dictador –o grande, según el caso- que llevan dentro y que, al fin y al cabo, terminan por manipular los consensos de política internacional inclinando la espada de Damocles hacia uno u otro lado. Es la política de la víscera arrastrada por el interés, que mueve a los supuestos organismos bien intencionados y manipula las conciencias de Occidente. Porque las de sus siervos las dio por perdidas en el momento que sintieron el frío acero del cañón de la Justicia Internacional en el calor de su nuca.

miércoles, diciembre 02, 2009

El léxico del cooperante

Hacer de Coco, o Grover es algo que detesto, pero ha llegado la hora de decirlo, aunque nos tengamos que poner un poco pedantes. Según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, el verbo cooperar consiste en "obrar juntamente con otro u otros para un mismo fin". El diccionario, por tanto, no atribuye ningún tipo de bondad al hecho de cooperar. Este es un error muy común en quienes se acercan por primera vez al mundo de las relaciones internacionales -donde la palabra cooperación es de uso habitual. El error consiste en atribuir a la palabra cooperación una categoría moral de bondad y, por tanto, hacerla deseable. También es común entender cualquier actividad del Norte relacionada con países del Sur como cooperación, y por tanto intrínsecamente buena. Errores éstos que cada vez es más necesario saber evitar.

martes, diciembre 01, 2009

Las trampas de la salud africana

Uno de los mitos comunes asociados cuando se habla de África Subsahariana se refiere a la Salud. Cualquiera que planifique un viaje hacia zonas de la región recibirá de golpe y de manera formal e informal diversos tipos de información relacionada con la protección de la salud personal que seguramente le hagan replantear su viaje.

La Conferencia Internacional sobre Atención Primaria celebrada en Alma-Ata definió la salud como la ausencia de enfermedades y la presencia de bienestar físico o social. Esto es, como la ausencia de riesgos y peligros sanitarios. Actualmente en África los principales problemas sanitarios que podemos encontrar son la mortalidad materno-infantil, las enfermedades infecciosas y las no transmisibles. Para el occidental, en especial el europeo, existe la sensación de que, nada más bajar del avión, se verá sumergido en un continuo ambiente de amenaza hacia su salud. Cualquier cosa que coma/beba puede estar hecha para matarle. O esa es la sensación que tiene. Y frente a esto, los africanos y las africanas viven sin ningún tipo de miedo, son riesgos que están presentes en su vida diaria que carece de ese velo irreal de seguridad en torno al que hemos creado nuestro día a día.

La automedicación es una de las armas africanas, habiendo establecido por tanto una manera de autodiagnosticarse –si se tiene fiebre hoy, se toma paracetamol: si la fiebre se va pero a los pocos días vuelve, es paludismo. Proliferan las farmacias ilegales con medicamentos caducados o falsificados y que no conocen qué están recetando a sus enfermos. Y, por supuesto, surge la medicina tradicional como elemento alternativo a los inaccesibles –por razones económicas o de distancia- hospitales.

Esta medicina africana, basada en la experiencia propia y el sentido común, no le sirve al occidental. Ni le sirve ahora ni le servía hace un siglo, cuando era el colono. Fue entonces cuando se estableció una doble sanidad. Por un lado un sistema para los colonos y por otro, coexistiendo, uno para la población local que consistía más en temas de higiene y mantenimiento del prolatariado. A partir de 1920, y hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, quizás debido a que los africanos combaten con los europeos en la Gran Guerra, se comienza a establecer un verdadero sistema sanitario que es el que heredarán los países independientes y el que destrozarán los Programas de Ajuste Estructural del FMI y del Banco Mundial al proponer su privatización y el fin de los subsidios estatales al sistema.

Pero a día de hoy, si hablamos de Salud y de África podremos comprobar cómo la mayoría de los occidentales asocia a la relación una palabra: VIH/SIDA. Asociados al Sida hay infinitos puntos mal explicados que, de manera muy sencilla, todo el mundo puede ver resueltos. Pero en este blog, que no es absoluto un consultorio sanitario aunque algo de terapéutico sí que tiene, lo que nos interesa es resolver mitos en torno a las políticas de Sida en África y sus consecuencias.

De primeras hay que considerar la gran presencia del virus en la zona. Se calcula que al menos un cuarto de la población total del continente es positiva. Para muchos expertos en Relaciones Internacionales, hablar de Sida en África, con estas cifras en la mente, equivale a hacer llamamientos para la prevención de conflictos y revoluciones. Con una obtusa visión sobre la formación de los conflictos, estos expertos cridan apelando que cuanta más importancia cobre la pandemia, más virulentas serán las sacudidas políticas. Pero lo cierto es que no está ocurriendo así.

En África Subsahariana, las relaciones sociales están hechas para aguantar el peso de los fallos del gobierno. Las políticas públicas en torno al Sida son, en muchos casos, ineficaces o inexistentes. Paradójico era el caso del ahora ex–Presidente de Sudáfrica Thabo Mbeki, quien en un congreso internacional sobre la enfermedad realizado en su propio país negaba la existencia de ésta. O la de su Ministra de Sanidad, Manto Tshabalala-Msimang, quien recomendaba ajos y vitaminas como remedio para combatir la enfermedad. Estos casos, caricaturizados por la prensa internacional debido a su incapacidad para analizar lo que pasa más allá del Mediterráneo, nos dejaban entrever que existían diversas maneras de acercarse a la enfermedad en el continente.

Las formas de resistir o de rebelarse en África no son necesariamente las mismas que en occidente. África Subsahariana, para suerte o para desgracia, está acostumbrada a convivir con otro tipo de pandemias que esquilman la población y hacen estragos en sus relaciones sociales. Sin embargo, ninguna de éstas han conseguido acabar con su estructura ni con su fortaleza. En un momento en el que África tiene más líderes elegidos democráticamente que en toda su Historia, las políticas públicas de salud siguen siendo pequeñas aportaciones y el peso real sobre la gestión de las consecuencias de las pandemias así como sobre su control, recae en las redes sociales de autoayuda.

Un vistazo por uno de los problemas sociales derivados del Sida son los huérfanos. Aproximadamente 12 millones de niños y niñas en África Subsahariana han perdido al padre o a la madre a causa de la enfermedad. Cabría pensarse que sobre aquellos niños que han perdido a los dos padres se cierne la desprotección, sin embargo la red familiar, de carácter extenso, acoge a éstos y termina por reconducir su situación personal.

Como con todo en África, los líderes mundiales –o cabría más decir imperiales- opinan libremente sobre qué hacer o no hacer para solucionar la pandemia del Sida en el continente. En días como hoy, en donde internacionalmente se guarda un emotivo momento para charlar de la enfermedad, merece la pena lanzar un grito contra todos aquellos que, a través de su profunda ignorancia –como la del video que a continuación les dejo- siguen pensando que África es un continente-laboratorio en donde aquello en lo que ellos creen “tiene que funcionar”, aunque sea a la fuerza.