No recuerdo bien el argumento central de ese capítulo de Los Simpson, pero recuerdo bien esas escenas donde el embajador de Rusia en el Consejo de Seguridad daba a un botón y el cartel que tenía delante de él y que decía “Rusia” giraba para dar paso a otro que decía “URSS”. La escena siguiente nos situaba en la Plaza Roja de Moscú, donde un desfile de cabalgatas infantiles cambia radicalmente al pararse las cabalgatas y, de ellas, aparecer los tradicionales tanques soviéticos, con sus banderas rojas y sus hoces y martillos amarillos. La tercera, además de ser la más hilarante, es la más gráfica. Unos turistas hacen fotos a la tumba de Lenin cuando, de repente, éste se despierta de su letargo y, cual zombi, rompe su urna de cristal y amenaza a los visitantes.
En los últimos meses estamos viviendo escenas de parecida incredulidad así como de diferente comicidad. Rusia, ese país que sustituyó a la URSS en los imaginarios e instituciones internacionales, parece que ha vuelto a retomar las políticas que le enseñaron a su Presidente en la Academia donde estudiasen los espías de la KGB, si es que estudiaban algo. Políticas de la Guerra Fría que hacen pedir a gritos la vuelta de John Le Carré y de su Casa Rusia, de Mathew Broderik y sus Juegos de Guerra. Pareciera que el Sr. Vladimir Putin también se apuntara a la moda nostálgica de los 80. Y es una lástima que por ello cambie a una política abiertamente conflictiva. Que alguien le regale un mechero de Naranjito a ver si se calma un poco.
Claro, que también podíamos pensar que Rusia siempre fue la URSS. Que, como decía el embajador soviético en Los Simpson, en realidad “nunca nos hemos ido”. Tras la caída de la influencia soviética en Europa del Este, y el desmembramiento de la URSS a través de la CEI, Rusia se vio obligada a asumir un cambio de valores económico-políticos que la condujeran al liberalismo y a la democracia. Como el cacho de tierra que les había tocado en el reparto estaba en quiebra y los gastos fueron muchos, los nuevos dirigentes rusos, encabezados por el cómico Yeltsin –aunque a mí nunca me hizo gracia- se pusieron en manos del FMI, quien estableció las bases de la transición económica y ¡política!
Y menuda transición. No cabe duda de que no se guiaron por el Modelo Suárez y por eso les salió mal a los pobres muchachos. Según su manera de ver las cosas, tras el liberalismo económico vendría la democracia en Rusia, y por eso privatizaron todas las empresas públicas de un día para otro, propiciando la creación de personajes rusos multimillonarios –el más popular es Roman Abramovich- con clara relación con la mafia y que ahora se dedican a invitar a sus fiestas a personajes como Shakira. Y si todo hubiera quedado ahí, ni tan mal. Cualquier país es capaz de vivir con uno o dos Jesús Gil o Aimé Jaqcet, Flavio Briattore y pongan Uds. el ejemplo que quieran. Sin embargo ahí no acabaron las desgracias. Con la mafia convertida en la clase alta económica y sin libertades políticas ninguna, la vieja Rusia se declaró incapaz de pagar el dinero que en un principio le había dejado el FMI y así, en 1997, éste tuvo que volver a prestar grandes cantidades a fondo perdido.
Con Rusia hundida económicamente y lastrada en la política internacional, por aquello de no enfrentarte a tus prestamistas –EEUU es el controlador del FMI y del BM-, la lealtad a la madre patria estaba perdiendo fuerza y los niños ya no querían ser los rusos cuando se jugaba a la Guerra Fría en el patio del colegio –yo es que fui un niño muy raro. Pero llegó la Crisis de Kosovo de 1999 y Yeltsin decidió que el zapato ruso volvería a sonar en la mesa de la ONU. Rompió la unanimidad para castigar a Slobo Milosevic por su política en Kosovo y trató de defenderle. EEUU acudió entonces a la OTAN y el bombardeo –destrucción- de las ciudades serbias fue tal que Yeltsin no pudo más que dar ridículos saltitos en señal de protesta. Terminó por mandar tropas de tierra –algo que la OTAN no se atrevía a hacer- e invadir la capital kosovar Pristina, acabando con la política de Milosevic y proporcionando una salida victoriosa a una OTAN que empezaba a ver cómo el conflicto se enrrocaba sin remedio.
