Foto de Patrick Rodwell |
¿Qué rol juega en el
sistema internacional un país como China? Esta parece ser la cuestión sobre la
que giran los grandes debates en Relaciones Internacionales. Hasta qué punto
China será capaz cambiar el sistema actual y convertirse en la potencia hegemónica
mundial. Los estudios se suceden, y se multiplican, anunciando que para tal o
cual año China superará a Europa o a Estados Unidos en tal o cual competición. Su ascenso a dominador
mundial parece inexorable. Pero pocos parecen hacerse una pregunta clave:
¿hasta qué punto quiere China ser esa potencia dominante que todos dicen que
será?
Han pasado ya muchos años
desde que Mao falleciera, pero el tono general de la política exterior china
sigue siendo el mismo. China combina un poder blando (soft power) y una tremenda apuesta multilateralista. Parece querer
evitar que se la identifique como la potencia dominante, incluso a costa de
renunciar a algunos de sus intereses –firmó acuerdos con vecinos suyos
desistiendo a aspiraciones territoriales que había mantenido durante décadas. Si
Gran Bretaña empeñó su política del siglo XIX en evitar alianzas lo
suficientemente fuertes que jugaran en su contra, la lógica de China ha sido
siempre la de mantener un juego en el que nadie haga alianzas contra ella.
A pesar de estas
características comunes, se pueden diferenciar tres grandes etapas en la
política exterior china.
1955-1971. La creación del Tercer Mundo.
Frente a la Guerra Fría
entre el primer y el segundo mundo, China lideró en Bandung la conferencia
internacional que constituyó un tercer bloque: el de países no alineados. Junto
con Egipto o la India, China lideraba la idea de que el mundo recién
independizado no debía entrar en el juego geopolítico de control y amenaza
entre los EEUU y la URSS.
Mao utilizaba la política
exterior –éxitos y conflictos- para manejar los fracasos internos de sus
grandes políticas, como la Revolución Cultural, o la del Gran Paso Adelante. A
través de la política exterior conseguía controlar a una oposición que exigía
aperturismo en el régimen económico y el fin de la autarquía.
Estratégicamente China se
estaba encargando de liderar un bloque de países freerider de la Guerra Fría. La debilidad de Pekín en el plano
internacional era notoria. A pesar de que hacía años que el ejército de Mao
había derrotado al ejército de la República China, que se tuvo que refugiar en
Taiwán, y que la creación de la República Popular ya estaba consolidada, las
diferencias de poder entre Pekín y Taipéi eran evidentes. En el Consejo de
Seguridad de Naciones Unidas el asiento correspondiente a China lo tenía en
exclusiva Taiwán. La mayoría de países de la comunidad internacional ni
siquiera reconocían la legitimidad de Pekín.
Pero con el estallido de
las independencias en la década de los 50, China vio un campo en el que sembrar
su reconocimiento internacional. Con multitud de nuevos Estados buscando
reconocimiento internacional, China intercambió relaciones de igualdad y forjó
una política exterior sobre los ejes del reconocimiento mutuo, la no injerencia
en los problemas internos y el respeto a las fronteras existentes.
Liderando el Tercer
Mundo, distanciándose de Moscú en la época de mayor despliegue del colonialismo
soviético, y ofreciendo trato de igual a igual a países recién nacidos, China
logró situarse donde quería. En 1971 finalmente la República de China –Taiwán-
fue expulsada como miembro permanente del Consejo de Seguridad y se reconoció
como legítima heredera de los derechos de ésta a la República Popular de China.
Taipéi era desplazada por Pekín en una constatación de que el resultado de la
revolución liderada por Mao ya era aceptado, de facto, por toda la comunidad
internacional.
1972-1989. La consolidación de un gran actor
internacional.
Foto de Eric Constantineu |
Tras el ingreso en el
Consejo de Seguridad, la política exterior de Mao comenzó a abrirse hacia EEUU.
