AVISO

miércoles, enero 24, 2007

El enviado de Dios

La primera vez que vi un libro suyo fue en el escaparate de la Librería Visor. Caminaba hacia la parada de autobús en dirección a mi casa absorto en mis pensamientos, sin prisa, y decidí pararme en el escaparate de la vieja librería. De entre todas las relucientes novedades me fijé en la suya. Era la edición más fea de todas las que había. Con un gris que delataba que el libro no era novedad, sino reedición, y que ésta no era nada cuidada, la fotografía del centro donde unos niños africanos protegidos por cascos blancos empuñaban un ak-47 me animaba a adquirirlo compulsivamente. Sin embargo lo que me decidió de una vez por todas fue el título: Un día más con vida. Algo tenía que pasar en ese día ¿no?

Fue más tarde, cuando lo tenía ya en mis manos y el autobús echaba a rodar, cuando me fijé que el libro no era una novela, que tampoco era un ensayo, sino que pretendía ser un relato periodístico de los últimos días de la presencia portuguesa en Angola en 1975, narrados por un periodista polaco de extraño nombre. Y más tarde aún cuando me di cuenta de que en realidad estaba ante un libro que era mucho más que eso. Ante un libro que, como toda la obra de Ryszard Kapuscinski, es un libro de viajes, de aventura, de ensayo político, de reivindicación de las personas, de historia política, que era un grito en forma de alegato por la vida de todos aquellos seres anónimos que participan de los acontecimientos sin que nadie les haga el menor caso.

Un día más con vida lo leí cuatro meses después de haberlo comprado, cuando me disponía a enfrentarme a un viaje en tren desde Madrid hasta Pau, en Francia, que se prometía interminable. Lo leí del tirón. A mitad del trayecto había terminado de leer y me había quedado con un sabor en la boca tan intenso que no paré de hablar del libro a cada paso que daba por la ciudad francesa. Fue mi primer contacto con una realidad africana que en España tenemos abandonada en los círculos académicos, políticos y sociales. Y puedo decir, orgulloso, que el gran escritor polaco Ryszard Kapuscinski tiene toda la culpa de mi interés por el continente africano. Tras este primer libro sobre África, siguieron otros del mismo autor. El Emperador , La Guerra del Fútbol -impresionante biografía a golpe de reportaje-, y otros que no tardaré en correr a comprar, en esas ediciones grises y feas de Anagrama pero que destacan en mitad de mi librería por encima de otros libros menores.

Desde que leo a Kapuscinski no he parado de recomendarlo. Con la misma compulsión con que compré mi primer libro les he recomendado a mis conocidos que lo lean, lo regalen o, simplemente, lo compren para casos de emergencia en donde necesiten saber que, en el mundo, nunca se está solo. O mejor, nunca se estaba solo, pues desde el pasado Martes 22 de Enero de 2007, Ricardo ya no está con nosotros.

Uno puede leer los libros de Kapuscinski del tirón, como se hace con los buenos libros de relatos y sin pararse a pensar en cada situación por él descrita. Pero también puede detenerse en cada rincón del libro y retroceder a aquello que pudo suceder antes en aquel lugar en el que Kapuscinski conoció a tal o cual personaje. Puede detener el tiempo y contemplar la tragedia que el autor vivía en tiempo presente, y preguntarle por qué decidió subirse a aquel avión, meterse en aquel bosque o dormir en aquella tienda. Todos ellos actos de inasumible irracionalidad.

Porque es la irracionalidad la dueña de sus acciones y la que da novedad a sus libros de viajes. Kapuscinski ofrece una visión de África atípica. Por norma general, los autores de relatos sobre los africanos y africanas muestran a éstos como carentes de racionalidad, seres inmersos en un mundo no moderno y cuyas vidas carecen del orden natural de las cosas que sí desprenden los viajeros blancos. Páginas y páginas de historias en África donde los protagonistas son todos blancos, donde los negros son sólo actores secundarios. Sin embargo, si uno lee cualquier libro de Kapuscinski podrá aprender a escribir algo que tenga a uno mismo como punto de referencia de la historia pero que cuyos protagonistas sean todas y cada una de las personas con las que se cruza por sus caminos. Un libro de relatos de África donde el hombre blanco sea el irracional y, el hombre africano aquél que no sale de su asombro al ver las estupideces que hace ese blanco de la fría Europa.

