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lunes, septiembre 11, 2006

El 11S y el continente africano

Con tanto aniversario del 11S por parte de todos los medios no me queda más remedio que meterme en la vorágine informativa y hacer una pequeña ruptura en la narración de la historia congoleña para hablar de África y el 11S.

El hecho de que el continente africano sufra continuamente conflictos internos, así como la combinación de éstos con la fragilidad del Estado africano, hace de África un lugar central en la Seguridad Global y en la lucha antiterrorista que tanto EE.UU. como, en menor medida, la UE mantienen.

La fragilidad del Estado es una de las causas potenciales para la instalación de fenómenos de terrorismo internacional de tipo Al-Qaeda. Dicho tipo de organizaciones necesita de Estados que mantengan un mínimo de infraestructura y que al tiempo no sean capaces de controlar la seguridad interna, de mantener el monopolio de la violencia. En África dicho asentamiento viene siendo documentado desde hace tiempo. Así la presencia de Al-Qaeda se constata desde 1990 en Sudán hasta 2002 en las operaciones financieras con diamantes en la Liberia de Charles Taylor, pasando por Somalia en 1992 y 1993.

Existe una relación entre el surgimiento de este tipo de terrorismo en el continente africano y los problemas de pobreza, de falta de expectativas para la juventud y en especial de la pérdida de los valores tradicionales africanos. Sin embargo esta relación no es directa y en muchas ocasiones desvirtúa tanto el no-desarrollo de África como el mismo problema del terrorismo.

Otra de las posibles causas que explican el fenómeno del terrorismo internacional dentro del continente africano es la religión. El 40% de los africanos son musulmanes y, aunque la gran mayoría son de carácter moderado, existen organizaciones islámicas y comunidades que promocionan un tipo de islamismo radical y fomentador de la lucha contra occidente de corte wahabbista[1].

Desde los gobiernos africanos, esta relación terrorismo-pobreza está siendo agitada para la captación de mayores recursos internacionales para el desarrollo, desvirtuando, como antes se mencionaba, las verdaderas causas de la pobreza y del no-desarrollo. Tradicionalmente África no ha recibido fondos para la cooperación en términos de seguridad pero, tras el 11S, EE.UU. ha cambiado su política. Si la UE no ha modificado los objetivos a tratar, EE.UU. se ha preocupado de hacer de África un continente más seguro para sí mismo. El puesto de mando en Europa de los EE.UU. del que depende su relación de seguridad con África ha visto reforzadas sus infraestructuras. Estados africanos han visto como EE.UU. ha ofrecido colaborar en la formación e incluso en la creación de las capacidades de las fuerzas de seguridad africanas mediante dos iniciativas: Iniciativa para el Sahel (Mauritania, Malí, Chad y Níger) e Iniciativa Antiterrorista para el Este de África (Kenia, Uganda, Tanzania, Yibuti, Eritrea y Etiopía). Asimismo ha buscado la posibilidad de instalar bases militares en territorio africano colocando una en Yibuti y dirigiendo desde la costa del Índico la operación para el control del tráfico de armas en dicho océano.
Sin embargo más allá de los asuntos militares se debe mirar qué actuación se ha de tomar con los Estados Frágiles que resultan incapaces de controlar el terrorismo, ya sea de carácter local o global, alojado en sus territorios. Diversos autores defienden la tesis de que una mayor coordinación entre los países donantes y los receptores ayudaría al reforzamiento del Estado. Abandonar a los Estados Frágiles a su rumbo puede derivar en que sea un actor no estatal quien atraiga los recursos de la violencia que debieran ser estatales. Dicho actor será imprevisible en sus acciones e incontrolable por medios estrictamente militares.

Dentro de este contexto surge rápidamente la pregunta “¿Qué clase de cooperación se tiene con los Estados Frágiles?”. Da la impresión de que la actuación se ha de llevar a cabo con Estados Frágiles que gracias al terrorismo internacional han recuperado la importancia geoestratégica que habían perdido tras la Guerra Fría. Así tanto EE. UU. como la UE están potenciando la ayuda (al desarrollo o de seguridad) con los llamados Estados Tapones. Aquellos Estados que, por su proximidad geoestratégica actúan como taponadores de la inmigración, tráfico de armas, de droga, etc hacia el Norte. En definitiva, actúan como filtro de control de las potencias occidentales. Por otro lado se observa una aplicación de lo que se podría llamar el "Modelo Triple Frontera" –en referencia a lo sucedido en la frontera entre Brasil, Paraguay y Argentina- que implica la militarización y posterior control por parte del donante occidental de una zona rica en materias primas, alegando que es un supuesto refugio de terroristas internacionales.

Al mismo tiempo, centrar los debates sobre cooperación entre Norte y Sur en asuntos de Seguridad Global o en concreto de terrorismo, de clara importancia para el Norte pero de nula para el Sur, es ignorar las causas del no-desarrollo y olvidar la verdadera piedra sobre la que ha de sostenerse el modelo de desarrollo africano: la educación, la inversión en capital social y demás aspectos que ayudan a la reducción de la Pobreza, el mayor enemigo de todos.

Alegar que la lucha antiterrorista resulta importante para los Estados Frágiles sólo porque padezcan un terrorismo local, es centrar la solución del conflicto en términos militares y alejados, en la mayoría de los casos de la realidad. Un Estado Frágil pierde el monopolio de la violencia como consecuencia de un enfrentamiento con una banda armada que controla unos recursos. Ofrecer, en muchos casos, una salida “a la mozambiqueña”, esto es, ofrecer un espacio político a aquel que resta recursos al Estado para que pueda participar de un Estado con pleno control de los mismos, es una solución no basada en los principios de seguridad que se están imponiendo desde el Norte y por lo tanto negando las soluciones desde el Sur.

Para otro día, para otra entrada, quedará el análisis de los hechos acontecidos hace ya algún tiempo en Zimbabwe y más recientemente en Somalia. Algo que también tiene mucho que ver con la política norteamericana tras el 11S.

[1] Casos como el de la organización Ali-Shee en Kenia, que amenazó con provocar una guerra de independencia para una región keniata si el Estado no accedía a instaurar la sharia o la organización Al-Haramin, directamente financiada por Arabia Saudí, que promocionaba un islamismo radical y que, exceptuando en Somalia, ha sido casi controlada por los Estados Africanos y el mismo país árabe que antes la sostenía económicamente.

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