Así podría empezar el texto final que salga de la reunión que estos días está teniendo lugar en la sede de la FAO, en Roma. Una FAO que a cada momento que pasa la tengo más inquina. El juego de estas cumbres es, básicamente, el de mostrar la preocupación de todos por el asunto. El Secretario General de Naciones Unidas, Sr. Ban Ki-moon, ha recordado a los representantes de los Estados miembros que perder la oportunidad de buscar soluciones en esta reunión equivaldría a condenar a muerte a millones de personas. Siendo en Roma no puede decirse sino Alea Jacta Est, porque de soluciones, la cumbre no andará sobrada.
El mercado alimentario mundial está subiendo los precios de los productos hasta en un 50% desde Agosto del año pasado. Esta subida hace que en Occidente hablemos ya de crisis, mientras que en los países pobres esto se llama sencillamente no comer. Muchos han señalado que el aumento del precio de los alimentos está relacionado con los biocombustibles. A comienzos de la crisis alimentaria, en el citado Agosto de 2007, los biocombustibles eran los reyes de la culpabilidad. El razonamiento era lógico. Un producto –los alimentos- habían sido desarrollados para que sirvieran para otra cosa. El cambio de valor de uso, en aumento, de este producto hace que aumente la necesidad del mismo y, por lo tanto, su precio de mercado. Ahora que los cereales sirven para algo más que para alimentarse, mientras no se aumente la producción, el precio seguirá subiendo. El Mercado es el Mercado y las cosas están así, dicen.
El mismo Presidente de Brasil, Lula, anteriormente conocido como la gran esperanza blanca para las izquierdas mundiales, y hoy decididamente debilitado como valor moral, suscribió en 2004 la Alianza contra el Hambre –por cierto, junto con el Sr. Rodríguez Zapatero, el gobierno de Chile y el de Francia- en un intento por trasladar su programa político hacia lo internacional. Él había salido elegido un tiempo antes como Presidente de Brasil con un programa que llevaba el compromiso de lograr “que todos los niños brasileños puedan desayunar cada día”. Algo tremendamente loable, pero que desde que llegó no ha tomado en serio si nos atenemos a los resultados. Está bien eso de pedir lo imposible, pero es trágico si no lo logras. Lula ha llegado a Roma con la intención de defender la bondad de los biocombustibles. Brasil es uno de los países que más está invirtiendo en esta tecnología –en términos relativos, claro-, y si de la Cumbre saliera un compromiso para aparcar su implantación vería su modelo energético seriamente tocado, Más aún cuando el gobierno boliviano de Evo Morales le cerró la puerta de abastecimiento de gas en 2006 en la nacionalización más contenida que se ha podido ver en los últimos 40 años.
Lula no se encontrará con una gran fuerza por lastrar el desarrollo de los biocombustibles. La realidad es que la Cumbre no está funcionando en el sentido de poner a los Estados miembros en un mismo nivel de análisis. O quizás sí.
Quizás sí porque todos saben bien a dónde señalar, pero poco o nada pueden o quieren hacer. Hace poco tiempo escuchábamos la noticia de que la cadena de supermercados más grande de Estados Unidos había anunciado que limitaría la compra de arroz a cuatro sacos por persona. No sé qué cantidad de arroz se consume en Estados Unidos, pero para mí cuatro sacos me resulta bastante arroz. La medida, extraordinaria para un mercado de libre comercio donde uno compra todo lo que quiere y puede, impactó en el mundo. La crisis alimentaria era tal, se decía, que hasta en los Estados Unidos estaban empezando a racionar el arroz. No importaba que el responsable de agricultura del Gobierno de Bush saliera en una rueda de prensa diciendo que a él le registraran, que según sus cuentas había arroz más que de sobra para abastecer todos los Estados Unidos de Norteamérica.
Con esta anécdota ilustramos a uno de los primeros causantes de la crisis alimentaria: la especulación. Pensemos que Wall-Mart, que así se llamaban los almacenes, habían comprado una gran cantidad de arroz hará, por lo menos, dos meses antes de anunciar el racionamiento. En el tiempo que va desde que compraron el arroz hasta que lo pusieron a la venta, el precio del arroz en el mercado internacional ha subido estrepitosamente y Wall-Mart se encuentra que, aún sin haber obtenido beneficios por ese arroz barato, está comprando arroz caro. Una solución sería la de subir el precio final del arroz barato y que el consumidor asumiera los esfuerzos. Más beneficios para Wall-Mart. Pero si tus márgenes de beneficio están estrictamente controlados, no te queda otra que deshacerte lo más rápido posible del arroz barato. Lo racionas, anuncias el razonamiento, la gente acude en masa a comprar arroz por si se acaba y te preguntan si los niños de 8 años también pueden comprar 4 sacos: ya tienes el almacén vacío del arroz barato.