Esto que es tan difícil lo logró desde el compromiso ético que siempre le acompañaba como periodista. "No se puede escribir de alguien con quien no has compartido como mínimo algún momento de su vida", decía. Recorrió la mitad del mundo de mano de la agencia polaca de noticias y repartió su particular visión de los acontecimientos que dominaban la periferia de la Guerra Fría, es decir, allí donde ésta sólo era Guerra. Y todo por culpa de un espíritu que se resumía en una de sus frases en La Guerra del Fútbol "¡Cómo iba a quedarme en Nigeria si allí no pasaba nada y era en el Congo donde todo estaba sucediendo!"

Sobre todas las cosas, los libros de Kapuscinski enganchan. Uno no puede dejar de leer cómo el azar le salva de una ejecución segura en un Congo en guerra, al que ha llegado tras recorrer en coche la distancia que hay entre Nigeria y Kinshasha. Cómo se negocia en Angola con los soldados del check point improvisado en mitad de una carretera sin saber de qué bando son y, por tanto, si los has de tratar como camaradas o compañeros. Y no puede dejar de sentir el dolor de una picadura de escorpión en la cabeza en mitad de la selva, donde nadie puede hacer ya nada por tí y sólo te queda tratar de dormir esperando que el veneno inyectado no fuera suficiente y a la mañana amanezcas como un día cualquiera.

Le han llamado maestro de periodistas por todo esto. Por desvelar que los Cínicos no sirven para este oficio. "El enviado de Dios", que decía de él John Le Carré. Fue admirado por otro de los grandes periodistas de nuestro tiempo, García Márquez, del que más adelante se hizo amigo íntimo y tenía una relación especial con España, a la que acudía siempre que podía con un perfecto castellano.

El martes volvió a salir de viaje dejando atrás su tan odiada mesa de despacho. Como al cielo seguro que no ha ido, poco hay que contar, esperaremos su próxima crónica para saber si el infierno era aquello que nos habían dicho.


domingo, enero 14, 2007

Bismarck estaría orgulloso

Somalia es uno de esos países que sólo se conocen por el Telediario. Tan pronto sale de él como vuelve a entrar y ningún canal temático de viajes hace reportajes sobre sus maravillosas costas en el Índico o la peculiar gastronomía de la región montañosa del país. Si de este país tuviéramos que decir algo, sólo saldría de nuestras bocas una palabra: Guerra.

Fue en las costas somalíes, esas del Índico, donde las fuerzas estadounidenses desplegaron la mayor campaña de intervencionismo humanitario armado de la Historia. Bajo la bandera de la ONU, pero con libertad de acción, los soldados norteamericanos fueron masacrados teniendo que abandonar el país a toda prisa y dejando a unos Señores de la Guerra profundamente bien armados y fuertes. La derrota norteamericana parecía traer consigo el establecimiento de un régimen neopatrimonial tan al uso en África Subsahariana, sin embargo lo que se reprodujo fue otro modelo africano: la división de los líderes a través del apoyo de diferentes países vecinos.