Richard Nixon visita Pekín en 1972, e incluso se reúne con Mao en su gran
palacio. EEUU busca llegar al mercado chino. “Poner un DisneyWorld al lado de
la Muralla China”, llega a decir Nixon en su regreso. La jugada estratégica es
fabulosa. Pekín marcha distancias con Moscú de manera irremediable, mientras
continúa liderando el proceso por el Nuevo Orden Económico Mundial, que ha
sustituido al Tercer Mundo como contrapropuesta. Washington por su parte logra
ser el primer gran productor mundial que se situará en China al tiempo que
firma una gran alianza en el patio trasero soviético.
Mao muere en 1976, pero para entonces sus rivales en el
país ya han aceptado este doble juego entre la política interna de control
económico y político, y el fin de la autarquía abriéndose al exterior. La
Inversión Extranjera Directa llega a China, se inventa la deslocalización y, en
parte, se inicia el proceso de globalización de las relaciones laborales que
nos ha llevado consigo a todo Occidente.
Durante la década de los
80, China se enfrenta al delicado equilibrio entre el aperturismo económico y
el inmovilismo de su sistema político. Resiste las acometidas del bloque
soviético, las consecuencias de la Perestroika de Gorbachov e incluso la caída
del Muro de Berlín para iniciar, en 1990, una etapa de expansión capitalista
como nunca antes había conocido el planeta.
1990 – Actualidad. China como eje de la
globalización.
El fin de la historia pilló a Pekín haciendo la suya propia. Por un
lado decide comenzar un programa de capitalismo de Estado, con frases célebres
como aquel “¡Qué maravilla es hacerse rico!”, que animaba a cada ciudadano
chino a hacerse multimillonario. Por el otro, comienza una política comercial
agresiva en búsqueda de las materias primas que le permitan desarrollar una
industria propia.
Pekín iniciará una
política comercial astuta, que pone al servicio de la Inversión Extranjera
Directa todos los recursos necesarios. Es capaz, por ejemplo, de poner a
trabajar a ingenieros y personal militar en proyectos aeronáuticos de una
empresa de primer orden, Boeing. Lo que para los estadounidenses comienza
siendo un negocio redondo, especialmente por los costes de personal o fiscales,
termina siendo su tumba. China cancela el contrato cuando le conviene, y con el
aprendizaje de su personal militar a las órdenes de Boeing, es capaz de
desarrollar una compañía aérea propia mejor adaptada que la competencia a los
vuelos del sur de Asia.
Ahora China cuenta con
grandes compañías con un capital de entre 1.000 y 5.000 millones de dólares, que
le permite poder inspeccionar en cualquier mercado del mundo. Bien comprando
una compañía local, bien creando una propia.
Pero su protagonismo
económico no se ve correspondido con un protagonismo político. China no aspira
a gobernar en solitario, ni siquiera busca enfrentarse a la potencia
hegemónica, o a los restos rusos que quedan. Al contrario, China sigue buscando
las grietas que nadie ocupa en el sistema internacional. Se une a la OMC, pero
al tiempo progresa en la creación de un contrapoder multipolar, como son los
BRICS. Una especia de herederos de las luchas de países no alineados.
Es en este marco en el
que China tiene por delante el mayor de los retos, con la creación de un Banco
de Desarrollo para los países del sur. Frente a un orden de Bretton Woods dominado
por EEUU y, en menor medida, Europa Occidental, capaz de dirigir las políticas
económicas de todos los países que requieren de sus préstamos para financiarse
y de generar auténticos dramas económicos con sus Planes de Ajuste Estructural
de los 90, sus buenas gobernanzas o, más recientemente, sus austericidios, los
BRICS pueden constituir un contrapoder hegemónico y multipolar a través de la
creación de esta institución. Y el éxito de este Banco de Desarrollo dependerá
en gran medida del impulso que China le quiera dar, porque de los 5 países
BRICS, resulta evidente que es ella la única con capacidad y soberanía para
armar de valor esta iniciativa.
La China del siglo XXI se
parece en algo a la vieja China de Mao. Busca dar pasos pequeños en la
consolidación de su contrapoder. Okupar
los agujeros que encuentra y resistir, hacerse fuerte en ellos. Proporcionar un
modelo diferente de control hegemónico. Una estrategia que le lleva funcionando
en los últimos 50 años, y que le puede llevar a liderar los próximos cien.
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