Junto a la especulación, encontramos el I+D. Los transgénicos vienen siendo reclamados como la solución para todo. Es el camino que nos traerá más y mejores alimentos. Algo parecido a lo que era la Revolución Verde de hace unas décadas y que, por desgracia, trae los mismos problemas. Con los transgénicos pasa que la variedad de cultivos se pierde en función de las características genéticas que ha decidido la industria. Si ésta fuera sabia e infalible, no pasaría nada. Pero la experiencia nos demuestra que la industria es una creación humana, sin divinidades de por medio, y por lo tanto se equivoca en tanto en sus análisis como el mejor de los humanos. Así que no se le puede dejar encargada de la selección genética y la globalización de una semilla en contra de otra. Además, convirtiendo la semilla en un producto industrial, lo que consigue la implantación de transgénicos es situar a los agricultores en un plano de dependencia aún mayor. Ya no sólo les hacen falta inversiones para lograr la maquinaria y aumentar sus beneficios, sino que además han de pagar una semilla-industrial mucho más cara que la natural por llevar un valor añadido que antes no llevaba.
¿Qué queda entonces? ¿Qué queda cuando las soluciones más novedosas como los biocombustibles y los transgénicos no ofrecen nada definitivo? … En efecto, queda el viejo y omnipresente comercio. El gran Capital. Es obvio que los Estados miembros en la Cumbre no van a estar de acuerdo en cambiar la situación del comercio agrícola mundial. Que se mueran millones de personas no es suficiente para echar a perder años de brillantes modelos económicos. Pero, me temo, aunque lo hicieran esa tampoco sería la solución. Al menos en los términos que se están planteando las cosas.
El comercio internacional está estructurado de manera que se promocione el libre intercambio, sin aranceles ni limitaciones. Los productos industriales, las materias primas, todo puede ir y venir de un lado al otro de la frontera sin, en general, restricción arancelaria ninguna. Este simpático orden comercial viene a cuento por la voluntad de creer en el libre comercio, en la no intromisión del Estado –ese ente- en la sabia voluntad del Mercado. Sin embargo, desde los mismos foros en donde se promueve el librecambismo, surgen propuestas para financiar a los agricultores de los países ricos y limitar la entrada de los productos agrícolas de los países pobres. Los más adinerados del planeta defienden su industria agrícola a pesar de que se muestran claramente en inferioridad frente a los productos agrícolas de los más pobres. Producir un litro de leche en Galicia sale extremadamente más caro que producirlo en Etiopía; la lógica de mercado nos diría que el lechero gallego ha de desaparecer y Etiopía habría de desarrollar una industria láctea de tal calibre que sería capaz de vender leche a Galicia. Así todos se repartirían riqueza, pues la división internacional del trabajo organizaría el mundo entre ricos productores de chips en Estados Unidos, ricos pescadores gallegos y riquísimos productores de leche etíopes. Lástima que la realidad venga a reventar el modelo de nuevo.
La propuesta internacional frente a los aranceles y las subvenciones que los ricos dan a su agricultura es el mercado libre y la división internacional del trabajo. Que los ricos supriman las medidas que lastran la incorporación de los pobres al mercado internacional, impidiéndoles desarrollar su ventaja comparativa y, por lo tanto, impidiéndoles salir de la miseria de sus vidas ¿verdad? Esto es lo que se propone en Roma estos días de lluvioso Junio. Esto, y no otra cosa, sería considerado un éxito a nivel mundial, una victoria para los países pobres.
Sin embargo si nos paramos a analizarlo con un poco de calma –y ya sé que el post está quedando un poco largo- veremos que no es así. ¿De verdad alguien piensa que un etíope se puede hacer igual de rico que Bill Gates vendiendo leche a todo el mundo? La historia de la economía internacional nos demuestra que los países ricos han podido serlo protegiendo sus mercados. Los aranceles han sido fundamentales desde Enrique VIII y su política lanera. Ningún país se ha hecho rico vendiendo sus productos agrícolas. Ningún país que venda sus productos agrícolas va a dejar de sufrir hambrunas –en especial porque si su agricultura está orientada a la exportación cultivará en demasía un producto, como el café, con el que es imposible subsistir y del que no es dueño de los precios que le pagan. Las hambrunas se acabaron en Europa el día que comenzó a florecer una industria fuerte. La industria hacía más productivos los campos al desarrollar tecnologías. La industria hacía que el flujo monetario de un país fuera mayor y que, por lo tanto, la gente pudiera comprar más productos agrícolas.
Es extraño que la Cumbre de Roma, auspiciada por FAO, para tratar de solventar la crisis alimentaria tenga más que ver con la industria de los países pobres que con la agricultura. Sí, es una solución que no finiquita la grave situación que hoy día encontramos –para eso hay otras alternativas- pero, si ya el Banco Mundial está diciendo que la crisis durará hasta 2015, urge una preocupación por estos problemas y no un análisis tan simplista como que los problemas del comercio agrícola se solucionen con… más comercio.
[Para más referencias, no sean tímidos y consulten con el correo electrónico del blog. Si son tímidos pueden preguntarle al Sr. Hang mediante la lectura de Retirar la escalera. La estrategia del desarrollo en perspectiva histórica. Catarata, 2004.]
1 comentario:
Más importante para la subida de precios que los agrocombustibles es el cambio en la dieta mundial. Es decir, que grandes países "emergentes" empiecen a comer carne como los europeos. "Cultivar" 1kg de carne de vaca "cuesta" 13 kg de cereales. Que antes iban al mercado directamente.
La indústria quizás pueda crear riqueza para que la gente pueda comprar productos agrícolas, pero mientras sean Europa y Estados Unidos los que los produzcan, no se arregla nada. Hay que poder producir en Etiopía, pero no leche para los gallegos, ni café para Starbucks, sino cereales para los etíopes.
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