Etiopía y Eritrea apoyaron a unos u otros y el resto de Señores de la Guerra se limitaron a controlar las economías de sus territorios como podían y a hacer y deshacer alianzas entre ellos asegurándose la supervivencia y el autoabastecimiento. De esta manera, Somalia entró en una dinámica desde 1995 en la que el acuerdo político se hizo cada vez más imposible y la inexistencia de un Estado al uso impedía a los actores externos propiciar una solución al no estar ellos mismos capacitados para operar con un no-Estado. Tampoco se atrevían a operar con dos regiones de Somalia, Somaliland –autodeclarada independiente- y Puntland –autodeclarada región autónoma-, que, funcionando como Estados comunes carecían de reconocimiento internacional. Una situación enquistada, donde por supuesto la creación del Gobierno Provisional no ayudó a un acercamiento de posturas pues cada reunión de este Gobierno o del Parlamento Provisional –siempre en territorio no somalí- se ha saldado con desacuerdos e incluso peleas entre los propios diputados.

Con todo esto, la realidad ha sido que desde la misma Somalia se ha rechazado la situación creada por unos Señores de la Guerra profundamente divididos e incapaces de imponerse unos a otros. Desde los comerciantes somalíes se apoyó económicamente a al grupo que parecía tener las menores divisiones internas de toda Somalia. Y resultó ser el grupo de los Tribunales Islamistas. Éstos tomaron la capital, Mogadiscio, hace unos meses, devolviendo a Somalia a las imágenes de los telediarios occidentales. La fuerza real de estos Tribunales para hacerse con la victoria en esta guerra enquistada fue sobredimensionada por parte de los medios, sin embargo lo que sí se tenía claro desde Washington era que existía la posibilidad de provocar un efecto llamada en las poblaciones islámicas desencantadas y que éstas terminaran acudiendo a Somalia pretendiendo continuar la lucha que se lleva a cabo en Iraq, Afganistán y otras partes del mundo.

Además, la posibilidad de que esta fuerza creciera alertaba de un más que probable aumento de la capacidad organizativa del terrorismo internacional. No hay que olvidar que se cree que fue en territorio somalí desde donde se planearon y ejecutaron los atentados a las embajadas norteamericanas de Kenia y Tanzania.

Así pues, Etiopía acaba por intervenir en la conquista de Mogadiscio por parte de las fuerzas islamistas. Obviamente alentada por EEUU, quien también ha terminado por reconocer su implicación en, al menos, uno de los bombardeos que ha habido estos últimos días. Y no sólo eso. Se han reconocido soldados estadounidenses que, en terreno somalí, guían las operaciones aéreas de los etíopes. Esta es, por tanto, una operación que desde el Pentágono se toman muy en serio y quizá por eso no se han mostrado reticentes a la hora de admitir que su objetivo es el asesinato selectivo –o ejecución sin juicio, que es lo mismo- de Fazul Abdulla Mohammed, supuesto responsable de Al-Qaeda en la zona y supuesto experto en explosivos responsable de los atentados en Kenia y Tanzania de los que antes hablábamos. Por el momento los civiles muertos por el único ataque oficial de la aviación estadounidense son ya 50 entre los que aún no se sabe si está Fazul o no. Desde los títeres del Gobierno Provisional Somalí –que sólo se ponen de acuerdo a la hora de rendir pleitesía ante su Señor- se asegura que los ataques han logrado el objetivo establecido. “No más Fazul” leo en El País que ha dicho uno de sus miembros. Sin embargo el Pentágono no se atreve a confirmar la noticia, no se sabe si por miedo a una posible represalia o para justificar que continúe su ofensiva –más bien para esto último.

Cabe preguntarse qué está buscando EEUU en África tras tantos años de abandono. Si bien es cierto que, como en la mayor parte del planeta, en los países africanos también se tiende a demonizar a los norteamericanos cuando algo malo les ocurre y la culpa siempre es de Bush –o del que toque-, la realidad es que son las antiguas potencias coloniales –en especial Francia y el Reino Unido- las que realmente causan males directos en la política africana post Guerra Fría. EEUU no era más que una comparsa de los europeos en la región Subsahariana hasta que, en la reformulación de su política exterior tras el 11S, algún lumbrera de Washington decidió que los males del terrorismo internacional venían de la existencia de Estados Débiles o Frágiles –del racismo de esta teoría hablaremos en otro momento- y que la mayoría de éstos estaban al sur del Sahara. Anteriormente explicamos aquí la política antiterrorista de EEUU en la zona, por eso no vamos más que a comentar la novedad que esa política tiene tras el anuncio –precisamente ahora que bombardean Somalia- de la creación de un Mando Regional exclusivo para África llamado AFRICOM.