Con Putin la historia siempre ha sido parecida sólo que, a diferencia de Yelstin, Vladimir ya no se molesta en parecer gracioso. Agachando la cabeza en la política internacional ha consentido que EEUU atacara en su patio de atrás buscando a Bin Laden a cambio de tener línea de tiro en Chechenia, la mafia ha logrado mantener el poder económico y las libertades políticas dentro del país se han reducido hasta el punto de que ya ningún medio de información se atreve a criticar al gobierno -¡allí no leen El Mundo ni existe un Jiménez Losantos! Cosas verás Nicolás.
Sin embargo, como mencionaba al principio de la entrada, las cosas parecen estar cambiando. Putin ha terminado imponiendo sus puntos de vista en las reuniones del G8 y ha logrado hacerse con una mayor influencia en la política internacional, aprovechando sin duda el atentado de Beslán ha rehecho su influencia con las repúblicas del Caucaso y ha logrado no ser molestado por esos funcionarios extranjeros que hablan de Derechos Humanos y cosas por el estilo. Y lo más importante, ahora se le mueren los pocos periodistas que estaban en su contra. Así, sin más van y se mueren. Cuando a una no la asesinan al otro lo envenenan con uranio -¿quién es uno de los principales exportadores de uranio del mundo?- en territorio extranjero –para mayor gusto de los nostálgicos de la Guerra Fría: en Londres.
Y como colofón al nuevo advenimiento ruso, la crisis energética de
Con Bielorrusia Putin ha sido más severo. La situación política en Minsk es completamente diferente a la de Kiev. En Bielorrusia la presencia del Presidente Lukashenko es constante. Lleva en el cargo desde 1994 y las acusaciones de no respetar los Derechos Humanos y de fraude electoral son continuas. Incluso EEUU le situó como representante del continente europeo en su Eje del Mal. Rusia le vendía el petróleo a un precio ridículamente bajo como manera de financiar la economía bielorrusa y el régimen de Lukashenko. Sin embargo éste ha sido tentado desde Bruselas y el verse ante un aliado tan suculento le ha dado valor para echar un órdago a la grande a Moscú adueñándose del petróleo que pasaba por su oleoducto y no pagar la subida de precios que Putin reclamaba. La jugada hubiera tenido posibilidades de éxito con una Rusia débil como antes, pero la estrategia de fuerza de Putin ha sido mayor que el órdago de Lukashenko Moscú decidió unilateralmente cortar el suministro a Bielorrusia –y por tanto a
La crisis parece solucionada, pero el miedo de los países de la UE no se lo quita nadie. Han estado viviendo dos o tres días de sus propias reservas de petróleo y han visto cómo un conflicto aparentemente ñoño les hacía temblar las piernas. Desde Bruselas se propone ahora diversificar el abastecimiento de petróleo a través de países como Turkmenistán o Kazajstán. Sin embargo los problemas serán los mismos de ahora. La órbita rusa es grande y la fuerza y confianza en sus posibilidades en la política internacional van creciendo por momentos. No será fácil lidiar con una Rusia capaz de decir “No” a pesar de los créditos del FMI. Máxime cuando desde la UE se mira para otro lado cuando Moscú elimina al sector crítico de su sociedad, aunque éste se esconda en la capital del Imperio Británico.
No llegaremos a ver a una Rusia imperturbable ante los acontecimientos que puedan suceder más allá de sus fronteras como en la época de la URSS, hoy su política es más adaptable a los acontecimientos, pelando las batallas que cree capaz de ganar, pero lo que está claro es que el mensaje de Putin es que han regresado o que, en realidad, “nunca nos hemos ido”.
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