Aunque aún no tiene base física definida –se habla de Yibuti tras la negativa de Argelia- el AFRICOM se encargará de controlar los intereses norteamericanos exclusivamente en el continente africano –a excepción de Egipto, que seguirá dentro de la zona de Oriente Medio. Todos estos mandos regionales, dependientes del Pentágono, tienen un general del cuatro estrellas al frente y están constituidos para ser una fuerza de acción militar rápida en la zona en caso de ser necesaria, así como capacidad para responder ante situaciones de emergencia humanitaria –para continuar con la misión de vestir de cordero a cualquier ejército. Sin embargo el AFRICOM se va a diferenciar del resto en que junto a su director militar va a tener un director civil y una presencia de personal civil muy superior a lo acostumbrado, además de una función poco común en estos Mandos, la de reforzar las estructuras estatales.

Haciendo conjeturas que probablemente den en la diana cuando se confirme la estructura civil del AFRICOM, la razón que ha podido motivar la creación de este mando regional de tan escaso carácter militar, puede venir derivada de la fuerte competencia de China en el continente. No ha pasado mucho tiempo desde que el Gobierno Chino se ha sentado muy en serio a negociar con los responsables africanos la explotación de las materias primas del continente y desde que se afirmara –de manera escandalosamente absurda- que China le concedía a África una segunda oportunidad de Desarrollo –cuando es África la que está desarrollando a China.

Muy probablemente EEUU seguirá manteniendo su política de ocultación de fondos para la seguridad –su seguridad- tras el velo de la Cooperación para el Desarrollo y, además, como novedad volverá a introducir los criterios geoestratégicos de la Guerra Fría, pensando en asegurarse su abastecimiento de recursos alternativo al del Golfo Pérsico y en clara competencia con la China de la OMC.

¡Bienvenidos al reparto de África! ¡Bienvenidos al Congreso de Berlín!

sábado, enero 13, 2007

El regreso del gigante que nunca se fue

[Publicado originalmente en Derrota Urgente]

No recuerdo bien el argumento central de ese capítulo de Los Simpson, pero recuerdo bien esas escenas donde el embajador de Rusia en el Consejo de Seguridad daba a un botón y el cartel que tenía delante de él y que decía “Rusia” giraba para dar paso a otro que decía “URSS”. La escena siguiente nos situaba en la Plaza Roja de Moscú, donde un desfile de cabalgatas infantiles cambia radicalmente al pararse las cabalgatas y, de ellas, aparecer los tradicionales tanques soviéticos, con sus banderas rojas y sus hoces y martillos amarillos. La tercera, además de ser la más hilarante, es la más gráfica. Unos turistas hacen fotos a la tumba de Lenin cuando, de repente, éste se despierta de su letargo y, cual zombi, rompe su urna de cristal y amenaza a los visitantes.

En los últimos meses estamos viviendo escenas de parecida incredulidad así como de diferente comicidad. Rusia, ese país que sustituyó a la URSS en los imaginarios e instituciones internacionales, parece que ha vuelto a retomar las políticas que le enseñaron a su Presidente en la Academia donde estudiasen los espías de la KGB, si es que estudiaban algo. Políticas de la Guerra Fría que hacen pedir a gritos la vuelta de John Le Carré y de su Casa Rusia, de Mathew Broderik y sus Juegos de Guerra. Pareciera que el Sr. Vladimir Putin también se apuntara a la moda nostálgica de los 80. Y es una lástima que por ello cambie a una política abiertamente conflictiva. Que alguien le regale un mechero de Naranjito a ver si se calma un poco.

Claro, que también podíamos pensar que Rusia siempre fue la URSS. Que, como decía el embajador soviético en Los Simpson, en realidad “nunca nos hemos ido”. Tras la caída de la influencia soviética en Europa del Este, y el desmembramiento de la URSS a través de la CEI, Rusia se vio obligada a asumir un cambio de valores económico-políticos que la condujeran al liberalismo y a la democracia. Como el cacho de tierra que les había tocado en el reparto estaba en quiebra y los gastos fueron muchos, los nuevos dirigentes rusos, encabezados por el cómico Yeltsin –aunque a mí nunca me hizo gracia- se pusieron en manos del FMI, quien estableció las bases de la transición económica y ¡política!

Y menuda transición. No cabe duda de que no se guiaron por el Modelo Suárez y por eso les salió mal a los pobres muchachos. Según su manera de ver las cosas, tras el liberalismo económico vendría la democracia en Rusia, y por eso privatizaron todas las empresas públicas de un día para otro, propiciando la creación de personajes rusos multimillonarios –el más popular es Roman Abramovich- con clara relación con la mafia y que ahora se dedican a invitar a sus fiestas a personajes como Shakira. Y si todo hubiera quedado ahí, ni tan mal. Cualquier país es capaz de vivir con uno o dos Jesús Gil o Aimé Jaqcet, Flavio Briattore y pongan Uds. el ejemplo que quieran. Sin embargo ahí no acabaron las desgracias. Con la mafia convertida en la clase alta económica y sin libertades políticas ninguna, la vieja Rusia se declaró incapaz de pagar el dinero que en un principio le había dejado el FMI y así, en 1997, éste tuvo que volver a prestar grandes cantidades a fondo perdido.

Con Rusia hundida económicamente y lastrada en la política internacional, por aquello de no enfrentarte a tus prestamistas –EEUU es el controlador del FMI y del BM-, la lealtad a la madre patria estaba perdiendo fuerza y los niños ya no querían ser los rusos cuando se jugaba a la Guerra Fría en el patio del colegio –yo es que fui un niño muy raro. Pero llegó la Crisis de Kosovo de 1999 y Yeltsin decidió que el zapato ruso volvería a sonar en la mesa de la ONU. Rompió la unanimidad para castigar a Slobo Milosevic por su política en Kosovo y trató de defenderle. EEUU acudió entonces a la OTAN y el bombardeo –destrucción- de las ciudades serbias fue tal que Yeltsin no pudo más que dar ridículos saltitos en señal de protesta. Terminó por mandar tropas de tierra –algo que la OTAN no se atrevía a hacer- e invadir la capital kosovar Pristina, acabando con la política de Milosevic y proporcionando una salida victoriosa a una OTAN que empezaba a ver cómo el conflicto se enrrocaba sin remedio.

Con Putin la historia siempre ha sido parecida sólo que, a diferencia de Yelstin, Vladimir ya no se molesta en parecer gracioso. Agachando la cabeza en la política internacional ha consentido que EEUU atacara en su patio de atrás buscando a Bin Laden a cambio de tener línea de tiro en Chechenia, la mafia ha logrado mantener el poder económico y las libertades políticas dentro del país se han reducido hasta el punto de que ya ningún medio de información se atreve a criticar al gobierno -¡allí no leen El Mundo ni existe un Jiménez Losantos! Cosas verás Nicolás.

Sin embargo, como mencionaba al principio de la entrada, las cosas parecen estar cambiando. Putin ha terminado imponiendo sus puntos de vista en las reuniones del G8 y ha logrado hacerse con una mayor influencia en la política internacional, aprovechando sin duda el atentado de Beslán ha rehecho su influencia con las repúblicas del Caucaso y ha logrado no ser molestado por esos funcionarios extranjeros que hablan de Derechos Humanos y cosas por el estilo. Y lo más importante, ahora se le mueren los pocos periodistas que estaban en su contra. Así, sin más van y se mueren. Cuando a una no la asesinan al otro lo envenenan con uranio -¿quién es uno de los principales exportadores de uranio del mundo?- en territorio extranjero –para mayor gusto de los nostálgicos de la Guerra Fría: en Londres.

Y como colofón al nuevo advenimiento ruso, la crisis energética de la UE que ha provocado la decisión momentánea de Moscú de no suministrar más petróleo al oleoducto de Bielorrusia por el que se abastecen Polonia, Hungría, Eslovaquia, la República Checa y -¡tantatachan!- Alemania. Para explicar esta situación basta entender que Rusia suministra petróleo a la UE por un oleoducto que atraviesa Bielorrusia y gas por el gasoducto de Ucrania. El petróleo y el gas son vendidos a un precio a estos dos países ex-soviéticos quienes a su vez lo tratan y lo revenden más caro a la UE. Con Ucrania, Putin ya tuvo sus problemas al ganar las elecciones el partido del europeísta y envenenado -¡qué casualidad!- Yushchenko hasta que Ucrania dio el giro hacia la UE, Rusia controlaba su política tal y como hacía con Bielorrusia. Sin embargo la Revolución Naranja de Ucrania situó a este país cerca de la órbita unioneuropea a lo que Moscú contraatacó subiendo los precios del gas. La UE reclamaba no tener que pagar más por el gas y, por lo tanto, Ucrania debía hacerse cargo.

Con Bielorrusia Putin ha sido más severo. La situación política en Minsk es completamente diferente a la de Kiev. En Bielorrusia la presencia del Presidente Lukashenko es constante. Lleva en el cargo desde 1994 y las acusaciones de no respetar los Derechos Humanos y de fraude electoral son continuas. Incluso EEUU le situó como representante del continente europeo en su Eje del Mal. Rusia le vendía el petróleo a un precio ridículamente bajo como manera de financiar la economía bielorrusa y el régimen de Lukashenko. Sin embargo éste ha sido tentado desde Bruselas y el verse ante un aliado tan suculento le ha dado valor para echar un órdago a la grande a Moscú adueñándose del petróleo que pasaba por su oleoducto y no pagar la subida de precios que Putin reclamaba. La jugada hubiera tenido posibilidades de éxito con una Rusia débil como antes, pero la estrategia de fuerza de Putin ha sido mayor que el órdago de Lukashenko Moscú decidió unilateralmente cortar el suministro a Bielorrusia –y por tanto a la UE- de un día para otro, sin consultar y justo cuando la presidencia de Alemania –de ahí lo del “tantatachan” de antes- comenzaba. La protesta de Merkel, quién tenía previsto una visita oficial a Minsk y a Moscú antes de la crisis, ha provocado que Lukashenko rectifique y se pliegue ante la demanda rusa de volver al statu inicial.

La crisis parece solucionada, pero el miedo de los países de la UE no se lo quita nadie. Han estado viviendo dos o tres días de sus propias reservas de petróleo y han visto cómo un conflicto aparentemente ñoño les hacía temblar las piernas. Desde Bruselas se propone ahora diversificar el abastecimiento de petróleo a través de países como Turkmenistán o Kazajstán. Sin embargo los problemas serán los mismos de ahora. La órbita rusa es grande y la fuerza y confianza en sus posibilidades en la política internacional van creciendo por momentos. No será fácil lidiar con una Rusia capaz de decir “No” a pesar de los créditos del FMI. Máxime cuando desde la UE se mira para otro lado cuando Moscú elimina al sector crítico de su sociedad, aunque éste se esconda en la capital del Imperio Británico.

No llegaremos a ver a una Rusia imperturbable ante los acontecimientos que puedan suceder más allá de sus fronteras como en la época de la URSS, hoy su política es más adaptable a los acontecimientos, pelando las batallas que cree capaz de ganar, pero lo que está claro es que el mensaje de Putin es que han regresado o que, en realidad, “nunca nos hemos ido”.